Una sotana, un clériman y un crucifijo colgado sobre el cuello, son apenas algunas de las características con las que se camuflan varios depredadores en el mundo. Los mismos que son protegidos por una institución que dice ser un faro de espiritualidad y moralidad, pero en su interior se dedica a la crianza de demonios, a los que ni las llamas del mismísimo tártaro parecen tocar.
Los templos católicos llenos de santos, pinturas y cruces, en muchos casos se han convertido en el verdadero viacrucis de hombres y mujeres, quienes, buscando el paraíso, encontraron el infierno a manos de los “enviados de Dios”, agresores que a toda costa buscan lavarse la cara, mientras los inocentes no encuentran la forma de limpiarse la piel.
Esta fachada, “refugio de fieles”, no solo congrega la fe de sus creyentes, sino que es testigo, en su sombra y sus muros silentes, de los oscuros secretos que la historia lamenta, de abusos callados y promesas pendientes. Una imborrable realidad, que grita desde el corazón de las víctimas y hace eco al dolor, cruel desvelo donde la esperanza se desvanece, pero la justicia divina prevalece.
En Colombia, más de 600 casos de pederastia han sido revelados, en Cali, el panorama es igual, varias denuncias reposan en el silencio de los “justos”, mientras los “ministros de la fe”, siguen acumulando cientos de casos en un archivo secreto, que no pretenden revelar.
La iglesia es cómplice al no denunciar a sus pastores, pues bajo la “luz del altísimo” justifican sus pecados, esconden a sus ovejas, los cambian de rebaño y les siguen pegando la lana, para ocultar su feroz instinto que como depredadores sexuales no pueden retener.
Es de resaltar, que no todos estos “voceros de la palabra” son así, existen aquellos que por vocación dedican su vida a proteger la de otros, pero la oscuridad de esta iglesia es tan grande, que la luz se ve opacada por aquellas tinieblas que ahogan la verdad en mentiras y la justicia se esconde entre sombras y desdichas.
Luego de un “retiro espiritual” estos depredadores siguen promulgando su dudosa fe, engañando feligreses y cazando presas para volver a cometer sus fechorías. Así es como actúan, tirando la piedra y escondiendo la mano; la misma con la que inician sus vejámenes y les dan la bendición a sus creyentes.
Los sobrevivientes no necesitan más sermones, piden acciones conforme a los valores de justicia, verdad y dignidad que, de manera hipócrita, ha predicado durante siglos, pero parecen no aplicar. La única manera para sanar es que la iglesia católica acepte su verdad.