La cultura política colombiana, desde los orígenes de la república, se ha caracterizado por el caudillismo y el aglutinamiento de las masas al rededor del nombre de una persona, como fue la época del bolivarismo y el santanderismo, y así ha sucedido durante más de dos siglos. El proyecto político y la plataforma ideológica pasan a segundo plano y muchas veces, ni siquiera se difunden públicamente las ideas y propuestas que contienen las luchas de los personajes. El debate político se reduce a los ataques personales.
Hoy, en el tercer decenio del Siglo XXI, igualmente vemos que la llamada polarización política gira en torno a dos nombres de personas, a quienes le apuntan los ataques y las defensas de contrincantes y seguidores, cuando en el trasfondo, lo que se encierra es una confrontación de dos modelos económicos precisos, acompañados de tipos de Estado con sus propias particularidades. Por un lado, el modelo neoliberal que en el país lleva ya cerca de cuarenta años causando estragos lamentables, y por otro lado el modelo Progresista que se pretende instaurar sobre la base de un enfoque de tipo social y humano. El primero con un tipo de Estado sustentado en el enfoque financierista convertido en un simple deudor de los especuladores internacionales del dinero y víctima del mercado de capitales y el segundo con un tipo de Estado sustentado en el humanismo con el rol esencial de convertirse en el mecanismo que propicie mejor justicia social.
El modelo neoliberal, cuyo núcleo de generación de riqueza y acumulación es el mercado de capitales donde navegan los rentistas con sus operaciones especulativas, hoy está sometido a lo que algunos economistas han llamado el Tecnofeudalismo, donde los agentes de la economía están esclavizados de la nube, con sus plataformas tecnológicas que navegan en el ciberespacio, y que han convertido a la nube en el núcleo de generación de ingresos rentísticos, cuyos beneficiarios son los gigantes tecnológicos que llaman las “big tech”.Es decir, el neoliberalismo, que por sus mismas contradicciones dialéctica está en proceso de consumación, a partir de la pandemia para acá tiene un factor externo que está acelerando su desenlace fatal.
El fenómeno golpea con más fuerza en los países de mayor concentración económica y poder como es el caso de Estados Unidos, de modo que a Latinoamérica llega el consabido coletazo, cuyos efectos son aún impredecibles. Pero en todo caso, es necesario considerar el alistamiento general para afrontar los golpes que la economía global produzca. Por ello el Progresismo, que propone un modelo privilegiando el aparato productivo por encima del rentismo, un Estado responsable con el manejo de los bienes públicos, un régimen político basado en la democracia participativa, un ordenamiento territorial montado sobre la descentralización política, una estructura de financiamiento del Estado alejada de la deuda pública y concentrada más en los impuestos progresivos directos y una política social alejada del financierismo para concentrar los propósitos en el humanismo, no puede estar a la sombra del nombre de una sola persona, así sea tan brillante y experto como quien hoy ocupa la presidencia del país.
El progresismo debe sembrarse sobre el proyecto político de cambio, independientemente de los nombres de las personas que han iniciado el proceso y que han permitido adelantar la etapa de aprendizaje que muchas enseñanzas deja, como todo proceso histórico. El primer gobierno del cambio es una experiencia que ha permitido el conocimiento de los avatares de la política nacional y con ello la posibilidad de aplicar los ajustes y correcciones a los errores que normalmente se producen en el comienzo de cualquier empresa social, por lo cual hoy es conveniente sacar la conclusión de que es necesario entrar en la despetrización del progresismo.