Hace unos días tuve la oportunidad de ver la película Del Otro lado del Jardín, una obra dirigida por Daniel Posada y coescrita por Ignacio del Moral, interpretada magistralmente por Vicky Hernández y Julián Román. La historia se basa en la novela del escritor y poeta Carlos Framb, quien relató su experiencia al asistir a su madre a morir con dignidad.
Al ver la película, reviví uno de mis temores más profundos y universales: la pérdida de un padre o una madre. Sin embargo, mi temor se atenúo al recordar la filosofía de Immanuel Kant, que defiende la autonomía y dignidad humanas y, por ende, el derecho a tomar decisiones sobre nuestra vida y muerte.
Recientemente, leí el libro Distanasia y Consentimiento Sustituto, que aborda desde la bioética y la jurisprudencia colombiana las problemáticas actuales sobre las decisiones al final de la vida en adultos, niños, niñas y adolescentes. Los autores, Gloria Cristina Martínez Martínez y Sergio Trujillo Florián, plantean un dilema crucial respecto al derecho de los niños a morir con dignidad.
La Corte Europea de Derechos Humanos, en “Gross contra Suiza”, examinó la relación entre la autonomía y la intervención estatal en el suicidio asistido en adultos. La Corte Interamericana de Derechos Humanos, en “Gutiérrez y otros vs. México”, estableció que los estados deben garantizar condiciones para una muerte digna. En Colombia, el fallo C-239 de 1997 y la decisión T-721 de 2017 de la Corte Constitucional abordan la eutanasia y el derecho a morir dignamente.
La película Del otro lado del jardín muestra el deseo de la protagonista por tener control sobre su final. En contraste, los niños enfrentan barreras que limitan su autonomía y dignidad en la toma de decisiones sobre su vida y muerte. Sin embargo, la Corte Constitucional considera que la capacidad de decidir cuándo morir es una decisión que no hemos delegado al estado.
Morir con dignidad se convierte en un derecho humano esencial que debe ser respetado y protegido para los adultos, así como para los niños, niñas y adolescentes.
Después de reflexionar sobre la película, mis temores, las jurisprudencias, la filosofía de Kant y el libro Distanasia y Consentimiento Sustituto, he llegado a una conclusión profunda: el derecho a vivir no es ilimitado porque encuentra su límite en el derecho a morir con dignidad. Morir con dignidad se convierte en un derecho humano esencial que debe ser respetado y protegido para los adultos, así como para los niños, niñas y adolescentes.
Espero que esta columna sirva para ayudar a encontrar el equilibrio entre la protección de la vida y la dignidad humana. Ojalá que sea fácil para todos enfrentar la muerte con dignidad y respeto.
@HombreJurista