¿Es la guerra total la alternativa a la paz total que como política gubernamental no ha dado mayores resultados hasta ahora? El tema de un acuerdo de paz tiene una inevitable connotación política: se trata de lograr el desarme y la incorporación a la vida civil de grupos declarados en rebeldía contra el estado. Para ello los grupos deben tener ese carácter. Lo cumplen las disidencias de las Farc, denominadas Estado Mayor Central, que no se acogieron a los acuerdos de La Habana y el Teatro Colón en 2016; el ELN, en crecimiento con unos mandos dispersos, que se mantiene en armas después de numerosos intentos de varios gobiernos para sentarlo a la mesa de negociaciones; haciendo unos malabares jurídicos quizás pueda incluirse a la Nueva Marquetalia, resultado de los firmantes decepcionados de 2016. No deberían incluirse en esa clasificación política grupos de narcotraficantes cuyas negociaciones con el estado, si hay voluntad de cesar esas actividades, podrían hacerse dentro de otros mecanismos como el muy útil que se estableció en la ley de justicia y paz, para desarmar al paramilitarismo.
Pero el presidente Gustavo Petro quien se ingenió la idea de la paz total dice que en el fondo todos son unos narcotraficantes, lo cual aleja las posibilidades de llegar a acuerdos; la segunda Marquetalia no tiene nada que negociar, salvo su entrega; el ELN tiene una agenda muy antigua y herrumbrosa basada en el hecho improbable sentar a toda la sociedad colombiana a crear un nuevo país, a su medida; y el Clan del Golfo no tiene los estímulos que necesitaría para someterse a la justicia. O sea, el asunto no pinta bien, con más veras cuando cada negociación hay que hacerla por separado, y hay entre los grupos y subgrupos una guerra a muerte por el control de áreas sembradas de coca y rutas de salida de estupefacientes y entrada de armas.
Para la extrema derecha, que registra con regocijo el fracaso gubernamental, solo queda como solución la guerra total, que se expresa como la recuperación de la autoridad por la fuerza. Para justificarlo magnifican el poder del narcotráfico, denuncian que controla campos y ciudades, y que el país está al borde del abismo, como ya lo decía en memorable carta el general Francisco de Paula Santander, al denunciar la corrupción del gobierno bolivariano a principios del siglo XIX. Lo grave de esa actitud es que también ha demostrado su fracaso, pues durante 40 años, desde la declaración de guerra a las drogas por Ronald Reagan, los cultivos de coca han aumentado, las cárceles norteamericanas están llenas de pequeños traficantes, los adictos se han multiplicado manifestando incluso sus preferencias por drogas sintéticas y los carteles son más poderosos que nunca.
Entonces, si la paz total no produce resultados y la guerra total sería un costoso y sangriento fracaso ¿qué hacer? Lo primero que hay que decir es que siempre es mejor una propuesta de paz a una declaración de guerra y que los gobernantes tienen la obligación constitucional de agotar los caminos que lleven a la reconciliación nacional. Si de alguna de las mesas de negociación que ha establecido el gobierno sale algo positivo, bienvenido sea. Lo segundo es que el propio presidente, impulsador de la paz total, ha puesto el dedo en la llaga al denunciar el papel que el narcotráfico tiene en ese proceso. Lo tercero, consecuencia de los dos primeros, que hay que desmontar primero el narcotráfico para lograr después la paz política.
Ese desmonte solo tiene un camino: la legalización del cultivo, transformación y mercadeo de la coca, lo cual es más fácil decirlo que hacerlo
Y ese desmonte solo tiene un camino: la legalización del cultivo, transformación y mercadeo de la coca, lo cual es más fácil decirlo que hacerlo. Aunque hay maneras. La legislación peruana, país donde el cultivo de coca es ancestral, permite su cultivo para fines medicinales, cosméticos y de uso tradicional, y en Colombia ha habido proyectos de ley en el mismo sentido, siguiendo un camino ya abierto por la mariguana. La idea presidencial, que también se ha planteado antes, de comprar la cosecha de coca (a los habitantes de El Plateado en el Cauca para comenzar), debe examinarse con cuidado, pero puede ser el mecanismo que desarme la maquinaria de la guerra.
Tendría que ser un proceso transitorio paralelo a uno de diversificación de cultivos, de apoyo a quienes quieran mantenerlo para fines industriales, de crear un sistema de comercialización adecuado y de establecer la legislación que lo permita. Una ley se cambia por otra y ya. Y si sobra mucha hoja de coca, usarla como abono o quemarla. Todo eso con absoluta seguridad menos costoso que el precio de una guerra imposible de ganar. Con un subproducto muy valioso: acercar a la realidad la paz total y alejar el monstruo de la guerra total.