“No queremos guerras. Podemos acabar con Isis en tiempo récord (…) No voy a iniciar ninguna guerra”.
—Donald Trump, discurso de la segunda victoria.
Un tipo que no necesita del negocio de las armas para hacerse rico, porque de hecho, ya lo es.
Preferimos a este hombre primario que ha aparecido hasta en los guiones de la WWF, pero del que se sabe qué esperar en el poder, a los “pacifistas demócratas”, que siempre están prendiendo guerras en el mundo para lucrarse de ese negocio y expulsaron de su país muchos más latinos que DT en cada gobierno (mirar cifras):
MARCO RUBIO: UN SECRETARIO DE ESTADO DE MANO DURA
Muchos dicen que será enemigo acérrimo de Petro por el tema de laxitud con los grupos armados al margen de la ley que controlan el negocio de la droga en Colombia.
En mi criterio:
1. Si no se persigue la coca, los productores y comercializadores prosperan y se nos adueñan de las Instituciones. Ejemplos: Escobar, Chupeta, los Rodríguez Orejuela, el Ñeñe Hernández, Paramilitares, FARC, Estado Mayor Central, Disidencias FARC, Autodefensas Gaitanistas, Clan del Golfo, BACRIM.
2. Si se persigue y se erradica, se quiebra el país. Esto no lo reconoce ningún economista porque se pronuncian de forma pulquérrima. El Estado ha abandonado 225 municipios que viven de esto, que a su vez traen con su negocio los dólares a Colombia evitando que se nos trepe el dólar. Cuando se deja de incautar, el dólar baja.
Pero también de ese problema viven miles de familias que dependen de la DEA y debe haber otro negocio que es el de las armas, de por medio.
Si Rubio acabase con el negocio de la droga podría ser asesinado por la misma DEA que necesita de él. Mientras tanto Petro, como todos los gobernantes que hemos tenido, sabe que la situación es tan compleja que toca buscar un equilibrio: si acaban con la coca, quiebran el país y no hay quien modernice 225 municipios sin seguridad, sin justicia, sin vías y con una educación y salud paupérrimas.
En resumen, tanto allá como acá: todo Gobierno para tener gobernanza debe saber conectar con su audiencia. El pueblo quiere escuchar unas cosas para votar; el Gobierno quiere decir otras, y muchas veces lo que debe hacer no tiene nada que ver con ninguna de las dos.