Sobre el deporte femenino e identidades de género no normativas

Sobre el deporte femenino e identidades de género no normativas

discernir el criterio de elegibidad de quienes pueden legítimamente participar en la categoría femenina sí es una cuestión relevante para la equidad en el deporte

Por: Natalia Salas Herrera
octubre 23, 2024
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Sobre el deporte femenino e identidades de género no normativas

El deporte femenino es un espacio social de desenvolvimiento logrado con inmenso esfuerzo por parte de las mujeres. Históricamente -y aún en la actualidad- se ha considerado que el lugar natural de las mujeres es el espacio doméstico del hogar, entregada de tiempo completo al cuidado de su familia, por lo que la actividad deportiva les ha sido cohibida.

Abrirse paso entre prejuicios y trabas que asumen que las mujeres no pueden o no deben hacer deporte no ha sido fácil: recién en los JJ.OO. de Seúl 88 la participación de las mujeres pudo llegar a la cuarta parte del total de atletas inscritos y Londres 2012 fue la primera olimpiada en la que todas las delegaciones llevaron al menos a una atleta. “Los Juegos son la solemne y periódica exaltación del deporte masculino, con el aplauso de las mujeres como recompensa” decía el creador de los JJ.OO. modernos, Pierre de Coubertin.

Un estudio mundial sobre salarios deportivos de Sporting Intelligence en 2017 demostró que, en la élite, las mujeres ganan en promedio apenas 1 por ciento de lo que ganan los hombres. Por si fuera poco, no pocas de ellas suelen recibir comentarios que sexualizan sus cuerpos durante la práctica deportiva. Proteger e impulsar al deporte femenino debe ser un imperativo de nuestra sociedad.

Investigadoras e investigadores en ciencia del deporte han encontrado que las mujeres difícilmente tendrían la oportunidad de convertirse en atletas de élite sin una categoría basada en el sexo. Las mejores mujeres perderían contra sus colegas masculinos de segundo y tercer orden en un conjunto de distintas disciplinas. Aunque también es claro que las atletas se ven afectadas por falta de apoyo a nivel económico y emocional (del que sí suelen gozar sus pares masculinos) también hay razones asentadas en la biología. Como resultado de la pubertad, los hombres tienen niveles más elevados de testosterona, los cuales se asocian con mayor musculatura y fuerza, niveles de hemoglobina más altos y mayor estatura, variables que constituyen diferencias cruciales en el rendimiento deportivo.

Por tanto, discernir el criterio de elegibidad de quienes pueden legítimamente participar en la categoría femenina sí es una cuestión relevante para la equidad en el deporte.

Para algunos sectores, el marcador principal que permite resolver este criterio lo constituye el del género asignado al nacer en virtud a la genitalidad. Sin embargo, el reciente caso de Imane Kheliff y otras atletas con posibles diagnósticos de hipoandrogenismo (que les conlleva a presentar niveles de testosterona más elevados) ha dirigido la búsqueda hacia evaluaciones de dudosa rigurosidad científica que presuntamente determinan la identidad cromosómica. La participación de personas trans ha entrañado especial pugnacidad.

Si bien resulta muy condenable que se registren aprovechamientos oportunistas canalizados en pánicos morales contra una población marginada, no es menos cierto que la búsqueda del criterio de elegibilidad para la participación en la categoría femenina no puede dejar de examinar las variables que pueden constituir un diferencial competitivo frente a personas que no son trans, o en el argot de los estudios de Género, personas cis.

Las mujeres trans son en promedio más altas que las mujeres cis. Cuatro diferentes estudios han encontrado que en mujeres trans que han adelantado tratamientos hormonales tendientes a producir características secundarias femeninas, estas mujeres perdieron fuerza y masa muscular, sin embargo, la reducción no se equipara con los valores promedio que acredita una mujer así asignada al momento de su nacimiento, o mujer cis.

Por su parte, la reducción en los niveles de hemoglobina sí tiende a asemejarse a los registrados por mujeres cis. Uno de estos estudios fue liderado por Johanna Harper, atleta trans canadiense y especialista en física médica cuyos trabajos son lastimosamente un referente poco citado tanto por sectores conservadores como por el activismo trans. 

Harper y los otros investigadores también han sido claros en señalar que hay cambios significativos en las capacidades atléticas de las personas trans (hombres y mujeres) que adelantan tratamientos hormonales, por lo que es abiertamente incorrecto desde un punto de vista médico y deportivo (además de por supuesto ético) referirse a estas personas con el género asignado al nacimiento, mismo con el que no se identifican y del que ya difieren sustancialmente en dichas capacidades. 

Entonces..cómo determinar un criterio de elegibilidad que permita la inclusión de personas que desafían la organización binaria del deporte en torno al sexo, binarismo sin embargo necesario para impulsar la participación de las mujeres en el deporte? Este mundo extremadamente dividido tiende a presentarnos solo dos opciones irreconciliables: la exclusión total y la inclusión incondicional.

En la legislación del deporte tienden a imponerse las dos: las federaciones internacionales de rugby, atletismo y ajedrez vetaron a las mujeres trans de sus competencias, por su parte el Comité Olímpico Internacional, desde una perspectiva de derechos, se ha pronunciado sobre la presunta igualdad de condiciones de mujeres trans frente a mujeres cis. Ninguna de estas dos opciones es deseable.

Si queremos avanzar es importante reconocer, por una parte, los derechos adquiridos de las personas trans que puedan llevar años en la práctica deportiva profesional y semiprofesional. Al mismo tiempo, sería importante permitir y promover la participación de personas trans dentro del sistema de categorías para los deportes que así lo tienen contemplado: que las personas trans participen inicialmente de los niveles bajos e intermedios y se adelanten los estudios en ciencia del deporte que permitan establecer comparativos más precisos y en función específica de cada deporte, que es algo de lo que adolecen los estudios hasta ahora adelantados sobre el deporte en personas trans. Justamente, los estudios de personas trans en el deporte son un campo todavía muy incipiente, que requiere de una mayor generación de datos.

Las condiciones de marginalidad que suelen vivir las personas trans tienden a desestimular su práctica deportiva. Es necesario generar las condiciones que permitan que eso cambie. No todas las personas trans, así como no todas las mujeres y hombres cis, practican deporte para ser campeones olímpicos o mundiales. También es clave que la generación de datos se haga a nivel local, dando cuenta del biotipo del atleta colombiano, ya que los datos de los estudios actuales se han generado en el norte global.

La respuesta, pues, no es sencilla. Ante el nivel de discriminación que enfrentan las personas trans junto con el pequeño tamaño de la población (en diferentes estudios realizados se señala que su prevalencia no sobrepasa a 7 casos por cada 100.000 habitantes), en los deportes recreativos y en las categorías emergentes del alto rendimiento se debería dejar de lado el mandato de igualdad de condiciones y permitir que los y las atletas trans compitan en función de su identidad de género.

A su vez, se requieren generar nuevos estudios a nivel local y regional en función de cada deporte específico para determinar los criterios de elegibilidad de las personas trans sin que la participación de las mujeres cis en el deporte se vaya a ver afectada. 

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