En días pasados una revista española recordaba la supremacía de la gerontocracia en el mundo. El concepto se refiere en esencia al poder ejercido por los ancianos: gerontos, "anciano" y, kratos, "poder". En la publicación se destaca que el 50% del PIB mundial se centra en Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica y por su puesto Estados Unidos. Todos estos países están gobernados por líderes de más de 70 años (Lula, 78 años; Putin, 71 años; Modi, 74 años; Jinping, 71 años; Cyril Ramaphosa, 71 años) ellos suman 444 años; aquí se podría incluir también a Erdogan de Turquía con 70 años. El enfoque no es criticar la vejez en la gobernanza, sino que no deja de ser preocupante la ausencia de liderazgos jóvenes en la alta política, hecho ratificado el martes con la elección de Trump.
Confiamos más en los viejos; la sabiduría es un plus a favor de los entrados en años; pero haciendo una lectura más crítica podríamos increparnos, ¿se interesan los jóvenes en la política? ¿Si se tiene cabida en los escenarios de poder? Las cifras indican que tenemos que platear mucho las sienes para ser presidentes. Decían que un candidato presidencial en Colombia hace poco forzó la blancura de su cabello con tinte como muestra de trayectoria; naturalmente no voy a decir el nombre porque me imagino el adjetivo que usarían para responderme. Dicen que Moisés a los 80 años estaba dirigiendo el Éxodo; Einstein a los 60 aprendiendo griego antiguo; Tolstoi a los 67 decidió aprender a montar bicicleta; tal vez la posteridad de la vida nos disciplina, en contraste; por ejemplo, Fernando Color de Melo fue el presidente más joven de la historia del Brasil y fue desastroso. Son datos y hay que darlos: