Con la comida que se produce en el mundo se podrían alimentar más personas de las que viven hoy

Con la comida que se produce en el mundo se podrían alimentar más personas de las que viven hoy

El dato mata el relato: la humanidad desperdicia un tercio de alimentos que produce. ¿Y Colombia? ¿Cómo estamos entre el hambre, el desperdicio y la gula?

Por: Lizandro Penagos
octubre 25, 2024
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Con la comida que se produce en el mundo se podrían alimentar más personas de las que viven hoy

Sí señoras y señores, el dato mata el relato. Con la comida que se produce en el mundo (3.900 millones de toneladas) se podrían alimentar más personas (12.000 millones) de las que habitan el planeta (8.000 millones) y sólo con la que se desperdicia (1.000 millones de platos cada día, 1.000 millones de toneladas cada año) se podría saciar el hambre de los que hoy se acostarán con el consumo mínimo que les permite apenas sobrevivir (950 millones de personas). Junto a otras plagas como la pobreza histórica, las guerras y los desastres naturales, el desperdicio de alimentos es una de las causas fundamentales del hambre en todo el mundo.

Y las cifras no son diferentes en Cali. Con los alimentos que se pierden aquí se podría brindar un plato de comida a cada caleño diariamente. 2’800.000 platos de comida de 450 gramos cada uno. Son 1.260 toneladas de comida procesada y sin procesar que van a parar a la basura. Eso es el 70% de las 1.800 toneladas de residuos sólidos que produce la ciudad. En plazas de mercado y restaurantes es en donde se evidencia y se puede medir el desperdicio, pero en cada hogar ocurre sin que se tenga una medida. Arroz, frutas y ensaladas es lo que más se desperdicia. Y se asegura que el subregistro es tan grande que podría duplicar las cifras.  

Y mucho menos son diferentes los datos en Colombia. En nuestro país se botan 6,1 millones de toneladas de frutas y verduras, de tubérculos 2,4 millones de toneladas, 772.000 toneladas de cereales y 269.000 toneladas de cárnicos. Una persona de estrato 6 genera 0,77 kilogramos de residuos de comida al día y una del estrato 1 sólo 0,43, casi la mitad. El desperdicio de alimentos no es sólo una preocupación social, económica y humanitaria, sino medioambiental. Cuando se desperdicia comida, también se arrojan a la basura toda el agua, la energía y el trabajo que se requieren para cultivarlos, cosecharlos, empacarlos, transportarlos y prepararlos.

Una reconocida multinacional de comidas rápidas con nombre de pato millonario, bota diariamente en Cali 125 kilos de hamburguesas y papas fritas. Cada siete minutos se desecha lo que no se vende. Está prohibido no vender fresco y también regalarlas. Las personas en situación de calle lo saben y escarban en sus toneles de basura para consumir lo que la reología ordena desechar. La reología -dicho sea- es una rama de la Ingeniería de Alimentos que se ocupa del olor, el color y el sonido de los alimentos procesados. Es decir, ataca tres de nuestros sentidos (olfato, vista y oído) y donde importa un bledo el gusto y el tacto, para obligarnos a comer cualquier inmundicia nutricional.    

En Colombia no hay grandes plantas de compostaje. A lo sumo pequeñas iniciativas en lugares apartados como el Macizo Colombiano, en pequeños pueblo ignotos, olvidados y poco poblados, cuyo manejo de residuos les permite aprovechar aquello que, sin ser alimentos procesados o comida, sirve como abono o compost. Cáscaras, semillas, pulpas, tallos, etc. México es ejemplo latinoamericano, tiene una planta que procesa 2.500 toneladas diarias de desperdicios de comida. Y China un ejemplo mundial, pero en desperdicio de alimentos. Entre los malos ejemplos están los grandes monstruos del consumismo: Estados Unidos, Reino Unido, Australia y la Unión Europea, cuyo mayor desperdicio ocurre en los hogares.

Y vuelven los meros datos. A raíz de un informe de la FAO, las Naciones Unidas establecieron un objetivo de reducción de la pérdida y el desperdicio de alimentos como uno de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible del mundo, porque su efecto es devastador para el medio ambiente. Se calcula que genera entre el 8 y el 10% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero. Si se clasificaran como un país, la pérdida y el desperdicio de alimentos, serían el tercer mayor emisor de gases de efecto invernadero del mundo, después de China y Estados Unidos. Con una huella de carbono de unos 3.300 millones de toneladas de CO2, el desperdicio de alimentos es uno de los principales responsables del cambio climático.

No es secreto que la industria de los alimentos procesados es un atentado no sólo a la salud sino al medio ambiente. Desde mediados del siglo XIX hasta la fecha la mantequilla se fabrica con aceite de soya y grasa de pescado, res y cerdo, que se somete a un tratamiento desodorante con limadura de níquel e hidrogeno en estado gaseoso, a la que se le agrega leche agria –llena de formol para que perdure– y se bate hasta que el agua y el aceite se separan como un matrimonio infeliz, se agrega un colorante derivado del azufre refinado, un par de vitaminas, la imagen de un girasol y de una familia feliz, y listo: esta inmundicia se vuelve comestible.

Si lo anterior le parece increíble, en las panaderías se utilizan hongos y soda cáustica; y los helados, que son agua, aire, azúcar y un mínimo de pulpa de fruta, se pueden hacer en bola gracias al plástico de origen animal: cartílagos, ubres, hocicos y rabos de cuanto cuadrúpedo se atreviese. Si aun no cree, el 87% de una papita frita es aire. El secreto de las bebidas carbonadas es que producen un dolorcito leve bien calculado en la garganta, concretamente en el trigémino, un nervio de la lengua y el paladar estimulado por el dióxido de carbono. Esa cosquillita burbujeante llegó ser catalogada como la “chispa de la vida” con puros ingredientes baratos: dióxido de carbono, aire, agua, azúcar, colorantes y mucha, muchísima publicidad.

De modo que se comen porquerías y no se bota lo que no se tiene. Las sociedades que más desperdician alimentos son las que más tienen recursos o medios de producción. Pero incluso en países ricos muchos se acuestan con hambre y no saben si comerán al día siguiente. La humanidad desperdicia un tercio de los alimentos que produce. Es probable que usted no sea una de cada nueve personas en el mundo que no tiene suficiente comida para llevar una vida activa y sana; pero sí, uno de los que la desperdicia. Y si es mujer, le valdría reflexionar sobre un dato estremecedor: son las mayores víctimas del hambre, porque lo poco que consiguen prefieren dárselo a sus hijos. Cada día aumenta en el mundo el desperdicio de comida y el hambre. Pero ni los alimentos ni la comida tienen la culpa de la estupidez humana.

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