Estados Unidos, el perdedor a mediano plazo con la guerra en Oriente Medio
Opinión

Estados Unidos, el perdedor a mediano plazo con la guerra en Oriente Medio

EE. UU. ha visto un rápido declive de su influencia en la región y no es difícil predecir que se avecina un cambio tectónico en la geopolítica regional y mundial

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octubre 08, 2024
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Benjamín Netanyahu, primer ministro de Israel, ha radicalizado su acción militar en Oriente Medio alegando que lo hace en defensa de la civilización contra la barbarie de sus enemigos y apela a la solidaridad occidental para este propósito.

Con esta argumentación ha destruido la Franja de Gaza y causado 1,9 millones de desplazados, prácticamente toda la población de Gaza y el 30 % del total de la población palestina, que asciende a cinco millones.

Cálculos de la revista británica   afirman que la suma real de muertos puede ser 186 mil, si se incluyen no solo las víctimas civiles de los salvajes bombardeos, sino también los fallecidos por falta de atención médica, pues solo permanecen funcionando 28 hospitales de los 35 que había antes de los ataques perpetrados por la aviación israelí.

En los últimos dias se habla de mil doscientos muertos en el Líbano y casi dos millones de desplazados, el 20% del total de libaneses, una población de diez millones.

La acción de Israel, que comenzó con una represalia por el bárbaro asesinato de civiles por parte del grupo terrorista Hamás, se ha salido de madre y ha sido calificada de desproporcionada hasta por el sumo pontífice Francisco.

Hasta Estados Unidos, que ha financiado las acciones de Israel y apoya lo que llama su derecho a la defensa, ha señalado que Israel no debe atacar las instalaciones nucleares iraníes ni invadir el Líbano. Sin embargo, ha continuado entregándole armas y ha desplazado nuevos contingentes militares a la región, que contribuyeron significativamente a la defensa de Israel cuando en días pasados arreció la respuesta de Irán.

En realidad, sin el respaldo estadounidense, Israel no está en capacidad de actuar de la forma como lo ha hecho. Israel es un pequeño país de aproximadamente diez millones de habitantes y 22 mil kilómetros cuadrados, y su tamaño es menos de la mitad del departamento de Antioquia.

La destrucción de la población palestina rebasa con creces la intención de destruir a Hamás y revela que tanto Israel como Estados Unidos persiguen objetivos de mayor envergadura.

Por parte de Israel y de la minoría fundamentalista que lo gobierna, las acciones militares de exterminio apuntarían a concretar el propósito de construir el Gran Israel, dentro de las fronteras que según ellos se describen en las Sagradas Escrituras de hace cinco mil años y que incluirían partes de Líbano, Egipto y Jordania.

Pero más allá de los objetivos bíblicos, su interés, más prosaico, es disputar a Irán la hegemonía en la región. Irán es un país grande con 90 millones de habitantes, una superficie un tercio mayor que la de Colombia y un ejército entre activos y reservistas de un millón de efectivos. El país persa ha construido alianzas con países como Siria, de 21 millones de habitantes, Irak, 47 millones, y Yemen, 33. También cuenta con el respaldo de Rusia y China.

También los recursos naturales revisten suma importancia en las acciones militares de Israel por cuanto hay importantes yacimientos en las costas de Gaza. El control de la región le permitiría además avanzar en el viejo proyecto del canal Ben Gurion, que conectaría el mar Rojo con el Mediterráneo sin pasar por el canal de Suez, controlado por Egipto, y constituiría un obstáculo en el proyecto chino de la Franja y la Ruta de la Seda.

Israel ha sido desde siempre el principal aliado de Estados Unidos en la región. Washington ha contado, además, durante décadas, con el apoyo de importantes países árabes como Jordania, Emiratos Árabes y Arabia Saudita, lo cual le ha permitido mantener allí la iniciativa geopolítica, el suministro regular de petróleo y el control de las rutas comerciales.

El apoyo llegó a su clímax en 2020 con los acuerdos de Abraham, apoyados por Trump y negociados por su yerno judío, Jared Kushner, con los Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Sudán y Marruecos para normalizar las relaciones entre estos países e Israel. En 2023, se restablecieron relaciones y hubo importantes acercamientos entre Arabia Saudita, adversario de Irán, e Israel, lo que consolidaba la vez la hegemonía estadounidense y el protagonismo de Israel.

La acción terrorista de Hamás fue el catalizador que interrumpió el proceso, pero el deterioro tiene causas más profundas, dos inmediatas. Arabia Saudita venía enfriando las relaciones con Washington desde que Biden acusara al príncipe heredero Mohamed Bin Salman de estar detrás del asesinato de Jamal Kashoggi en Estambul. También le retiró a Riad el apoyo en su guerra contra Yemen.

Al conseguir la autosuficiencia petrolera, Estados Unidos decidió mermar las compras del petróleo árabe y, paralelamente, el Estado saudita empezó a acercarse a China y dio tres pasos que entrañan un viraje: suscribió con ella un contrato para la venta de petróleo en yuanes, ingresó al grupo de los BRICS y no renovó el acuerdo con Estados Unidos suscrito en 1974 para vender el petróleo en dólares, uno de los pilares que aseguraban el predominio de la divisa estadounidense en los mercados mundiales.

En respuesta a la inhumana ofensiva de Israel contra los palestinos, todo el mundo árabe y musulmán comenzó a expresar su solidaridad, en diferentes grados, desde el apoyo ferviente de Irán y Yemen hasta el silencio y la inactividad de aliados tradicionales de Washington como Jordania, que se negaron a dar apoyo expreso a Israel. Quizá la oveja negra haya sido la monarquía marroquí, por la tradicional influencia allí de la rica comunidad judía


Ante la ausencia de bazas importantes para poner en juego, EE. UU. ha continuado dando apoyo a Israel, a pesar de que su aventurerismo y la crueldad de Netanyahu han despertado el repudio mundial


Estados Unidos ha visto un rápido declive de su influencia en la región y, ante la ausencia de bazas importantes para poner en juego, han continuado dando apoyo a Israel, a pesar de que el aventurerismo de Israel y la crueldad de Netanyahu han despertado el repudio mundial.

Sigue latente el peligro de que los trescientos millones de árabes y los mil quinientos millones de musulmanes reaccionen al fin contra la barbarie en curso y decidan unirse para enfrentar de alguna manera la hegemonía estadounidense. Parece disminuir la rivalidad entre chiítas y sunnitas, largamente patrocinada por Occidente, y el acercamiento entre Arabia Saudita e Irán, la formación de un gobierno palestino conformado por todas las tendencias y la colaboración entre Hamás (sunnita) y Hezbolah (chiita) pueden ser un síntoma de ello.

En el mediano plazo, la superioridad tecnológica israelí, alimentada por el Pentágono, difícilmente podrá superar la creciente capacidad de tantos adversarios, su poder demográfico, sus convicciones religiosas y culturales. No resulta difícil predecir que se avecina un cambio tectónico en la geopolítica regional y mundial, que tal vez se traduzca en un quiebre de la hegemonía estadounidense en la región.

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