Así es, tú, yo, ella, todos; todos de manera cumplida, todos juiciosa y resignadamente, tenemos que salir a pagar con los impuestos que le faltan a la educación o a la salud, el costo enorme de mantener escoltas, radios y carros para Salvatore Mancuso.
Por supuesto que hacemos lo mismo desde hace tiempo y de manera creciente para más de 8.000 políticos, burócratas, gente con sus corbatas brillantes, con sus barrigas y tocados, a un costo superior al medio billón de pesos anuales, porque además de la poca o mucha inseguridad que realmente pueda afectar a unos de estos, en Colombia el negocio de blindados, de escoltas, de todo ese reluciente plomo que se denomina “esquemas de seguridad”, y que es fuente de alta corrupción en lo público y de negocio para exmilitares y empresarios que viven fabulosamente de ello, es también parte del arribismo incrustado al ADN nacional.
Perseguido o no, en peligro o no, aquí andar en enormes camionetas de vidrios oscuros que agreden en las vías, aquí acompañarse de hombres armados que le abren paso al doctor fulanito y miran en forma ansiosa para que este ingrese al restaurante, al gimnasio o a la oficina en el Congreso o en el juzgado, es un anhelo demostrativo, la sustancia de la vida pública para muchos.
La familia de Mancuso también necesita “esquema”, y toda esta sombría película ya sabe, la paga usted, el, ella, yo
Todo eso es cierto y repugna, pero repugna más cuando hay que hacerlo para que alguien como Mancuso ande presente y altivo. Y naturalmente Mancuso hace lo que corresponde a su presencia arrasadora, así que se queja, advierte y cuestiona por su propia seguridad y presume con investidura de gestor de paz; y los que proveen la seguridad en la Unidad Nacional de Protección dicen que es él quien viola normas; que mete en el “esquema” a gente armada propia que no puede ir ahí, y su familia también necesita “esquema”, y toda esta sombría película ya sabe, la paga usted, el, ella, yo.
Hoy no digamos otra vez de la sangre en la Universidad de Córdoba acorralada por las Autodefensas; no digamos de los profesores Jorge Freytter o Alberto Alzate asesinados, de las tierras arrasadas, las mujeres violadas, los trozos de cuerpos sin nombre, aquellos miles de días de angustia, todos de puño y letra de Mancuso.
Solo digamos que no es usual que de una máquina a la que se echa basura y piedras salga una flor. La gestoría de paz de quien tanto terror causó no producirá nada más que ruido y fracaso. Y, por supuesto, no puede decirse menos que de la náusea que produce pagar sus cuentas y sus quejas.
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