Hay demasiados indicios de que está concluyendo la época en la cual el libre comercio y la globalización se consideraban el último y definitivo estadio de desarrollo de la civilización, tal como lo anunciaba en 1992 Francis Fukuyama.
La globalización no terminará si se entiende como la realización de mayores interconexiones mundiales, desarrollos tecnológicos que permiten mejor conocimiento de las realidades mundiales, transportes más eficaces y rápidos, posibilidades de conectar redes científicas, financieras o culturales a un nivel nunca visto.
Tal vez sea mejor hablar de globalismo, o sea la utilización, lectura e interpretación neoliberal de la globalización, cuyo principal beneficiario después de los noventa fue Estados Unidos. George Bush afirmó que la globalización era el nombre que recibía el control estadounidense del mundo.
De este globalismo o globalización neoliberal forman parte las ideas que propugnan eliminar la intervención del Estado en la economía, los subsidios y las barreras arancelarias al comercio de bienes y servicios, y que proponen como política social la focalización. ¿Pero ha suprimido Estados Unidos la intervención del Estado en la economía? Es al revés. El enorme complejo de la industria militar, base de la economía, se alimenta con fondos públicos.
Con el globalismo vino la idea de que las naciones eran algo obsoleto y que el futuro mundial implicaba la primacía del capitalismo, la cultura y el sistema político en la versión estadounidense.
La edad de oro del globalismo duró relativamente poco, cerca de 30 años, y aunque el final demore unos años más, la muerte parece inevitable.
La Organización Mundial del Comercio, OMC, quiso ser el gobierno económico mundial y empezó por quitar las barreras al comercio y a los flujos de capitales. Pese a los millones de dólares invertidos en las cumbres ministeriales desde 1994, la OMC no logró los objetivos deseados. Hoy se encuentra prácticamente paralizada, pues ni siquiera se ha podido integrar su mecanismo de solución de controversias.
Los tratados bilaterales de libre comercio reemplazaron los imposibles consensos multilaterales y ahora los tratados de libre comercio son incumplidos. Estados Unidos no pudo suscribir con Europa el Tratado Transatlántico de 2019, que buscaba aislar a Rusia, y tampoco el Transpacífico de 2017, que pretendía aislar a China. Con solo 14 tratados suscritos, Washington ha apelado a las cañoneras, con las que ha abierto más mercados que con los halagos comerciales.
China pasó de un papel económico marginal a socio comercial de más de 140 países, pero la potencia dominante a escala global le ha declarado la guerra comercial
China pasó de un papel económico marginal en los noventa a ser el principal socio comercial de más de 140 países del mundo, pero la potencia dominante a escala global le ha declarado la guerra comercial. El promotor más entusiasta del libre comercio, Estados Unidos, ha tenido que apelar a múltiples sanciones que no son propiamente una herramienta de la libre competencia. Una buena parte de su manufactura se ha trasladado a otros países en busca de mano de obra barata, el secreto de la competitividad neoliberal.
El nacionalismo, al que en los noventa se le había expedido partida de defunción, ha resurgido con particular vigor y explica el protagonismo que han tenido países como Rusia, China, India, Turquía e Irán, los renovados movimientos de liberación en el Sahel contra las multinacionales francesas e inclusive, los tímidos intentos de América Latina por separarse de la agenda de Washington.
Crece el rechazo a la homogeneización cultural y política, se han estado revalorizando las culturas nacionales, por su aporte a la corriente de la civilización universal, y se reivindica el pluralismo, lo que contrasta con la condena al nacionalismo durante el periodo neoliberal, como se hizo patente con el esfuerzo de la OTAN por balcanizar a Yugoslavia, partiéndola en ocho pequeños Estados, incluido Kosovo –donde está asentada una de las mayores bases militares del Pentágono– y alentar el separatismo de provincias y regiones como en España y varios otros países.
El nacionalismo de los últimos años tiene muy diversas orientaciones ideológicas, pero se enfrenta a la globalización. Lamentablemente, el vacío dejado por la izquierda ha sido llenado en muchos casos por posiciones ultraconservadoras
Sin que el comercio mundial haya disminuido, en todas partes se busca acortar las cadenas de suministro, dar prelación a los Estados cercanos y recuperar formas de integración regional.
Se vino a pique la idea de que la liberalización total racionalizaría la economía mundial. Pasó todo lo contrario. Se exacerbaron los desequilibrios que ya venían desde comienzos del Siglo XX con el surgimiento de las grandes potencias y sus monopolios. El resultado es el que vemos, unas cuantas unas naciones dominantes y otras relegadas a la producción de materias primas, mientras se mantiene el intercambio desigual y se intenta perpetuar la dominación neocolonial e incluso la colonial, como en la República Árabe Saharaui y Palestina.
Como principal beneficiario de la globalización, Estados Unidos está acudiendo a sus fuerzas militares más que a la competencia pacifica para asegurar la hegemonía. Para apoderarse de la economía europea no fue suficiente la apología del libre comercio, sino tuvo que volar el Gasoducto Nord Stream II a fin de separar a Alemania y a Europa de Rusia, y convertirse en su principal abastecedor de alimentos, combustibles y tecnología.
Los países agrupados en los BRICS y que muy pronto agruparan más del 80 % de la población mundial se apartan del globalismo y están creando una arquitectura política, financiera y cultural distinta al polo occidental.
En medio de esta situación, la única alternativa de Occidente ha sido lanzar una guerra contra Rusia, primero en Ucrania, que va perdiendo, y ahora en Siria. Sigue intentando además involucrar a Georgia y Moldavia en un conflicto con Rusia, la principal potencia nuclear y el país más extenso del mundo
Pasó la edad de oro para la globalización y se avecinan los tiempos de la decadencia. Las guerras que el Pentágono está librando para mantener la hegemonía estadounidense ya han arrojado millones y muertos. Nada indica que vayan a terminar. Al contrario, tienden a agudizarse. El presagio es sombrío en el futuro inmediato. Todo confirma que Estados Unidos es la principal amenaza para la paz mundial.