Aunque no esté escrito, lo informal es ilegítimo e ilegal. La economía gig demostró funcionar igual de mal que las relaciones ocasionales, furtivas o promiscuas, elegidas mediante soluciones que funcionan como “Tinder”, las “amistades con beneficios” o los “poliamorosos”, que supuestamente reflejan madurez o modernidad, pero usualmente son paliativos ante los vacíos y dejan heridas que no son efímeras.
El rebusque dejó de ser temporal y las estadísticas oficiales lo confunden con empleo. La mayoría de la población recibe una “notificación” requiriendo sus buenos servicios, de manera oportunista, y cuando se consuma la transacción, que probablemente es casual o de corta duración, tendrá que volver a rogar que lo llamen, pues no tiene suscritos derechos, pero en la práctica tiene la obligación de atender cada demanda, sin importar la hora o el momento en el que usted se encuentre.
La mayoría de los independientes, quienes no encontraron en el mercado formal una oportunidad, se dedican a tiempo completo a publicar su desesperada disponibilidad; dependen de esa alternativa, sin principios ni fines, como seguro de desempleo o suplemento para disimular sus bajos ingresos.
Aunque ese fenómeno es tan antiguo como la explotación de esclavos o ilegales en busca del “sueño americano”, se facilitó con la emergencia de las apps que disolvieron las barreras de entrada, caso Uber o Rappi, y se consolidó con la crisis pandémica, tras la cual quebraron muchas empresas. Además de esos esquemas “anonimizados” y “no pactados”, Colombia es potencia en personas presuntamente vinculadas mediante “contratos de prestación de servicios” y “contratos por obra o labor”, que esencialmente eran lo mismo que el modelo colaborativo, aunque tiene nada de gana-gana ni de solidario.
Debido a las falsas presunciones y expectativas, los servidores adoptan conductas serviles, y se someten a hacer lo indecible con la esperanza de fidelizar a su contraparte, aunque no satisfaga sus necesidades mínimas, su trato sea indiferente o precario, y nunca le provea una relación estable ni recíproca.
Además de reforzar la inseguridad social, se acentúa la ansiedad por quedarse sin nada está a la vista, aunque está dispuesto a reincidir en cualquier momento, porque necesita lo que sea y con quien sea. Ese esquema, neoliberal, incentiva a que nadie tenga vínculos, no haya planes futuros y los involucrados, vulnerables, sean sujetos de manipulación porque cada contacto representa su única y renovada esperanza.
En las relaciones interpersonales, usualmente la atracción está exclusivamente supeditada a la necesidad sexual, sin la pretensión de tener un vínculo; en el caso ocupacional, el impulsor es el instinto de sobrevivencia, para una de las partes, y la conveniencia económica por parte de la dominante en la transacción.
Además de las razones especulativas, la proliferación de estos esquemas continúa nutriendo el resentimiento y la desconfianza que existe en las relaciones laborales. Y eso no se resuelve ajustando las tarifas, sino reflexionando sobre la naturaleza del trabajo, y su papel en la dignificación del ser humano.