A un año del ataque militar de Hamás a Israel la causa palestina se ha convertido en una cuestión crucial de la política mundial. Capaz de establecer una clara línea divisoria entre los gobiernos, los partidos y los movimientos políticos del mundo entero. De un lado están quienes apoyan directa, indirecta o hipócritamente la respuesta genocida que dio y sigue dando el gobierno del primer ministro Benjamín Netanyahu al ataque tan desesperado como sangriento de Hamás del 7 de octubre de 2023. Y del otro quienes condenan dicho genocidio, consideran a Gaza es el Auschwitz de nuestra época, y actúan en consecuencia.
La cifra de al menos 118. 908 gazatíes muertos, incluida en la Carta Abierta dirigida al presidente Biden por 99 médicos y personal médico norteamericano que han trabajado como voluntarios en la Franja durante este año, bastaría para darles la razón. Y la afirmación contenida en la misma de que “nuestras bombas aniquilan mujeres y nuestras balas asesinan niños”, refiriéndose a las suministradas por el gobierno de Biden, ratifica el diagnóstico. No sorprende por lo tanto que Sudáfrica, cuyo pueblo ha padecido por siglos el apartheid y las políticas genocidas de los colonizadores holandeses y británicos, haya sido el primero en el mundo en denunciar ante la Corte Internacional de Justicia al gobierno de Israel por su respuesta genocida al ataque de Hamás. Lo hizo en diciembre del año pasado y aún espera una repuesta definitiva a su demanda.
En la cabeza de los patrocinadores del genocidio palestino está evidentemente el gobierno de los Estados Unidos de América, que a lo largo de todos estos meses trágicos enmascarado su apoyo multiplicado sus llamados a la moderación al gobierno den Netanyahu, al mismo tiempo que no cesa de enviarle armamento y de poner sus formidables recursos de inteligencia al servicio de las criminales operaciones militares. Entre ellas se cuenta la resolución de alto el fuego en Gaza, presentada por Washington, y aprobada el pasado 31 de mayo por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Resolución a la que, al igual que los mencionados llamados, Netanyahu ha prestado oídos sordos. Sin importarle que su desdén devalué la credibilidad de las declaraciones de Washington hasta un punto no visto desde cuando el general Colin Powell, secretario de defensa norteamericano, defendió en el Consejo de Seguridad de la ONU la existencia de “armas de destrucción masiva” en el Iraq de Sadam Husein.
Para el pueblo palestino, y de hecho para los pueblos del resto de Oriente Medio, la decisión de Biden de decir una cosa y hacer la contraria en el caso de Palestina, no fue una sorpresa. Llevan muchos años padeciendo las consecuencias de esta hipocresía. Por lo menos desde los acuerdos de Oslo de 1993, que fueron incumplidos o abiertamente saboteados por el gobierno de Israel casi inmediatamente después de su firma. Contando en prácticamente todos los casos con el beneplácito o la complicidad de Washington que, cuando no hizo declaraciones engañosas con respecto a dichos incumplimientos, guardó un silencio cómplice. Como lo hicieron y los siguen haciendo todos los medios de (des) información de Occidente fieles a la agenda informativa y la línea editorial marcadas por el Departamento de Estado norteamericano. Los medios que en vez de dar cuenta de la limpieza étnica y el régimen de apartheid impuesto por Israel a los palestinos repitieron una y otra vez, como un mantra, que lo que sucedía no era más que un “conflicto árabe israelí”.
Se comprende entonces el grado de desesperación dirigencia de Hamás, cuando pudo ver en los informativos del día, a Benjamín Netanyahu presentando en la Asamblea general de la ONU de octubre de 2023, un mapa, dedicado a ilustrar el proyecto de un corredor comunicaciones estratégicas destinado a unir a la India con la Europa mediterránea, en el que habían sido borrados los territorios palestinos. Para ellos fue demasiado. Y por el mapa en sí mismo, sino por el hecho de que mapa daba por seguro el acuerdo de Arabia Saudita con el mencionado proyecto del corredor, en el que ella sería un eslabón indispensable. Y por lo tanto suponía que ya la monarquía saudita había tomado la decisión de reconocer al estado den Israel y de establecer relaciones diplomáticas con el mismo. Un acontecimiento que sería la culminación del Plan Abrams, diseñado por Washington y Tel Aviv con el fin de romper el aislamiento político de Israel en el mundo árabe e islámico. Antes de esta comparecencia de Netanyahu en la Asamblea de la ONU, los Emiratos Árabes Unidos y Marruecos ya habían dado ese paso.
Hoy, un año después de la operación Tormenta de Al- Aqsa, el costo en muerte y destrucción de la Franja de Gaza resulta desmesurado
Hamás pensó que, después de tres décadas de infructuosas tentativas de poner en práctica los acuerdos de Oslo, había llegado la hora hacer un supremo sacrificio para reintroducir la causa palestina en la agenda política mundial. Antes de que el pueblo palestino fuera borrado y silenciado para siempre, consumando su genocidio. Hoy, un año después de la operación Tormenta de Al- Aqsa, el costo en muerte y destrucción de la Franja de Gaza resulta desmesurado. Muchísimo peor de lo que pudieron imaginar los dirigentes de Hamás que confiaron en que el secuestro masivo de ciudadanos israelíes, verdadero objetivo de la Tormenta, obligaría al gobierno de Netanyahu a negociar. No lo hizo en todos los meses transcurridos desde entonces. Y no lo piensa hacer, a pesar de las numerosas manifestaciones de los familiares de los rehenes israelíes exigiendo la negociación. Prefirió que la mayoría de los rehenes murieran sepultados por las bombas arrojadas por su aviación.
Pero el ingente sacrificio de los gazatíes no ha sido en vano. Netanyahu, en el enardecido discurso del 5 de octubre con el que respondió a la propuesta de Macron de prohibir la venta de armas a Israel, tuvo que reconocer que ahora mismo combate en siete frentes: con Hamas en Gaza, con Hezbolá en Líbano, con Hutíes en Yemen, con milicias islamistas en Siria e Iraq, con los “terroristas” palestinos en Cisjordania y, por último, con Irán. Olvidó mencionar a Turquía, cuyo primer ministro Recep Tayyip Erdogan, acaba de proponer el uso de la resolución de la ONU de 1950, Unión por la paz, para legitimar la formación de un ejército multinacional que ponga coto a los sangrientos desmanes de Netanyahu. Siembra vientos y recoge tempestades.
No me cabe ninguna duda: la causa palestina ha regresado al epicentro de la política mundial.