Google celebró 25 años de existencia; aparentemente imprescindible en nuestras vidas, tras superar la burbuja “.com”, ahora absorbió a la revolucionaria “IA”, que tanta incertidumbre ha causado a nuestra ignorante y perezosa especie, que ahora intenta sabotear su sustitución laboral.
John Perry, un filósofo contagiado por polímatas como Spinoza, Leibniz y Russell, dijo que “quien piensa el tiempo suficiente en la conciencia se convierte en «pampsiquista», o termina dedicándose a procesar tareas administrativas”. Para el registro, invito al lector a verificar si está afiliado a ese ismo, que le atribuye a la conciencia una condición tan esencial como la energía.
Otros alternativos prefieren el «misterianismo», según el cual, si existiera alguna explicación científica para la conciencia, los seres humanos no seríamos capaces de descubrirla o entenderla. A propósito, Sócrates reconoció “sólo sé que nada sé”, y el legendario Oráculo estaba precedido por la inscripción “conócete a ti mismo”, a lo que ese sabio agregó, “y conocerás el universo”.
Ahora, en nuestro desvirtuado lenguaje, las acepciones de conciencia incluyen: “sentido moral o ético”, “conocimiento del bien y del mal, que permite enjuiciar”, “conocimiento claro y reflexivo”, “conocimiento espontáneo y poco reflexivo de una realidad”, o “facultad psíquica”.
Como si semejante polisemia no ofreciera suficientes ambigüedades y contradicciones, la RAE incluye derivaciones como la “conciencia de clase” (dedicada a los igualados), la “conciencia errónea” (que juzga lo verdadero por falso, o viceversa), “a conciencia” (respecto a algo que se hace con esmero), y “cargo de conciencia” (que equivale a un sentimiento de culpa).
También están la “libertad” (que hemos confundido con neoliberal), y la “objeción de conciencia” (siendo esta la negativa a realizar cualquier acto, invocando motivos éticos o religiosos). Todo esto explica la ignorancia y la hipocresía que nos asisten en los debates trascendentales, y también en los triviales: a propósito, un graduado en filosofía moral de Harvard terminó involucrado en escándalos vinculados a la corrupción electoral en Colombia.
Ciertamente, no hay transparencia en la recopilación y el uso de los datos. En las decisiones siempre reinaron la inequidad, el sesgo y la discriminación; y, según el CEO de Google, nadie puede explicar lo que sucede con los algoritmos modernos, pues funcionan como una Misteriosa Caja Negra, a la que prácticamente resulta imposible aplicarle Ingeniería Inversa.
Su apología fue que “tampoco entendemos completamente a la mente humana". Así, tal como nuestra conciencia, la IA es otra reencarnación de la Caja de Pandora, ante la cual negamos nuestros males, y los ocultamos o los encerramos.
Esto me recuerda a la Jaula de Hierro con la que Webber se refería a los sistemas basados en el control y la optimización racional, asumiendo que estandarizaría a la impersonalidad, la pérdida de autonomía y la anulación de cualquier posibilidad de materializar algún propósito común, más que la obsesión compartida por el egoísmo.