Sin duda, el evento de la COP 16 realizado en Santiago de Cali que cierra este fin de semana es una experiencia importante para valorar en términos de impactos de ciudad región, país y comunidad de naciones; sin embargo, dado lo reciente del suceso, las valoraciones posibles tendrán que dejar que corran los días y los meses, para evidenciar en qué sentido la cumbre significa inflexiones verdaderas para el cuidado de la casa común planetaria. Por lo pronto parece pertinente compatir unas primeras impresiones que en la brevedad se ordenaran por colores, para invitar a hacer evaluaciones reposadas que se alejen tanto del éxtasis del momento, como de los pesimismos interesados y mal intencionados; hagamos una primera entrada:
En la zona azul se desarrollaron diálogos y negociaciones entre delegaciones de países miembros y observadores acreditados, que siguen estándo muy lentas y esquivas, en la medida en que el termómetro de los planes sigue siendo el capital para invertir, sin entender que precisamente es la acumulación desmedida de capitales la que nos ha llevado a los riesgos actuales de extinción de la vida. Los llamados de las representaciones de pueblos y naciones a la acción y al compromiso concreto para evitar la extinción siguen siendo poco oídos por los poderes establecidos desde las grandes multinacionales y los Estados más contaminantes, lo cual indica que el punto de inflexión no evoluciona suficientemente hacia una agenda consistente (restauración de ecosistemas, protección de bancos genéticos, control de patentes sobre saberes colectivos a nivel biológico, transición energética integral, nueva relación de habitats urbanos y rurales, etc.), mientras subsistimos en un planeta alterado que textualmente se deshace.
La zona verde fue un espacio de diálogo y educación ambiental a nivel de sociedad, incluyendo múltiples comunidades, territorios y pueblos, sobre las 23 metas de la Convención de Biodiversidad a nivel global. La experiencia deja importantes llamados, reflexiones y aprendizajes a nivel de país y región, respecto a una agenda ambiental y cultural de características biodiversas; el espacio, dejando de lado la burda disputa por visibilidades políticas, institucionales y sociales, la insistencia en el capitalismo verde al debe, el filantrópismo y la mendicidad ecológica, tan funcionales al extractivismo disfrazado, deja pista para avanzar en una transformación de las mentalidades y prácticas contaminantes, proponiendo a la Colombia de hoy una nueva agenda de paz con la naturaleza, lo cual es también un reto para que la formulación no se quede solo en consigna y propaganda política.
Las zonas grises: con el buen sabor que deja la COP16, recordemos que es un evento institucional, que sea un acontecimiento histórico, en un sentido u otro, es ya cuestión de las concreciones que se vendrán; dicho de otra forma, la moneda de la protección del planeta está tirada al aire y no cae aún en tierra firme; veremos si se avanza en proteger la Amazonía y el Chocó biogeográfico, si se logra parar la ganadería, la minería y la explotación maderera ilegal; si concretamos algo de los planes de transición energética, de la economía circular, si se recuperan las rutas de trenes y se disminuye la contaminación urbana y se detiene la destrucción de litorales, bosques, cuencas, humedales, los páramos y los territorios de frontera.
La zona multicolor: muy bien que aún conservemos aspectos importantes de nuestra diversidad biológica y cultural, pero el asunto es qué hacemos con lo que queda de ella; corresponde afirmar que el propósito es en concreto lograr que el país tenga una situación de carbono neutralidad en el 2050; no es fácil lograrlo, pero es un camino de todos, todas y todes, de la tierra multicolor que somos y que busca alternativas; el trayecto en el corto plazo implicará transformar nuestra relación con la naturaleza y eso comienza por revisar nuestras formas de producir, consumir y habitar; ese salto inicia en el vecindario, desmarcándonos de aquella lógica mercantil y del urbanismo de vitrina que endeuda las ciudades para seguir pavimentándolas, aquella contradictoria imagen de seguir vendiendo el monocultivo como solución ecológica que nos van proponiendo cínicamente, para continuar por la misma sin salida, con los indicadores de subsistencia en rojo y con riesgo de extinción humana.