Sí… la agenda universitaria global y local hoy es otra. De las formas de Córdoba, Argentina, en 1918 o París y México de 1968 y las movilizaciones políticas y sociales que, en Colombia, derrotaron al dictador Rojas y confrontaron la hegemonía partidista y a su séquito de privatizadores y saqueadores del Estado, hoy se va por un camino que combina la búsqueda de conocimiento en aulas, grupos y semilleros, con la solidaridad y defensa del planeta, justicia social con diversidad e identidades de género, salud mental y multiculturalidad e interés por el mundo del trabajo.
La agenda ya no opera a través de la costumbre política que le daba estabilidad, eficiencia y hacía previsibles las rutas y los resultados. Los esperados debates por la política pública de educación superior, la defensa del poder popular y el endurecimiento de sus luchas contra la hegemonía de élites, están en pausa.
Las cifras y ejemplos indican que los comportamientos y actitudes de liderazgos y activismos universitarios, están transformando, no solo el entorno académico, sino también las dinámicas laborales y sociales a nivel global.
Sus agendas no evidencian secuencia en las motivaciones anteriores a pandemia. Salvo en tareas aplazadas de democracia y autonomías, las tendencias y maneras de ser son otras, influenciadas por avances tecnológicos, cambios sociales, preocupaciones ambientales y una marcada relación con la identidad personal. La pandemia impuso modos de ser, actuar, comunicar y relacionarse con los otros, rompió el orden escalar y tradicional de vivir, luchar y buscar respuestas sobre el futuro.
La polémica ideológica y la acción política de adhesión a formas de poder sostenido por partidos, sindicatos y organizaciones de base, y los debates por la agenda político-cultural de las universidades, en lo local parecen haber cerrado un ciclo con el estallido social de 2021 y girado hacia formas menos centradas en la política, más flexibles y con amplias temáticas mezcladas, con más conexiones al momento, pero menos alcance sobre el sentido de totalidad de los problemas.
La agenda común postpandemia aparece centrada en un creciente interés por el cambio climático. Según el British Council, en 2020, un 67% de universitarios de América latina considera que dicho cambio constituye el mayor desafío de la humanidad y esperan asumir un consumo consciente – mediante el uso de productos ecológicos y éticos y un estilo de vida responsable. Según el World Economic Forum, el 71% de jóvenes a nivel mundial lo encuentra como una crisis más urgente que la pobreza.
La justicia social, basada en garantías a derechos y reconocimientos a la diversidad e inclusión de sexo y género, es otro componente de la nueva agenda social de la juventud universitaria. Wlla les permite visibilizar agresiones, cuestionar conductas negacionistas de la identidad de género y de la diversidad sexual y promover la despatriarcalización.
Según el informe de ONU Mujeres 2020, más del 90% de las mujeres universitarias han sido víctimas de algún tipo de acoso sexual y el 76% de violencia basada en género (VBG) en algún momento de su vida académica. Existe, así mismo, una creciente preocupación por las barreras existentes para impedir reconocimiento a las comunidades LGTBIQ+ de las que hacen parte (en Estados Unidos) algo más del 15% de los estudiantes universitarios.
Los gobiernos universitarios, presionados por esta situación emergente, han adoptado políticas inclusivas de reconocimiento y respeto a derechos y de rechazo a toda violencia. Ellas aún no se traducen en avances estructurales hacia culturas de respeto y convivencia con garantías, a las que agreguen medidas afirmativas de ingreso y permanencia de otros grupos que representan diversidad étnica, racial, víctimas del conflicto armado y personas con discapacidad.
La preocupación por el cuidado de sí, y de la salud mental son un tercer componente de la actual agenda de la juventud universitaria.
Este aspecto emerge en respuesta a la afectación por ansiedad y depresión padecida por el 33% de jóvenes (informe mundial sobre salud mental, OMS, 2022) que demandan apoyo psicológico y medidas integrales, no paliativas, ni reducidas a temas aislados para agregarle al bienestar universitario.
En este eje de agenda común, se agrupan también el multiculturalismo y la movilidad. Eso explica el aumento porcentual de los intercambios y estudios en el extranjero: de 6 millones de estudiantes en el mundo antes de pandemia, se pasó a cerca de 9 millones, mientras que en Alemania el 13% de universitarios hoy son extranjeros, según el informe de la Unesco de 2021.
El último, pero no menos importante, punto de la agenda juvenil universitaria es la flexibilidad laboral como búsqueda de sentido de la academia. Buscan tener trabajo mientras estudian. No es solo un asunto de obtener ingresos por concepto de remuneración, sino de poner en práctica los conocimientos teóricos adquiridos en la universidad y vivir experiencias significativas.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) calcula que el 42% de universitarios del mundo estudia y trabaja y buscan completar sus expectativas con emprendimientos. Por su parte, la organización Endeavor, en 2021, descubrió que el 30% de la población universitaria tiene interés en crear su propio negocio, sobre todo startups y empresas de base tecnológica.
El cambio de enfoque indica el paso de una agenda centrada en asuntos de poder y política general (como cambios en el sistema de gobierno y demandas sociales amplias) hacia una política del sujeto, que dimensiona cuestiones de identidad personal, derechos individuales, diversidad, género, salud mental, justicia social en su contexto inmediato y emprendimientos económicos.
Esto, sugiere que estamos en un momento de desplazamiento de la lucha por cambios estructurales e institucionales hacia una demanda por espacios de reconocimiento y autonomía en entornos más específicos, al tiempo que se fortalece el compromiso por causas globales y la independencia económica.
Este cambio de agenda y prioridades de la juventud universitaria puede explicar por qué ella, en Colombia, no ha mostrado su contundente y acostumbrado accionar como protagonista al interior de movimientos sociales y políticos en las calles. Por ahora, aparece dispersa, con un abanico de demandas que abarcan desde mínimos detalles de la vida académica, hasta la defensa de la vida y del planeta.
Dentro del significativo 56% de jóvenes entre 18 y 28 años que participó activamente en las manifestaciones de 2021 un alto número eran estudiantes universitarios, según informaciones publicadas por la Defensoría del Pueblo. Este porcentaje no ha aparecido en las manifestaciones en defensa del Estado de Derecho y del gobierno actual, que fue elegido gracias al voto popular y, en mucho, gracias a votantes que participaron en las movilizaciones del 21.
Otro factor que puede explicar la ausencia parcial de la juventud universitaria en estas movilizaciones, tiene que ver con el uso intensivo de tecnología. Esta y los algoritmos usados por las redes sociales, alientan la individualidad, les sujeta la vida colectiva a conexiones digitales para estudiar, socializar y trabajar, cada quien, a su medida.
Esas redes están en la cotidianidad del 90% de universitarios. Las usan para informarse, socializar y participar de grupos mediante textos cortos, frases, memes, códigos y un mínimo de uso del verbo. Instagram, TikTok y LinkedIn se extendieron para ocio y para temas académicos y laborales y copan buena parte de la cotidianidad. El chat GPT, cada vez más utilizado por la juventud, juega un papel de “actor artificial” acrítico.
Quizá por eso, la Encuesta Global de Educación, realizada en 2022, mostró que más del 80% de universitarios en el mundo tienen preferencia por métodos de aprendizaje híbrido o totalmente en línea. Le concedieron poca importancia al encuentro presencial.
No es claro qué se ha perdido, ni qué se ha ganado. Es gratificante sí, una acentuada conciencia de paz colectiva, de mayor comprensión de que la guerra es muerte y su existencia ocurre por la explotación de la ignorancia.