1- EL DUELO PERPETUO
La desaparición, casi siempre violenta de uno o varios de los miembros más productivos en miles de hogares colombianos, ha producido en la mentalidad de muchos, formas de comunicación y socialización caracterizadas por un duelo sin solución de continuidad, debido a las masacres, genocidios, uxoricidios, desapariciones forzadas o no, destrucción del cuerpo, total o parcial, debido a las minas antipersona, los bombardeos, el uso indiscriminado de explosivos artesanales o el terror disfrazado de guerra política, de lucha antisubversiva o simplemente de prácticas de los señores de la guerra o de sicarios para apoderarse de territorios, asegurar impunidad, rutas del narcotráfico o réditos políticos.
Durante decenas, sino centenares de años, la vida cotidiana de millones de compatriotas es una sociopatología.
Nos hemos acostumbrado a un diálogo entre víctimas y victimarios, previamente trivializado, por una poderosa razón: ese diálogo no debió darse nunca sin un intermediario que debía representar a la inmensa mayoría de la población no comprometida; un intermediario que no podía ser otro sino el Estado, en teoría depositario del derecho al ejercicio de la fuerza disuasiva y administrador del principio de justicia.
La relación entre víctima y victimario es, naturalmente, desigual y degradante; esa degradación la provoca la pérdida del tabú, ya no frente al homicidio ni frente al parricidio, sino frente a toda forma de violencia; tabú que es condición de existencia de toda sociedad civilizada.
Si el Estado, por corrupción, politiquería e ineficiencia, pierde su legitimidad para intermediar la relación entre víctima y victimario- que cuando se mantiene- es cosa terrible y de gran potencia de descomposición periférica; esa relación, decimos, provoca efectos colaterales catastróficos para la formación del sujeto social, del sentido del límite y de la voluntad consensuada de acatar normas esenciales para la convivencia.
Hay un fenómeno que ha sido estudiado especialmente por la antropología de las mal llamadas- por Levy Strauss- como las comunidades de los tristes trópicos. En ellas, “copiar o asumir las prácticas de la victimización, a pesar de no ser víctimas, es una forma de sobrevivencia”. Pero esos respetables congéneres asumen el rol de víctimas sin sombra de malicia: lo hacen simplemente en la creencia de pasar desapercibidos; de no cruzarse con la ruta del dominador asesino. Lo aprendieron de muchas especies de animales que se protegen haciéndose los muertos.
La ideología de la victimización es tan funesta para construir sociedades viables, sanas y justas, fruto del trabajo compartido por todos, como la ideología de la guerra y sus secuelas.
Las criaturas que se salvan haciéndose las muertas saben perfectamente que su único principio de justicia es el instinto de sobrevivir.
En Colombia millones de hogares y familias socializan simplemente como concilios de sobrevivientes, cuyos decrépitos ingresos, así sean sumados entre todos los miembros ocupados, con ingresos de supervivencia, pocas veces facilitan la felicidad, ni el ahorro de lo que la superchería del optimismo, llama energías positivas.
Inclusive, sistemas de medición de pobreza, impúdicamente clasificada unas veces como pobreza absoluta y otras veces como pobreza extrema-(invento del paternalismo transnacional con la denominación de Necesidades Básicas Insatisfechas- NBI-) destacan esa ideología de la victimización.
Hacer de víctima para salvarse por el instinto o para ser salvado por quienes deciden sobre las políticas públicas, es cosa completamente distinta a enfrentar las inequidades sociales o los desequilibrios provocados por una determinada política económica.
La ideología de la victimización, como toda ideología, es una manera descontextualizada de interpretar la realidad.
Ser víctima no puede ser una condición para ejecutar prácticas de relacionamiento con el Estado, ni con los oficios, ni con los territorios. Tampoco para participar de las prácticas cotidianas al interior de las organizaciones, los micro grupos o de sus sistemas de capacitación.
Se puede ser víctima de una o varias villanías y desgracias, pero no absolutamente de todas.
Por lo tanto, ser víctima no puede convertirse en una señal de identidad.
Afirmar ésto frente a una reunión de respetables profesionales que trabajan con todas las gamas del dolor humano, que a veces nos hace inválidos y nos incapacita de manera total, puede resultar un exabrupto contraevidente.
Pero, paradójicamente, lo que más dificulta la eficacia de las políticas públicas y de las iniciativas privadas, para apoyar la resiliencia –(fea e impronunciable palabra)-, y la concreción de nuevas y poderosas oportunidades para las víctimas; o algo más importante si se quiere, la construcción de escenarios que hagan imposible y frenen la impunidad de la acción del victimario. Este último actúa desenfrenadamente porque sabe que las atmósferas donde siembra el horror y el temor, alimentan su temeridad y maldad.
2-LAS TRAMPAS DE LA VICTIMIZACIÓN.
Una política de paz que destaca las víctimas de los conflictos como actores casi absolutos de la reparación, la verdad y la justicia, es una propuesta vendible en los escenarios internacionales y seguramente una manera de reconocer deudas históricas por parte de quienes las han cometido. Ellos son los más acuciosos teóricos de la reparación, principalmente los funcionarios del Estado y quienes han incrementado sus privilegios a través del desplazamiento forzado, la usurpación de recursos públicos y los negocios facilitados por las economías ilegales. Nada es más fácil que incrementar el número de pobres en sociedades en donde flaquea la legitimidad del Estado, la responsabilidad social de la empresa privada y el incumplimiento de las obligaciones en educación y demás derechos fundamentales.
Reconocer las víctimas y ponerlas en el primer plano en unas negociaciones de paz, complica enormemente esas negociaciones, porque esas víctimas, representándose directamente a sí mismas, no pueden tomar decisiones que señalen rumbos nuevos en el trámite de viejos problemas y la soluciones propuestas, que deben ser de carácter general y comprometer a todos los actores, el Estado incluido.
La indemnización de las víctimas deberá ser un capítulo importante de las negociaciones, pero solamente un capítulo.
Utilizar las víctimas para fortalecer las posiciones de una de las partes en una negociación, cuando esas víctimas, reales o supuestas, no son dotadas de una capacidad eficaz de decisión, puede dar lugar a una deslealtad con el proceso y convertirse en un obstáculo para la esperanza de paz.
Naturalmente, que no haya más víctimas de un determinado conflicto es, entre otras, una razón de primer orden en toda negociación; pero cómo evitar que se produzcan, es una cosa muy distinta a utilizar las víctimas como una carta en las negociaciones; hacerlo no solamente es ofensivo para ellas, sino un palo en la rueda para el proceso mismo.
Lograr la paz es reinsertar en las reglas del juego, a quienes provisionalmente se han apartado de ellas por las razones que sean, asegurando la no repetición de la conducta transgresora, no solamente frente a las víctimas, si no frente al conjunto de la sociedad.
Ubicar mañosamente las víctimas como aparentes protagonistas de la negociación constituye un escenario artificial de justicia por mano propia, del ojo por ojo, diente por diente, conocido como la ley del talión y pone en funcionamiento el inexorable principio del que “a hierro mata a hierro muere”, todo lo cual lleva a la prolongación del conflicto y de sus funestas consecuencias.
EL DISFRAZ DEL APESTADO-
En la edad media era muy común ponerse este disfraz para acceder a las irrisorias limosnas del mandato de caridad decretado por las iglesias y generalizado por vía de ejemplo como mandato de la sagrada o sacarrial majestad.
El disfraz del apestado produjo notables fenómenos culturales como la picaresca española, los cuentos de Canterbury o las excelentes narraciones de la apocalíptica vida cotidiana del París del siglo XIII, donde las víctimas de la peste, las guerras, las estaciones o la miseria, eran atendidas por la ciudad, dando origen a los hospicios, los hospitales o los amparos de indigentes.
París fungió como ciudad hospital de Europa hasta bien entrado el siglo XIX, inclusive adaptando su infraestructura a las necesidades de una época de grandes calamidades, guerras y miseria. Fue un ejemplo de solidaridad con el dolor, el sacrificio y los excluidos.
La terrible miseria proletaria del Londres de La Revolución Industrial produjo oleadas de movimientos asistencialistas y un maravilloso florecimiento de la ideología de la victimización. La misma que conoció Europa durante las espantosas circunstancias de las dos Guerras Mundiales, en forma de errancia hacia ninguna parte de las víctimas de la guerra, mutilados, hambreados, congelados por el frío, piojosos o azotados por otras plagas como las pulgas, los chinches o las ratas. La terrible epidemia de gripa a principios del siglo XX produjo 19 millones de víctimas que significaron un desafío para la ciencia conocida hasta entonces.
Muchas ideologías religiosas tienen en la ideología de la victimización importantes espacios de poder e influencia.
Esa ideología apunta más a procesos colectivos que a comportamientos individuales, lo cual es un contrasentido en épocas como la actual, caracterizada por el estímulo publicitario a la iniciativa individual y el fomento del sálvese quien pueda.
Muchos, muchísimos lugares y regiones en Colombia son presentados como lugares no viables que arrastran un duelo perpetuo a causa de horribles tragedias provocadas por nuestra consuetudinaria violencia. Son territorios que frecuentemente se visten con el disfraz de los apestados para focalizar hacia ellos la atención humanitaria que tan fácilmente conmueve la sensibilidad de los países del norte, permanentes defensores de los Derechos Humanos.
Pero la dolorosa competencia por los recursos humanitarios está intermediada por gestores de la ideología de la victimización, que casi siempre desvían los recursos hacia quienes no los necesitan o los necesitan menos que las verdaderas víctimas,
Ese fenómeno tan frecuente en Colombia ha sido puesto de presente ante los organismos de cooperación lo cual genera suspicacia y debilita el interés humanitario de los principales aportantes.
3-NO QUEREMOS QUE NOS GRADUEN DE VICTIMAS PERMANENTES.
San Onofre, Sucre, marzo de 2007, en reunión de un programa de gestores sociales con las comunidades, una niña de 13 años, especialmente brillante, manifestó el desconcierto que le generaba el haberse convertido en una personalidad, a quien todos atendían y a quien las entidades nacionales recurrían en cada una de las visitas para posibles financiamientos de cooperantes. Le pedían que repitiera hasta el cansancio la manera dantesca como fue descuartizada su mamá frente a la familia por los paramilitares. Decía sentir un profundo dolor por haberse convertido en una persona relevante, de ser oída con reverencia por su capacidad de relatar el asesinato de su madre, para concluir que la amargura no podía olvidarse, pero que le era indispensable encontrar una forma de esperanza para seguir viviendo. Se sentía convertida en una caricatura del dolor como víctima, cuando ella soñaba con oportunidades que permitieran a su juventud superar su tragedia desde los balcones de la esperanza y no del resentimiento, y contribuir con su capacidad e inteligencia para que San Onofre, su pueblo, dejara atrás su pasado tenebroso y recuperara su pasado alegre, costeño, solidario, como lo había conocido en su primera infancia y en los relatos de los abuelos del pueblo, quienes hablaban de un pasado feliz. Decía querer aprovechar las oportunidades del siglo XXI para salir adelante.
4- Machuca, Bojayá, El Salado, Trujillo, Segovia, Mapiripán, Santo Domingo y Macayepo
Son sitios geográficos conocidos en Colombia como emblemáticos del horror paramilitar y guerrillero y de los crímenes de Estado atribuibles a la desviación de la legitimidad por parte de la fuerza pública, por las autoridades civiles y por las acciones de los politiqueros y los terratenientes para financiar el desplazamiento y el constreñimiento de viudas y huérfanos con el fin de legalizar el despojo.
Las tragedias en estos lugares ocurrieron hace más de una década. Recorrerlos produce en el viajero desprevenido la conciencia de estar atravesando lugares dejados de la mano de Dios.
Ese viajero seguramente se interrogará sobre la mentalidad de los sobrevivientes, víctimas a su vez de lo que aquí se llama mañosamente, una guerra, cuando no es otra cosa que una terrible catástrofe humanitaria.
En los siete casos mencionados, el apocalipsis no se produjo como consecuencia de enfrentamientos entre combatientes. Por el contrario, se preparó el terreno para que la indefensión de los aterrorizados pobladores fuera total.
En todos los casos la lentitud calculada de las autoridades facilitó la huida de los asesinos o su camuflaje en las grandes haciendas que limitan con los caseríos y minifundios asaltados. Todo en Colombia cuando se referencia con el gran holocausto que hemos vivido, se caracteriza por una gran ineficiencia de la investigación, la sindicación judicial, la ayuda humanitaria – (así sea la proveniente de la cooperación internacional)- y la protección de los sobrevivientes.
Tanto los gobiernos durante los cuales sucedieron las masacres – (éstas como los otras centenares que han ocurrido en el país)-, esos gobiernos decimos, como los que les han sucedido, han sido desbordados por la tragedia.
Pero han caído en la conducta de omisión en tanto interpretaron mal los fenómenos e hicieron como los avestruces, que esconden la cabeza en la arena para negarse a sí mismas la realidad.
5-Un estado feliz para una nación infeliz
El país que jurídicamente fue diseñado como Estado Social de Derecho a partir de la Constitución de 1991 corresponde a, “un estado feliz para una nación infeliz” como solía afirmar el notable politólogo italiano – (Guglielmo Ferrero en su libro “Poder”)- sobre las Constituciones de posguerra. No olvidemos que en medio de la mayor catástrofe narcoterrorista, las llamadas raposas jurídicas y los devoradores de presupuesto, que en Colombia se presentan a sí mismos como líderes políticos, vivían la euforia de la paz con el M19 y otros grupúsculos armados, la cual no era otra cosa que una paz de vencidos.
La Carta del 91 llamada –no se sabe por qué- una Constitución para la paz, fracasó estruendosamente.
Un distinguido empresario que practica cierto cinismo inteligente, decía que la Carta no sería viable porque era una criatura de tres cabezas: en lo económico era de filiación neoliberal; en lo social populista y en lo político tenía los peores defectos de la Constitución de 1886 y ninguna de sus virtudes. Esos peores defectos eran el centralismo, el presidencialismo y el autoritarismo.
El gobierno de Cesar Gaviria (1990-1994) afrontó sin éxito los crímenes del narcotráfico y el homicidio político. El gobierno de Ernesto Samper (1994-1998), además de los anteriores, debió afrontar el fortalecimiento militar y el terrorismo contra la sociedad civil de las FARC y el ELN. El gobierno de Andrés Pastrana emprendió la tarea imposible de lograr con las FARC una paz mediática sin justicia social, afectada de un complicado desordenamiento territorial.
De la experiencia de los gobiernos reelegidos de Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos, muchos tenemos percepciones directas.
Todos ellos se han alimentado de un pretendido esquema Gobierno-Oposición, aplicado catastróficamente por el gobierno de Virgilio Barco (1986-1990) que significaba la resurrección de las refriegas políticas, de lo que se llamó la guerra de los partidos entre las décadas del 40 al 60 del siglo pasado.
La atmósfera política de éste país que presume tener una democracia admirable, carece de relación alguna con su gran tragedia humana ni con la afrentosa pérdida de oportunidades, que simultáneamente hubieran permitido la inserción en la modernidad, el desarrollo, la redistribución y el acceso de todos a políticas verdaderamente eficaces de empleo e ingresos.
La crisis colombiana es en primer lugar una crisis política, en segundo lugar una crisis del sentido de los límites y los valores y en tercer lugar una crisis de las posibilidades y opciones de una vida buena o vida feliz para los grupos más vulnerables.
Mediante un gigantesco operativo mediático y de control, principalmente, de la pauta publicitaria, todos los gobiernos, incluidos los del Frente Nacional, han diseñado mecanismos estadísticos e informes de gestión, afectados de bases de datos falseados con el único fin de asegurar gobernabilidad y estabilidad, maquillando una realidad que no convalida sus optimismos de sanedrín e ignorando el desconcierto y el asombro de una población humilde, que no les importa, porque su único interés es cuadrar cuentas con la banca internacional y las políticas de gran potencia, principalmente determinadas por los Estados Unidos.
Cuando una crisis política muestra las dimensiones de la colombiana, los presidentes y sus equipos, que se aprovechan de esas crisis y las retroalimentan, no son ni mejores ni peores que sus antecesores y los que los seguirán. Son simplemente los mismos.
Los malos gobiernos no solamente producen víctimas, porque además se surten de la ideología de la victimización para conseguir votos y hacer negocios, especialmente en los multimillonarios contratos de la dotación y avituallamiento militar y, en las licitaciones amarradas para las obras de infraestructura.
Últimamente los gobiernos se lucran en el costoso lobysmo internacional gestionado por líderes cuya credibilidad parecía estar por encima de toda sospecha, la cual utilizan para favorecer gobiernos débiles a cambio de honorarios exorbitantes blindados por contratos amañados.
Como afirma el poeta irlandés William Butler Yeats, la situación actual se debe, entre otras razones, a que “los mejores carecen de toda convicción, en tanto que los peores están llenos de apasionada intensidad”
Durante decenas de años, una bien orquestada estrategia dirigida a poner en cuestión los mejores valores, las más dignas aspiraciones y el resplandor de lo público, han provocado lo que Foucault llamó “la evanescencia del sujeto debida al nihilismo de sus convicciones”.
Que la convicción en los mejores se haya perdido como fundamento y motor de su actuar frente a la realidad, no es algo que haya ocurrido como rayo que cae de cielo sereno.
Matar y ser víctima, a pesar de la horrible banalidad de la acción, son procesos de extrema complejidad. Pese a la fina estructura que separa la vida de la muerte y a la espantosa facilidad que significa pasar de un estado al otro estado, no es posible ignorar la pesada carga de sus consecuencias para la víctima y sus dolidos – (según expresión mexicana)- y para el victimario y los mecanismos que su acción desata.
La antigua convicción transmitida entre generaciones a cargo de las ideas religiosas transportadoras de las leyes divinas o de la acción política creadora de las leyes profanas, la antigua convicción decimos, se expresaba como tabú frente al homicidio y la sumisión reiterada de ese tabú mediante el culto sagrado a una figura totémica.
6-Cometer homicidio significaba perder el favor del tótem.
Perdido ese favor, el transgresor se auto-expulsaba de la sociedad organizada mediante el culto al tótem escogido.
La auto-expulsión lanzaba al transgresor, a partir de la activación de los mecanismos de la culpa, a un vacío nihilista que significaba la pérdida de un punto de apoyo de sus convicciones más profundas y la consiguiente pérdida de razones para seguir viviendo: una especie de muerte por falta de convicciones.
7-No existen países condenados a padecer violencia por determinación o destino.
Sin embargo Colombia, es un país terriblemente violento rodeado de países con estadísticas de violencia e inseguridad ni remotamente cercanas a las nuestras. Llama la atención que nuestras fronteras son selvas o en ellas se encuentran selvas periféricas. Durante siglos Colombia fue un país aislado desde sus fronteras y desde su arrugada geografía interior.
“Tíbet de Suramérica” nos denominó en frase gráfica un ex-presidente.
Enfrentando ese aislamiento o por causa del mismo, Colombia construyó una parodia de legalidad que casi siempre resultaba de armisticios con los cuales se buscaba arreglar las sangrientas guerras civiles.
Según historiadores, en el siglo XIX padecimos más de veintinueve guerras civiles y en el siglo XX sumamos setenta años de conflicto. Colombia es un país de víctimas y victimarios.
Casi todas las principales leyes sociales a partir de la Constitución de 1886 han sido leyes compensatorias o reparativas, caracterizadas por la cortedad o mediocridad de sus alcances.
Asombrosamente la gran mayoría de esas reformas han sido frustradas por otras leyes sociales que obraban como contrarreformas de las anteriores.
La política social en Colombia se caracteriza por movimientos sui-generis: Lenin lo llamó el ritmo de “un paso adelante y dos atrás”.
En épocas en las cuales correspondía al Estado la mayor iniciativa de la responsabilidad social, las políticas que la sustentaban resultaron ostensibles fracasos.
Solo a impulsos de la iniciativa privada durante casi doscientos años ha podido construirse “un país llamado Colombia” y “una Nación a pesar de sí misma”. “Yo ví crecer un país” fue un consultado libro (por parte de las élites), escrito por el empresario Simón Guberek.
Algunas estrategias de alcances locales y regionales, que tuvieron resonancia nacional, se caracterizaron por una gran participación popular y el liderazgo de personajes que captaron la confianza de los sectores de población, casi siempre víctimas de distintas violencias y de los mismos victimarios a los que se sumaban sicarios, matones a sueldo, agentes del Estado o señores de la guerra.
Los raquíticos avances en política social han estado acompañados de la ideología de la victimización, que es, por antonomasia una ideología del atraso, que sirve, en el mejor de los casos para regresar las víctimas sobrevivientes y sus dolidos, al estado anterior a la acción criminal.
La violencia y la victimización en Colombia son de una ferocidad primitiva: necesitan asegurar previamente una indefensión total que produzca en la víctima inminente un terror inmarcesible.
Esa atrocidad primitiva fue estudiada por un notable historiador ingles. Erick Hobsbawm en un libro cuyo título es significativo: Rebeldes primitivos, que analiza entre otras, la violencia colombiana.
Se ha preguntado alguien acerca de cómo funciona en la mentalidad de las decenas de miles de víctimas que anualmente suceden en Colombia, según estadísticas que seguramente deben estar incompletas, se ha preguntado, repetimos, ¿cómo funciona esa ideología en los cerebros perseguidos por el desplazamiento, la mutilación, la violación, el constreñimiento, el despojo y la muerte de sus seres cercanos?
Nadie sabe lo que es ser un desplazado. Es lo mismo que un leproso, todos te huyen, nadie te quiere… decía una pobre mujer antioqueña desplazada de las tierras del oriente.
8-La peor pesadilla de la víctima es un creciente sentimiento de exclusión.
Como dice la bella canción popular “no sé a donde voy…. No soy de aquí ni soy de allá”. Los niños agregan: nadie me quiere.
Ese sentimiento de exclusión está acompañado de una dolorosa sensación de soledad que produce el terror de “no futuro”… de no ser viables. El sentimiento de pérdida por despojo, deriva en un agobiante pánico para socializar, cercado de prevenciones y miedos.
En esas condiciones el entusiasmo de vivir está quebrantado por fantasmas y realidades propias del estatuto de la errancia o del desplazamiento, como lo llaman paladinamente en la burocracia de los operadores sociales.
Se puede dibujar un cuadro que siga la ruta de las macilentas leyes sociales dictadas en Colombia para restaurar, reparar, indemnizar y compensar.
En ese cuadro imaginario se pueden rastrear por región, por territorio y por Nación las huellas próximas, lejanas y remotas de nuestra agobiante pérdida del tabú frente al homicidio y de la gravedad de nuestra degradación totémica:
En una columna el hecho atroz, en la siguiente la circunstancias del cometimiento; en tercer lugar los victimarios y los beneficiarios del daño; en otra columna las víctimas y las circunstancias que quebrantaron sus vidas, con énfasis en dos pérdidas fundamentales: el principio esperanza y la promesa compartida. En la última columna, para dar testimonio de su fragilidad, de su indolencia, de su impotencia calculada y de sus continuas crisis insuperables, el componente llamado país, o Nación o territorio, como se quiera…, de todas maneras el fracaso es el mismo.
9-Ley de restitución y de victimas: un gran fraude
Desde su promulgación se supo que esta ley no podría cumplir sus objetivos por dos razones que significan una línea consecutiva propia de la manera de legislar de un congreso corrupto; de las manipulaciones y asesorías de gobiernos igualmente incompetentes, cínicos ,empantanados en el día a día; preocupados principalmente por las tendencias de las encuestas y de la fútil complacencia que les producen sus inanes golpes de opinión políticos, exclusivamente dirigidos a alimentar titulares de unos medios de comunicación abyectos y serviles .
La ley 1448 de 2011 y los decretos y las sentencias que la desarrollan, embozados en la ideología de la victimización, de espaldas al sentimiento nacional, definen como víctimas para los efectos de la ley, “a aquellas personas que individual o colectivamente hayan sufrido daños por hechos ocurridos a partir del 1 de enero de 1985, como consecuencia de infracciones al Derecho Internacional Humanitario o de violaciones graves o manifiestas a las normas Internacionales de Derechos Humanos, ocurridas con ocasión del Conflicto Armado Interno”. Surge una omisión de a puño:
¿Qué pasa con las víctimas no relacionadas con ese conflicto armado interno que padecen la inseguridad desbordada de las grandes ciudades; los crímenes de la delincuencia común, el fleteo, la destrucción física debido al empleo del acido, los quebrantamientos de órganos y huesos que resultan del maltrato familiar; el hurto, el robo y el atraco, la impunidad por accidentes de transito o la violencia asociada al micro-tráfico , el consumo de alcohol o los abusos policiales?¿Estas no son victimas?¿No existe conflicto armado interno en los barrios marginales y en los deteriorados centros de las grandes capitales y las ciudades intermedias?.
Las respuestas a estas preguntas, se produce con la velocidad del rayo:
Esos casos son atendidos por la jurisdicción ordinaria y por las normas de conocimiento.
¿Qué pasó con las victimas de los crímenes paramilitares anteriores y posteriores a 1985? La respuesta también llega con la velocidad del rayo. Esas victimas y sus circunstancias están cobijadas por la ley de justicia, verdad y reparación y los decretos sucedáneos surgidos de los acuerdos de Santa Fe de Realito.
Toda la ley de victimas está afectada de incongruencias, omisiones y pesados y complicados e inaplicables mecanismos de ejecución. Las metas de esta ley no se han cumplido a la fecha abril de 2015, sino escasamente en menos de 1%. Es una ley atrapada desde sus orígenes por la ideología de la victimización y la racionalidad instrumental (léase la lenta e inexorable extinción del estado) propia del neoliberalismo y de la ideología del mercado.
Con la restitución de tierras, prima hermana de la de victimas, suceden cosas parecidas. Se conoce que cuando las hectáreas a restituir pasan de los 6 millones, a la fecha 2015, se han restituido apenas 4 mil hectáreas. Curiosos por las proyecciones concluyen que se necesitarán 500 años a partir de 2014 para satisfacer las pretensiones de la ley.
Estas normas hacen la ley marco de las negociaciones en la Habana, convertidas en este momento en un callejón sin salida, porque la paz de un lado de la mesa significa la derrota del otro lado de la mesa.
En el escenario de la Habana campea la sin salida de la reparación de victimas y de la ideología de la victimización.
Si no se superan estos dos determinantes el proceso de paz en la Habana tiene sus días contados bien sea porque las negociaciones se rompan o porque acosados por circunstancias políticas o de la crisis social y económica, gobierno e insurgencia firmen los acuerdos signados por la paradoja de Lampeduza: “Cambiarlo todo para que nada cambie”.
Atrás dijimos que los Colombianos no hemos sido contaminados por la ideología de la victimización de una manera furtiva y gratuita. Como en la antigua copla española
10-Aquellos vientos traen estos polvos.
En la formación de la nación Colombiana, (en buena parte importada de España), se exacerbaron su sentido de las castas y los linajes para presumir de su cercanía a las cortes y los reyes e instalar en las colonias un asfixiante régimen de jerarquías, como una pirámide en cuya cúspide se movían en primer lugar los nacidos en España; en segundo lugar los hijos de Españoles, criollos de nacimiento; en tercer lugar los hijos de matrimonio entre español y mujer criolla.
Hasta allí, en la pirámide, se gozaba de todos los privilegios y se abría el camino para todas las sumisiones por razones de clase, de raza o de oficios serviles.
En la base de la pirámide padecían la opresión, el maltrato, el racismo y la exclusión los peones de minería, los esclavos negros, los mulatos y ladinos y los piojosos indios derrotados, olvidando que los piojos y otras plagas fueron regalo de los conquistadores españoles para unos indígenas que por sus hábitos de vida y de alimentación quedaron expuestos a virulentas pandemias que los diezmaron rápidamente.
La iglesia católica como es su costumbre, en unos escenarios, escasos por cierto, ejercía misericordia y denunciaba el maltrato de indios y esclavos negros, mientras en otros escenarios- la mayoría- legitimaba y bendecía el modelo de privilegios, abusos, desprecio y exclusión.
José María de la Riva Agüero un perspicaz aristócrata peruano descendiente directo de Españoles, reconocía haber encontrado rastros de hábitos de aseo y limpieza en las antiguas comunidades Incas y Aymará que contrastaban con la suciedad y el desaseo en los indígenas de su tiempo. “Es una forma de protesta y de afirmación de una raza vencida…cruelmente sometida” escribía el hidalgo.
11-“EL HAMBRE NO ERA LIBERAL NI CONSERVADORA… SIMPLEMENTE HAMBRE”
En las décadas del 30 y 40 Colombia conoció y vivió las extraordinarias jornadas de denuncia y de dignificación conducidas por el caudillo Jorge Eliecer Gaitán. “El hambre no es liberal ni conservadora…es simplemente hambre”. En su vibrante grito “A la carga” impulsaba y contenía- buscando organizarla y canalizarla- una poderosa fuerza popular que había desatado a partir de su desenmascaramiento implacable de unas élites corruptas que saqueaban los recursos nacionales y ejercían a cambio desprecio, racismo y exclusión, las mismas armas ideológicas esgrimidas desde el régimen de castas.
Gaitán demostró que el país político iba en contravía del país nacional y dependía de quién ganara en ese pulso, para vislumbrar el futuro de Colombia. Sorprende que un gran político como él, no se sintiera representando ese país político, sino que fungiera como portavoz del país nacional.
Tenía razón el grande hombre: No había cumplido 30 años y ya su actividad de masas había roto con los mecanismos de la politiquería heredados y aprendidos desde la llamada patria boba (1810).
Su denuncia enfurecida contra los responsables de los asesinatos de obreros huelguistas en la empresa de las bananeras de la costa caribe( Ciénaga), enclave colonial norteamericano, cuya política exterior veía a la mayor parte de Latinoamérica, no sin razón, como “repúblicas bananeras”.
La masacre de Ciénaga se produjo en agosto de 1928; Gaitán tenia para entonces, según unos, 26 años, según otros, estaba llegando a los 30.
Hijo de un humilde librero y de una respetada maestra de escuela igualmente humilde, Gaitán hubiera podido crecer lleno de resentimiento, pero sus esforzados padres le enseñaron a mirar el futuro desde los balcones de la esperanza y no desde los balcones del resentimiento. El inquieto y brillante adolescente se la jugó por eso. Desde entonces se relacionó con los humildes a partir del principio esperanza y de una promesa compartida, que según Hannah Arendt, sumada a la capacidad de perdón son una garantía de permanencia de la acción pública (política) de humanos, casi siempre transitoria y frágil.
Nos hemos detenido en estos rasgos del líder Gaitán porque ninguno como él construyó con fuerza de convocatoria, alternativas contra la ideología de la victimización. Simplemente no soportaba una marcha de victimas.
En su poderosa movilización contra la violencia expresada en forma de discurso por la paz en febrero de 1948, dos meses antes de su terrible asesinato, le dice al presidente de entonces, que con él se encontraba un pueblo perseguido por los violentos, pero que estaba allí firme, convertido en poderosa fuerza subterránea capaz de remover las bases que hacían posibles el crimen, el destierro y el sacrificio de millones de Colombianos.
¡Pueblo!, decía, hay una gente que siente por vosotros asco y desprecio porque sois pobres, porque sois indios, negros y mulatos, porque no habéis nacido en cuna de oro. Yo os digo que sois el principio y la razón de ser de este país, que es vuestro país. No vaciléis si os humillan, os excluyen y os desprecian, un día será el crujir de dientes y morderán el polvo de la tierra, vuestra tierra.
Gaitán llegó al corazón de los humillados y los ofendidos de todas las regiones de Colombia. Les enseño a no mirarse ni sentirse victimas, aunque lo fueran. Los alumbró en fortaleza, en amor por el país, en orgullo y dignidad. Les enseñó a gustar de la música clásica y a compartir escenarios de igualdad a través del arte y la cultura. Les enseñó a soñar y que ese sueño podría realizarse.
Gaitán mismo lo dijo: “que no era un hombre sino un pueblo”.
El 9 de abril de 1948, un viernes a la una de la tarde el reloj de la esperanza y la promesa se detuvo abruptamente.
Colombia se ha convertido en un terrible laberinto con miles de minotauros que devoran sus victimas, especialmente jóvenes.
12-CONTRA EL ATRASO Y LA VIOLENCIA: MODERNIZACION Y SACRALIZACION DE LA NATURALEZA
Las regiones mas azotadas por la violencia rural son paralelamente las más atrasadas en el desarrollo de sus fuerzas y potencialidades productivas; en su infraestructura básica y de transporte; en la provisión de servicios básicos para sus habitantes y en la permanencia de desigualdades que avergüenzan principios de civilización, así sean del primer nivel. Son regiones que ostentan el atraso en forma de “modernidad postergada” en palabras del ilustre filosofo Rubén Jaramillo Vélez. Esas regiones reclaman drásticamente su modernización; no quieren seguir siendo presentadas como tierras de victimas, así lo hayan sido.
No buscan olvidar artificialmente el pasado ni enterrarlo.
Pero reclaman el derecho de convertir en fuerza modernizadora las experiencias de sus padres y sus abuelos.
No huyen de su pasado, pero rechazan estar anclados en el.
Su sueño mas querido es la educación y el ingreso (también lo eran en la plataforma Gaitanista)…la justicia social…así fuera un relámpago de esa justicia.
A Gaitán no se le escapaba y a su pueblo tampoco que la reforma agraria parcelera como la ley 200 del 36 no resolvía los problemas del atraso rural.
Tampoco la ley de la reforma agraria de 1961 o ley del INCORA, pudo servir para algo más que “prolongar economías de simple subsistencia” al decir del gran promotor de esa ley el doctor Carlos Lleras Restrepo.
Entrado el siglo XXI, la economía parcelaria o las zonas de reserva campesina, no pueden ofrecerse como solución eficiente al inveterado problema agrario en Colombia.
Se necesita algo más que los pobres anuncios en la mesa de la Habana.
Se necesitan autopistas construidas con tecnologías de cuarta generación y alianzas público- privadas (APP) que desembotellen regiones de gran potencial productivo con los estándares del siglo que transcurran.
La alianza de empresarios y campesinos no puede dilatarse por más tiempo, atascados por dogmas ideológicos.
Las gentes del campo y la ciudad están cansadas de la corruptela política que devora el país para pretendidamente salvarlo.
No podemos mantener un remedo de democracia comprada con los recursos públicos por unos politiqueros que se pensionan como líderes acosados por medidas de aseguramiento o en la más escandalosa impunidad.
Las transformaciones que el país necesita no resultarán de acuerdos aupados mediáticamente entre “los 20 mil” como agudamente los define el maestro William Ospina.
13-No parece haber voluntad de terminar la guerra.
El gran fracaso militar en la lucha contra una guerrilla debilitada por su ceguera histórica no se debe a las llamadas razones objetivas del conflicto ni cosa parecida.
Es absolutamente asombroso que una fuerza de quinientos mil hombres decorosamente armados y dotados con el apoyo de poderosas potencias internacionales, no hubiese podido concluir militarmente la llamada guerra de guerrillas.
El país está encartado con el aparente prestigio de unas fuerzas armadas calculadamente ineficientes cuya corrupción y burocratización son inocultables, a pesar de las encuestas manipuladas, y amañadas que resultan de una estrategia de propaganda, de ocultamiento y de endiosamiento semejantes a los que vivió en su origen el militarismo nazi alemán.
Lo que vino después el mundo lo recuerda con espanto y vergüenza.
14-¿Qué hacer?
Vale la pena aproximarse a la experiencia de las cinco modernizaciones que se aplicaron en los países del oriente con sus especificidades propias.
Primero. Modernización del Estado, unos más autoritarios, otros más democráticos, todos caracterizados en sus comienzos por enérgicas políticas anticorrupción.
Segundo: Apertura a mercados internacionales a partir de la modernización de las vías de transporte, marítimo aéreo y terrestre, mediante la gran transformación de puertos y muelles, de autopistas amigables con el medio ambiente y adecuadas para altas velocidades y pesos y, la intercomunicación aérea, primero regional y luego global.
Tercero: Salto de calidad en la educación de cobertura universal, contenidos de excelencia y alto interés por la investigación, las ciencias y las humanidades.
Cuarto: Reordenamiento territorial apoyado en estrategias descentralizadoras y desburocratizadoras.
Quinto: Una política de ingresos y empleo con gran focalización redistributiva y dignificación de los recursos humanos técnicos, científicos y profesionales.
Estamos seguros que ninguna de estas cinco modernizaciones le queda grande al país.
Colombia es una gran nación que necesita un gran estado. El primer soporte de un gran Estado es el recurso humano. Desde hace muchos años los políticos y funcionarios estatales, se han rezagado frente a una iniciativa privada comprometida con la calidad y la excelencia.
Esa calidad que en décadas anteriores se expresaba en formas de solidaridad y responsabilidad social, ha perdido protagonismo frente a la seducción de las ganancias y el enriquecimiento a como dé lugar.
Colombia ha padecido el flagelo del narcotráfico, que además de una gran violencia, se expresa mediante la destrucción de valores y tradiciones que fueron siempre razón de nuestro orgullo y cemento articulador de nuestra sociedad.
Pese a que la economía ilegal del narcotráfico ocupa los casilleros vacíos de nuestra dignidad y futuro, no logró erradicar totalmente nuestro compromiso con el trabajo honrado y nuestra creación y goce de riquezas desde una lógica empresarial altamente responsable y cuidadosa de los límites que no pueden transgredirse.
Este encuentro de profesionales y científicos de una rama de la salud altamente compleja, demuestra que nuestra Nación puede contar con una masa crítica sólidamente calificada, altamente participativa y solidaria, a través de organizaciones de profesionales, grupos de cooperación, ligas juveniles y demás colombianos, que serán entusiastas frente a una convocatoria ajena a la politiquería, ajena a la corrupción y a los cantos de sirena de la razón instrumental.
*Este documento fue presentado el 30 de abril en el 2015 en el Congreso de médicos reumátologos en Bogotá.