Las fuerzas de izquierda están ante la responsabilidad histórica de evitar el retorno de la derecha al gobierno, lo cual representaría una regresión a etapas aún no superadas, de las cuales solo recordamos crímenes de Estado, represión, corrupción, agravamiento de las condiciones de vida de la población y todo lo demás que fuera conducente a preservar el statu quo.
Esta responsa significa remover talanqueras sembradas por años por agrupaciones a las que hemos visto envueltas en trapos azules y trapos rojos y a veces en trapos de terceros colores, como los que hoy arropan al Centro Democrático y a Cambio Radical, entre otros.
Para cumplir con dicha responsabilidad, el Pacto Histórico se debe esforzar por convertirse en el buscador protagonista de una gran alianza con otros partidos y movimientos sociales, cuya única, pero imperativa condición debe ser la de compartir sus propósitos de cambio y comprometerse a sacarlos adelante, pues no se trata de repetir la experiencia que estamos viviendo con algunos personajes que solo llegaron al gobierno a buscar un rinconcito para hacerle quite a la orfandad de poder que les sobrevino en el 2022, y que vienen aprovechando para ponerle zancadilla al cambio.
Ahora bien, puede darse un acuerdo nacional como el señalado, pero con el objetivo puesto solamente en las elecciones de 2026. No habiendo nada de malo en ello, será de todas formas una alianza corta de miras, pues lo que se necesita es que pueda proyectarse hacia un trabajo mancomunado en Senado y Cámara. Es de esperar que muchos vean este acuerdo como una alianza de yo con yo, a lo cual hay que replicar que, dados los egos que hay en la izquierda, las coincidencias ideológicas no se reflejan casi nunca en direcciones compartidas, sino en capillas independientes, cada una con su propio párroco.
Lo dicho obliga a asumir el proceso unitario de una manera distinta a como siempre se ha hecho, que ha consistido en conformar una fuerte alianza en torno a un candidato presidencial, pero que para Senado y Cámara no ha pasado de ser una simple unión de símbolos partidarios, sin que ello implique un trabajo de campaña conjunto. Esta es la razón de que la votación por Petro en los pasados comicios hubiera sido de 8 millones 527 mil votos y, promediando, por Senado y Cámara, solo 2 millones 880 mil.
¿Será posible que, al igual que ocurrirá seguramente en la próxima campaña presidencial, también los candidatos a la Cámara escogidos por el acuerdo que se logre conformar puedan comprometerse a no fraccionar el trabajo electoral y empujarlo entre todos, como si fuera una verdadera campaña unitaria?