La escena en la que Bon Jovi entrega a Carlos Vives el Grammy honorífico (Persona del Año 2024) en el Kaseya Center de Miami, era totalmente impensable en la Década de los Ochenta, casi que nadie llegaría a imaginarla, eran dos mundos totalmente ajenos, unirlos no solo era un exabrupto -casi como un colombiano “pisar” La Luna- sino además un buen chiste para evidenciar nuestro innegable “complejo de inferioridad” latinoamericano.
A finales del Siglo XX -antes de la aparición de la alucinante “Gota Fría” de Vives, y “Pies descalzos de Shakira- escuchar a los cantantes colombianos no era para la “gente bien”, sino que era música para los “gambas” –como despectivamente los “niños bien” señalaban a los muchachos de los barrios populares- o como hace muchos años Martín de Francisco –en la Tele Letal- no tuvo reparos en afirmar que a Raül Santi lo escuchaban solo las “mantecas” -empleadas del servicio- y por ese prejuicio precisamente se sacrificaron artistas tan grandes como Fausto y Manuel Fernando –con el mismo calado del español Camilo Sesto- o la excepcional Martha Patricia Yepes, quien con su increíble balada pop “Ya lo sabía”, superaba con creces a las mexicanas Daniela Romo y Amanda Miguel.
Pero tenían un problema: ¡Eran colombianos! Y no era bien visto preguntar por su trabajos en una discotienda, ni mucho menos a nadie se le ocurría asistir a sus conciertos en el estrecho Teatro Jorge Eliécer Gaitán en la Carrera Séptima –en donde el entonces baladista Carlos Vives cantó gratis para una Asamblea de la Unión Patriótica (UP)- mientras los “extranjeros” Raphael, José Luis Rodríguez o el olvidado Emmanuel llenaban a reventar el Estadio El Campín, por lo que el Gobierno Nacional declaró por solidaridad octubre como el mes del artista colombiano, y hasta el astro español Julio Iglesias –compadecido con la tragedia del talento criollo- dijo públicamente que conocía varios cantantes colombianos, y “que por cierto eran muy buenos”, hasta tal punto que alguna vez expresó su intención de cantar el éxito “Hagamos el amor” de Manuel Fernando.
Con la irrupción en los Ochenta del “Rock en Español”, las “bandas” colombianas también fueron víctimas de este infame prejuicio, hasta tal punto que grupos tan valiosos como Compañía Ilimitada, Pasaporte y Zonal Postal, pasaron a ser los “teloneros” en Colombia de los mega concierto de Toreros Muertos, Prisioneros, y Hombres G, mientras los “niños bien” a regañadientes aceptaban esta nueva ola, siempre y cuando fueron los argentinos Charlie García, Fito Páez y Soda Stéreo, y cómo no –en el Concierto de Conciertos de 1988 en El Campín- saciaron su frustrado delirio de grandeza, cuando cantaron al unísono “Making Love” del dúo británico-australiano Air Supply - Graham Russell y Russell Hitchcock- siendo ésta la primera “banda” de importancia en visitar a nuestro País.
Ese “infame” prejuicio condenó a la banda de heavy metal colombiano Kraken –a la altura de cualquier banda del mundo- y menospreció el rock popular vanguardista de Aterciopelados, sin ser suficiente para el “exigente” público colombiano, que su vocalista Andrea Echeverry cantara con Gustavo Cerati, el mítico clásico “En la ciudad de la furia” de Soda Estéreo, siendo igualmente víctima un joven rockero samario (Carlos Vives), quien tuvo la herejía –decían los “niños bien”- de cantar un cover de “Yo no quiero volverme tan loco” de Charly García, estando condenado también Vives a engrosar esa lista de cantantes teloneros colombianos, hasta tal punto que -en los noventa- un joven mormón puertorriqueño –que casualmente conocí en Chía (Cundinamarca)- me decía extrañado que mientras Vives había sido todo un éxito en esa isla estadounidense, era evidente la indiferencia y desprecio por su trabajo “acá en Colombia”.
La entrega del Grammy del estadounidense Bon Jovi a Carlos Vives, no solo hace justicia con esos otrora cantantes colombianos, sino que pasa la página de una época en que la predilección por los cantantes extranjeros, era una expresión dramática de nuestra baja autoestima como latinos, asaltándome la curiosidad de qué pensarán esos “niños bien” de los Ochenta, al escuchar la palabras de Bon Jovi en el Grammy, exaltando el excepcional trabajo de Vives:
“Una de las mayores alegrías de mi carrera ha sido tener la oportunidad de viajar por América Latina y experimentar el calor, la pasión y el increíble espíritu de su gente. Carlos, durante décadas, has encarnado este espíritu y has utilizado tu voz para crear un mundo mejor a través de tu música. Tu legado va mucho más allá del escenario y ha dejado huella no solo en tu comunidad, sino en todo el mundo”: Bon Jovi.
Sin palabras… solo falta que ahora los “niños bien” colombianos de los Ochenta, digan que Bon Jovi también es “un gamba”…
Al parecer, esos “niños bien” se han unido al ahora clamor por nuestros cantantes nacionales –prefieren pasar desapercibidos- hasta tal punto que las frecuencias radiales La W (antiguo Caracol Estéreo), y La FM –como también Radioactiva- no solo ahora pasan música en español –antes era única y exclusivamente en inglés- sino gran parte de su programación es de artistas colombianos, incluida la nueva versión de la Banda Kraken –una vez desaparecido su líder Elkin Ramírez- en donde se destaca la imponente y osada voz de la sensual Roxana Restrepo.
Coletilla: A mediados de la década pasada, tuve la oportunidad de encontrarme con Carlos Vives en el Capitolio Nacional, cuando la Plenaria de la Cámara de Representantes, lo condecoró con la Orden de la Democracia Simón Bolívar, quien me saludó de manera afable –aún más cuando le dije que era de Yopal- a lo que no dude en decirle, mientras se alejaba para entrar al majestuoso Salón Elíptico: ¡Nos debes con el Cholo Valderrama un concierto en Casanare!
Carlos se volteó lentamente, y como cayendo en cuenta de un asunto que tienen traspapelado entre las miles de cosas que tiene por hacer, me dijo pensativo y mirándome fijamente a los ojos:
"¡Sí señor!, así es..."