Es indiscutible el regocijo que inunda a nuestra querida Cali tras el éxito de la COP16 de Biodiversidad Paz con la Naturaleza.
Fueron doce días en los que el mundo entero volvió sus ojos hacia nuestra ciudad, o más bien, en los que Cali se convirtió en los ojos y el cerebro de la biodiversidad del planeta.
Para que el mundo ambiental se reuniera en Cali, tuvieron que transcurrir, mal contados, diez mil años desde que la humanidad dio el paso trascendental de ser recolectores y cazadores a convertirse en cultivadores e iniciar el proceso civilizador.
Este cambio, simultáneo tanto en Eurasia como en Mesoamérica, «Quizá fue idea de las mujeres, porque los hombres estaban ocupados en la cacería1», como reflexiona el escritor palmirano Julio Cesar Londoño.
Quien añade que «en Mesoamérica, cuando el mundo era joven y los pueblos vivían en armonía con la naturaleza, la Pachamama cuidaba de todos los seres vivos, las plantas, los animales y de un animalito pretencioso y singular: el ser humano2».
En el ámbito ambiental, los chinos, guiados por Confucio y Lao Tse, fueron los primeros en comprender que la sociedad y la naturaleza deben coexistir en armonía.
Posteriormente, el poderoso mundo griego, con Aristóteles, Heródoto de Halicarnaso y Teofrasto, logró describir, aunque no explicar, las relaciones entre los humanos y la naturaleza.
Infortunadamente, desde la Edad Media ha imperado un feroz antropocentrismo, predicado con la bendición de la iglesia, según el cual todas las criaturas deben estar bajo el dominio de los humanos, marcando así el inicio del apocalipsis ambiental.
Y no es fácil desarraigar el antropocentrismo de nuestras acciones, dado que los humanos «somos la medida de todas las cosas», como lo afirmaba el sofista griego Protágoras».
Ese antropocentrismo, nos nubla la mente frente a la desesperada urgencia de cumplir con las metas, para el 2030, del Marco Global de Biodiversidad Kunming-Montreal: proteger el 30% de las áreas terrestres y marinas; restaurar ecosistemas críticos, como selvas tropicales y humedales; asegurar un financiamiento adecuado para la biodiversidad y lograr una participación equitativa de los beneficios genéticos de la biodiversidad. Para eso fue que se realizó la COP16 de biodiversidad en Cali.
Empero, en lo crucial se logró muy poco: no se cumplieron las metas de financiamiento y los países desarrollados no honraron sus compromisos con las naciones biodiversas como la nuestra.
Hubo mucho desacuerdo sobre la compensación de la biodiversidad, y en general, la implementación del Marco Mundial de Biodiversidad quedó en riesgo.
Por eso, aunque en el evento internacional tuvimos un magnífico desempeño como nación, departamento y ciudad, y es cierto que somos el segundo país más biodiverso del planeta, después del Brasil; no debemos jactarnos demasiado, pues hace solo 500 años, cuando llegaron los conquistadores, éramos una sola selva desde el Pacífico colombiano hasta el Atlántico brasileño.
Estos territorios estaban en «condiciones casi idénticas a cuando se consolidaron después de la última glaciación3».
Así que, por haber realizado el evento, no nos convertimos en la capital del Pacífico colombiano. La capital del Pacífico colombiano ha sido y sigue siendo, Buenaventura.
Nosotros somos una espléndida ciudad andina que se ha empecinado en permanecer de espaldas del Pacífico, que es donde reside la verdadera riqueza.
Por otra parte, realizar la COP16, de Biodiversidad tampoco nos convierte en la capital mundial de la biodiversidad; de ser así, quince ciudades que nos precedieron en ese honor, estarían disputándonos el título.
¡Pero, ojo, y esto es lo importante: si nos lo proponemos, ¡podemos serlo! Lo primero que hay que hacer, es cumplir con el mandato de la meta doce del Marco Global de Biodiversidad Kunming-Montreal, que es obligatoria para gobiernos locales de las grandes urbes urbanas, como Cali:
«Aumentar significativamente la superficie, la calidad y la conectividad de los espacios verdes y azules en las zonas urbanas y densamente pobladas, así como el acceso a ellos y los beneficios que se deriven de ellos, de manera sostenible, integrando la conservación y la utilización sostenible de la diversidad biológica, y garantizar una planificación urbana que tenga en cuenta la diversidad biológica…»
Ese es el mandato nítido: conectar nuestros parques entre sí y estos con la ruralidad, para crear bosques urbanos.
Desentrampar nuestros siete ríos y permitir que su franja protectora sea el camino de la biodiversidad. No es difícil ni extremadamente costoso. Pero, para eso, hay que remover viejas regulaciones urbanísticas, de corte antropocéntrico.
Propongo que el señor alcalde Alejandro Eder, quien ya tomó la luminosa idea de peatonalizar la plaza de Caicedo, construya de inmediato un sendero ecológico —de no más de 200 metros— desde el río Cali hasta la plaza de Caicedo y lo transforme en parte integral de un bosque urbano que conecte el corazón de la ciudad con los Farallones de Cali. ¡Hermoso, conveniente, biodiverso!
Claro que se puede hacer mucho más: el bosque urbano -no parque- que se va a crear en el predio de la Carpa de la Cincuenta, mediante el deprimido de la vía y su conexión con la franja protectora del rio Cañaveralejo.
El que se debería hacer en la calle 16 con carrera setenta, mediante su conexión con el río Meléndez, así como el traslado tanto de la base Aérea como de la Tercera Brigada a zonas más cómodas y mejores (la SAE tiene los terrenos), fuera del perímetro urbano, para convertir esos espacios en bosques urbanos. Y otros -muchos-más.
Se requiere buenas dosis de creatividad y Cali podrá ser de hecho y de derecho la Capital Mundial de la Biodiversidad. El alcalde Alejandro Eder y su equipo tiene la palabra.
1 La COP16 de Cali para Niños. Julio césar Londoño y Pedro Luis Barco Díaz. Libro sin editar
2 ibidem.