El mejor presidente de Colombia será el que ejecute tres tareas: hacer efectivo el monopolio de la fuerza por el Estado en todo el territorio, organizar la administración en forma adecuada para lograr crecimiento rápido y sostenido, y así mejorar la distribución del ingreso y reducir la informalidad, y persuadir al país de la necesidad de distribuir los poderes públicos de manera acertada.
La primera tarea es urgente: en 2002 A. Pastrana entregó a Uribe 468 municipios bajo control de grupos armados ilegales; en 2010 J. M. Santos recibió 242 municipios en esa situación, más de un tercio del territorio; hoy la cifra puede estar cerca de 500. Además, hay zonas en las ciudades importantes donde la policía no tiene autoridad reconocida.
La compleja geografía del país ha impedido siempre el pleno control sobre el territorio, pero el auge del narcotráfico en los años 70 del siglo pasado socavó de manera radical la precaria seguridad. Las tasas de homicidio estuvieron por encima de 100 homicidios por cada 100 mil habitantes en los años 80; han bajado, pero aún son muy altas; en 2023 la cifra fue 26 por 100 mil, superior a la de 2022, en tanto que la máxima tasa entre los países desarrollados, la de EE.UU., es 4 por 100 mil. La Constitución promueve el desorden: si bien es deber del presidente proveer seguridad y la policía es del orden nacional, ella está subordinada al alcalde en cada municipio.
La segunda es la más fácil: el equipo a cargo de la Nación, compuesto por casi 30 personas que dependen del presidente, es inmanejable: las reglas de gestión aconsejan no más de 12 personas en un equipo primario, para asegurar coherencia y ejecución conjunta de tareas con eficacia.
El gobierno nacional debe descentralizarse en lo pertinente y los departamentos deben agruparse en regiones, de manera armónica. Debe haber revisión semanal de ejecución, mensual para examen de ejecución, y trimestral para ajustar prospectiva y aprobar proyectos.
La tercera es la más importante para el largo plazo: el único país desarrollado con régimen presidencial es EE.UU., la primera democracia liberal del mundo, que sirvió como modelo a los países de Iberoamérica, que declararon independencia a principios del siglo 19. Casi todos los países desarrollados diferentes de EE.UU. tienen régimen parlamentario, aunque en Francia es mixto.
Como punto de partida se debe elevar a 5% la proporción de votos para permitir participación de partidos y movimientos en el legislador, y establecer financiación de campañas a cargo exclusivo del Estado, con formatos normalizados para evitar que decidir sea ejercicio de derroche en publicidad. Ello no inhibe la libertad para los proponentes, y la facilita a los votantes. El número de congresistas en ambas cámaras debe reducirse, para permitir el trabajo ordenado y efectivo.
Debe haber diferencia en funciones: las iniciativas deben hacer tránsito primero por la baja, conformada por circunscripciones unipersonales, y después por la cámara alta, cuyos miembros representarían regiones. De interés prioritario para un legislador bien conformado serían revisar la justicia para hacerla eficaz y establecer sistema de control interno. La administración debe tener junta directiva como máxima instancia, nombrada por la cámara baja.
Así las cosas, el mejor presidente sería el último. Ningún sistema es perfecto pero el de Colombia es pésimo. Se abre la discusión.