Es increible como un lugar ha logrado encontrar y abrigar un nicho que estaba abandonado en el centro, un target desolado, un sitio para rockeros, pero un sitio para rockeros (as) que nos gusta bailar. No hablemos de rockeros, Hablemos de melómanos.
Ojo, sí, la noticia es ésa: el rock tambien se baila y se baila incluso mejor que otros ritmos. El rock también se perrea, el rock también se puede bailar en una sola baldosa y haciendo el cuadrito si vos querés. El rock se baila de todos los modos.
Lo del sabado grinch en la Pascasia fue un lindo broche de oro, para un año en el que lo privado (eso que no se puede mostrar mucho, ni decir muy duro, porque qué pena con los correctos, con los que normalizan nuestros ritmos tropicales a todo volumen en calles y edificios), eso que hace la estudiante de arquidiseño en la soledad de su cuarto, eso que hay que escuchar en la intimidad de tu walkman o en tus suscripiciones a podcasts y revistas especializadas, se ha vuelto público. O mejor: lo ha sabido volver público la Pasca'. Un lugar para celebrar la vida, pero también para bailar el intelecto, pues el intecto también merece danzar y cantar.
Sí sras y sres, más Juana Molina y menos música despechada, menos salsa, menos bullerengue. Más pavimento. Menos guadua. Más orden cuadriculado, mas qubits y más beats.
Hablando con el astro del arte plástico, el laureado John Mario Ortiz (alguien con el que venimos frecuentando la noche desde principios de los 90), conversábamos que la Pascasia es lo mejor que le ha pasado al centro de Medellín en muchos años.
Sin elitismos ni segregaciones, la Pascasia ha sabido interpretar y traducir aquellos signos en rotación flotando en el aire, pero que ninguna institución del "distrito histórico" ha sabido captar. Unos estados de ánimo que merecen ser sacados de casa y decir, Hey ya le di un beso a mamá en la frente y se ha ido a dormir. No me quiero quedar en el barrio, en este apartamento. Muy bonitas las velas y todo, muy bonitas las alboradas muy bonito el reencuentro con los hermanos y primos, pero no me quiero quedar, me voy para el centro, para un lugar donde me sepan interpretar. Y, entonces, Alejandro Bernal y Sara Rodas, los dueños del set de Dj a cuatro manos, lo lograron. Les faltó Enjoy The Silence de Depeche Mode, pero lo lograron. Le dieron al centro de Medellín una música que se merece.
Porque, ojo, el centro se llenó de bares de rock. Pero son sitios para cerveciar, para ir a aburrirse, para ver videos - como si ya no tuviéramos suficientes pantallas en casa -.
En últimas, son sitios, en muy raros casos, con un gusto musical bien curado y currado. No ese lugar donde la música no sea un pretexto caprichoso y accesorio que no toma riesgos ni que no pretenda ir a la fija. No un sitio donde la música no sea paisaje.
Pero en la Pascasia han entendido que el centro de Medellín alberga un montón de públicos de alta cultura. No hablemos de rock, hablemos de músicas del mundo, de músicas que han ido a cine, que conocen una galería de arte en midtown, que han leído un buen libro de algún escritor clásico pero tambien de uno que esté descifrando su tiempo y que esté señalando hacia adelante. De música escuchada a partir de lecturas, de viajes que vos hayás hecho por fuera del país. De públicos que estamos cansados de hablar mierda toda la semana y solo queremos mover el esqueleto sin necesidad de estar agarrando a nadie. Bailar solos, pero bailar con un montón de hermanos y hermanas cósmicas (uy, y qué hermanas), gente perteneciente a una hermandad grinch, rockeros cantando y moviéndose con Alaska y Cristina', brother, con Voy en un Coche de Cristina y los subterráneos - que no se baila pero que igual se bailó y que igual hizo explotar el lugar y poner a sacudirse hasta los gringos que acudieron al lugar y que no entendían lo que estaba sonando y menos que tanta gente estuviera coreando- .
Bien por la Pascasia que se la ha pillado. Ha sabido interpretar, más que un sentimiento, cierta sensibilidad.
En efecto, hay personas que ven el mundo distinto por fuera de las convenciones de calendario. Gentes que quieren corazón a la hora de bailar, pero también cabeza a la hora de tararear a todo pulmón.
Digamos que hay melomanías (no hablemos de rock) que resisten cerveza en semana, pero hay otras obligatorias como la del sábado pasada en la Pascasia que solo admiten ron.
Por muchos años se ha albergado el mito de que el rock había perdido a sus chicas para entregárselas a la salsa y al chucu chucu. Falso. Allá estaban en la fiesta Grinch. Más hermosas que nunca y sin celular en las manos. Los burros, pareció, que se fueron a visitar a sus familiares - en las costas y montañas - a través de otras músicas.