Guardando obviamente las proporciones en todo sentido, son bastante curiosas las similitudes de la mayoría de los gobiernos de nuestro querido continente americano y la reciente elección de Trump, con tan contundente ventaja que, dicho sea de paso, desbarató cualquier previsión de las encuestadoras, es un triste ejemplo de ello.
Ya es caduco hablar de si éste o aquel gobierno es de derecha o de izquierda. Eso ya no importa pues lo que viene reinando es un fanatismo enfermizo y extremista que lleva a esas dos orillas a que, al final, actúen de igual forma. Ya no valen argumentos (que casi que ni siquiera los hay), sino la capacidad de insultar, gritar y hasta amenazar, muchas veces a base de mentiras y manipulaciones, a cualquiera que tenga la osadía de contradecirlo.
La llamada “democracia más grande del mundo”, que de hecho, y muy al contrario de nuestro vecino venezolano, algo lo demostró con la transparencia, agilidad y aceptación de los recientes resultados, desenmascara un pueblo egoísta y cortoplacista, al que no le importan los valores ni la moral de quién lo gobernará ni la solución de los problemas globales, con tal de que les brinde, al menos en promesas de campaña, un bienestar casi inmediato. No de otra manera se explica que Trump, convicto, acusado de delitos sexuales, de evasión de impuestos y otros cargos, con muestras claras de racismo y fascismo, haya conseguido tamaño triunfo.
Desafortunadamente esa visión de momento, sin importar el largo plazo (con la excepción de perpetuarse en el poder) es en lo que ha caído en general Occidente. Y hablo de similitudes porque, insistiendo en que no importa de que orilla sea, casos como el de Trump se ven por montones en nuestra región. Es solo mirarnos internamente. O alguien puede racional y objetivamente explicar cómo Petro consiguió más de 11 millones de votos con su cuestionable pasado y presente? Y no me refiero solo a su pasado de raso guerrillero ni tampoco solo a su nefasto paso por la alcaldía de Bogotá, sino a su sospechoso recibimiento de bolsas de dinero en efectivo y los pronunciamientos anteriores y posteriores, algunos de su propia gente, sobre dineros dudosos y que sobrepasaron con creces los topes legales permitidos.
Creo que una de las preguntas que nos debemos hacer es en qué momento la democracia se volvió simple y llana dictadura, muchas veces disfrazada? Y considero que la respuesta obligatoriamente pasa porque en ambos extremos, sea derecha sea izquierda, los gobernantes de turno en general “entienden”, en y para su cargo, la necesidad de tener en sus bolsillos tanto a la rama legislativa como a la judicial, manipulando además los entes “independientes” de control (fiscalía, procuraduría, contraloría).
Y por qué llegamos a ese punto? Por la maldita polarización. Ese manifiesto y hepático odio hacia el opositor de turno, que lo único que busca es que al otro le “vaya mal”, para que en el siguiente período presidencial recuperen, si es que lo han perdido o soltado, el corrupto poder. Así, mientras Trump llama narcotraficantes y brutos a los demócratas, tal como Uribe llama guerrilleros y narcotraficantes a sus opositores, Biden los llama basura y Petro mafiosos. En lo poco que coinciden en sus insultos es llamarse unos a otros nazis.
Esa superficialidad, esa falta de empatía, ese irrespeto a las otras ramas institucionales del poder público, esa falta de querer de verdad trabajar honestamente para contribuir a mejorar la calidad de vida de sus conciudadanos y, tomando prestadas frases de Gonzalo Castellanos, “esas fanfarronadas de agrandado y esas ínfulas de mesías” del gobernante de turno, llevarán a la postre a la caída de ese “imperio” occidental, dominador del mundo por tantas décadas. Se han perdido oportunidades únicas, grandes y pequeñas, de devolverle a la democracia griega su título de “imperfecta pero el mejor modelo”. La perdió Biden al insistir con su candidatura y reconocer tardíamente su inevitable vejez. La perdió Petro al continuar con las mismas mermeladas, nepotismo y corrupción que tanto prometió combatir y acabar. La perdieron en su momento Bolsonaro y Lula, Piñera y Boric, Fernández y Milei, por nombrar solo unos ejemplos. Y cuáles fueron y son sus denominadores comunes? Radical fanatismo extremista, autoritarismo, falta de respeto a la independencia de poderes, falta de real espíritu y voluntad para consensuar (la patria por encima de los partidos) y/o la contagiosa corrupción.
Pero ¿qué reemplazará (o salvará) a esa mortalmente herida “democracia”? Será peor el remedio que la enfermedad? Seguramente no serán ni los Trump, ni los Putin, ni los Netanyahu, ni los Jong-un, ni los Bukele ni los Maduro ni los Petro los que la salven. Será una nueva Europa más ecuánime y menos corrupta, o una Oceanía joven y responsable? Ya lo vivirán (y disfrutarán o sufrirán) las nuevas generaciones, si es que a ninguno de los anteriores dictadores disfrazados de falsos demócratas les da por desatar la temida hecatombe mundial y ahí sí, como ya lo predijo el genio Einstein: “…la cuarta será con piedras y lanzas”.