Parece inevitable que en los próximos días los primeros 20 minutos de cada conversación giren entorno a la nueva elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos, como cancerbero del botón nuclear más poderoso que haya conocido la humanidad, un botón que, a modo de garrote y zanahoria, sirve para controlar, para amansar cuanto haya a su alrededor o, de ser necesario, destruir.
Prácticamente todo en la conversación obligada de esos 20 minutos, se referirá cual cortinilla de radio oída una y otra vez, al horror mundial de un godo sin límite, el escalofrío ante un ser bipolar y misógino sentado en el escritorio que imparte los sellos comerciales del mundo, el de un reo con el poder de condenar a su antojo; la llegada misma, dirán algunos, del cuarto jinete del Apocalipsis, aquél Tánatos que traerá de una vez por todas el inevitable Armagedón.
Ser bipolar y misógino sentado en el escritorio que imparte los sellos comerciales del mundo, el de un reo con el poder de condenar a su antojo
Ese análisis hecho una y otra vez con mejores o más delgadas argumentaciones retóricas, se centrará también en los latinos, los migrantes, Rusia, Israel, el liberalismo o conservadurismo cauto de los gringos y su historia política. Todo y nada; variaciones para una charla.
Tengo una sensación algo distinta. Creo que el mundo está plagado de Trumps de derecha y de izquierda, de gobernantes liberales o conservadores, de republicanos y demócratas, de fascistas y seudosocialistas, unos y otros de la misma catadura, unos y otros entregados al poder de la economía como un becerro de oro.
Supongo que en lo que ya es una crisis valorativa profunda y casi irreversible de las democracias de Occidente y las autocracias de otros lugares, el uno por ciento o menos de los poderosos del mundo que son dueños del noventa por ciento de la riqueza del mismo mundo, estarán en este momento tranquilos, como lo estarían si hubiera ganado la candidata demócrata, porque en últimas son ellos quienes empujan la mano que pone los sellos comerciales del mundo; creo, por lo mismo, que para el noventa por ciento de los habitantes que trabajan con salarios inequitativos y que viven con menos del diez por ciento de la riqueza mundial, Trump o Kamala Harris, no significan algo sustancialmente diferente en el porvenir.
El mundo preocupado y por el que no es fácil preocuparse está en guerra, una o varias de proporciones. Ocurre en el Oriente Medio en donde se comete un genocidio a la vista gorda de todos, en Ucrania también, al paso que en los distintos continentes hay violencias que desangran la existencia como un alfiler que va picando un cuerpo a lo largo de años. En todas ellas los vendedores de armas, los vendedores de seguridad y de seguros, que son los Estados Unidos, y Francia y España e Inglaterra y un par más, hacen su diciembre, no importa si hubiese ganado Kamala o Donald, si vienen o no a la COP16 o a los foros de paz o de medio ambiente para hacer promesas con la mano en el pecho, lo cierto es que hacen su diciembre y venden granadas para las guerras, y contaminan lo que sea necesario aún con la promesa tendida de comprometerse a descontaminar.
Así es que, por ahora, independientemente de las preferencias personales, no es tan fácil apreciar que traería de distinto un gobierno demócrata a uno republicano para los más profundo de la piel de planeta y de su humanidad.
Entre tantos fragmentos de verdades una cosa sí ocurre con certeza: alguien en este momento está dispuesta o dispuesto a todo, al Eros con su inevitable Tánatos, a buscar una cumbre, aunque se vean abismos. Todo por el anunciado fin del fin.