Ahora que estoy en la tarea de ser periodista me toca estar conectado a la radio. Por ósmosis escucho la W en las mañanas aunque es un ejercicio que abandonaré pronto. La verdad es que cada vez me importa menos lo que se pueda preguntar la sesgada, ultraconservadora y reaccionaria María Isabel Rueda.
De un día para otro esta “decana del periodismo latinoamericano” como la llamó hace unos días el penalista Jaime Granados, resultó siendo una adalid de la libertad de prensa. Entre progresistas tan connotados como Vicky Dávila o Ernesto Yamhure, se han elevado voces de protesta por lo que ellos consideran un abuso por parte del fiscal al haberla llamado a explicaciones. Ella, que no dudó en recomendarle a Felipe López, director de Semana, la salida del columnista Jorge Gómez Pinilla de la revista por haberle pedido pruebas de los señalamientos que había hecho sobre la participación de Ernesto Samper y Horacio Serpa en el asesinato de Álvaro Gómez, ahora se siente acosada por, lo que ella cree, es un gobierno castrochavista.
Claro que me aburre esta mujer a la que le pareció “emocionante” que en el 2013 Uribe se rencauchara como senador pero que se atreve, cada vez que puede, a recordarle a Ernesto Samper, actual secretario de la Unasur, el proceso 8.000, como si estar salpicado de acusaciones de paramilitarismo fuera más legítimo que haber recibido el apoyo financiero de un cartel de la droga. Me exaspera escuchar su voz de señora bien cuestionando a Petro una semana después de que éste se instalara en el Palacio de Liévano solo porque es de izquierda: para ella todo aquel que se preocupe por los pobres es un populista y aquel que proteja a los inversionistas es un estadista.
Hace unas pocas mañanas, por culpa suya, rompí mi celular de un puñetazo cuando dijo que Francisco Santos, el mismo hombre que aparece leyendo en la contraportada de su recopilación de columnas un libro al revés, era un excelente candidato a la Alcaldía de Bogotá. La ideología goda a la que se aferra, le está afectando seriamente sus neuronas. Ver azul en todas partes es el peor de los daltonismos.
Es increíble, desde los sermones de mi abuelo, un campesino nortesantandereano cuyo Dios era Laureano Gómez, nunca estuve tan en desacuerdo con alguien. No importa lo que opine de cine (detestó Birdman, por Dios), fútbol (es hincha del Real Madrid) o política (se le nota el uribismo señora), la sangre igual se me sube a la cabeza.
Si, me pasaré a Caracol, a pesar de Julio y de Alberto Casas. Las opiniones de las radioescuchas son de un odio incendiario cada vez más creciente. Parece que sintonizaran el programa solo para esperar el comentario sectario de María Isabel. Escucharla a ella, ver el noticiero RCN o el horrendo logotipo de NTN 24, me hacen pensar en la necesidad de una ley de medios. No puede ser que los periodistas se presten a ser la caja de resonancia de la ultraderecha más feroz y radical del continente. La verdadera libertad de prensa es decir lo que se piensa, no lo que le ordenan los grupos económicos.
