“Fernando, aquí le mandan $30 millones para que gane el América” es solo una de las frases que Fernando Paneso, exarbitro colombiano, recuerda en su libro ‘Paneso’, escrito por él y Felipe Valderrama. Como amante del fútbol, siempre me resultó interesante saber cómo era la movida del balompié en los años 90, cuando el narcotráfico estaba metido en las cosas del balón, y ver el libro en mi escritorio fue la oportunidad perfecta para hacerlo, desde la mirada de una persona que dictó la justicia en la cancha. Esta nota no es una reseña de sus palabras, más bien es un resumen de su valiente historia, en la que puso sus principios por encima del dinero mal habido.
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Fernando Paneso, el arbitro con corazón de docente
Fernando Paneso, o como le gusta escribirlo a él, Panesso, nació en Samaná, Caldas, en 1962. Hijo de profesores, siempre quiso dedicarse a la docencia, siguiendo los pasos de sus padres, sin embargo, desde muy pequeño estuvo ligado al deporte, al fútbol y a la natación, y eso terminaría marcando su vida. En las calles de Pensilvania, municipio en donde vivió la primera parte de su vida, empezó su amor por la pelota, jugando en las calles y convirtiéndose en un hincha furibundo del Deportes Quindío, y en Armenia, ciudad a la que llegó en 1971, fue donde se convirtió en un pez bajo el agua. Sin embargo, el arbitraje nunca estuvo en su radar y llegó a él por casualidad, cómo cosas del destino.
Al finalizar su bachillerato, y al no poder estudiar Educación Física, la carrera de sus anhelos, Fernando Paneso decidió empezar sus estudios de Quimica en la U de Quindio. Allí, reconocido por ser un deportista, primero logró convertirse en profesor de natación, en tercer semestre, un cargo que mantuvo hasta finalizar sus estudios en 1983, para luego llegar al arbitraje, al ser invitado por los organizadores de la institución con la excusa de que “sabía de fútbol”. Esa experiencia le vio como una casualidad, pero después llegaron más invitaciones, y terminó decantándose por esa profesion, estudiando, observando a otros árbitros y, finalmente, enviando su carta al Colegio de Árbitros del Quindio.
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Un referí en medio de un fútbol lleno de sobornos
Las primeras oportunidades para Fernando Paneso dentro de la cancha no demoraron en llegar. Como todo en la vida, empezó desde lo más abajo, en torneos regionales y demás, y luego llegó la oportunidad de hacer presencia en el fútbol profesional, en la segunda división, y después arribar a la primera división. Sin embargo, con ello también llegaron las primeras proposiciones de soborno, algo que en principio vio como un juego, pero después empezó a tomar más en serio. El primer llamado fue para favorecer a Envigado, en un partido contra Rionegro, y al no saber cómo manejar la situación, armó un escándalo que casi lo saca de la profesión.
Con el tiempo, poco a poco supo controlar esas proposiciones, eso sí, siempre dando una negativa a aquellos que querían comprar sus principios. En una ocasión, en el cuadrangular final de 1993, le mandaron un maletín con 30 millones de pesos para favorecer al América de Cali, que jugaba contra Junior en Barranquilla. “Yo no recibo plata”, le dijo al emisario y se fue a pitar con toda la honestidad posible. Curiosamente, en ese partido la mayoría de situaciones resultaron ser a favor de la mechita, aunque finalmente fueron los tiburones quienes alzaron el título, en la que es recordada como una de las definiciones más intensas en la historia del FPC.
Así, metido en la cancha, Fernando Paneso tuvo que sufrir el rechazo de los fanáticos, la intensidad de quienes querían recibir ayudas e, incluso, las amenazas de grandes dirigentes del fútbol nacional. Una de las anécdotas más impresionantes de su libro es precisamente una con Juan José Bellini, quien fue presidente de la Federación Colombiana de Fútbol y quien, por no hacerle el favor de ayudar al América de Cali en un partido, lo mantuvo por fuera de las canchas por un buen tiempo. Aun así, también tuvo personas que fueron ángeles, como Nicolás Leoz o Álvaro González Alzate, que siempre creyeron en su rectitud y le dieron su lugar.
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El adiós a las canchas y su historia en las páginas
Desde 1990 hasta 2007, Paneso fue árbitro del fútbol profesional colombiano, dirigió 270 partidos y vivió experiencias que parecerían imposibles de vivir. Vio cómo los mismos jugadores de un equipo se dejaron meter 4 goles en 5 minutos y como un fanático fue asesinado en un partido de Santa Fe. Tras una carrera en la que tuvo que huirle a los sobornos y, por cuenta de eso, huirle a la muerte, se retiró de manera silenciosa, sin recibir aplausos o reconocimientos, y sin generar ningun tipo de extrañeza, pues realmente nadie extraña a los árbitros cuando de fútbol, o de cualquier deporte se trata.
Con el retiro, le dio un respiro a su familia, que siempre vivió con los pelos de punta pensando que algo malo podía pasarle, y se dio un respiro a él, pues su vida siempre estuvo envuelta en la profesión de pitar. Decidió ser referí una que otra vez, en torneos de barrio, pero finalmente se decantó por la gerencia deportiva y ahora hace parte de Special Olympics, organización que promueve el desarrollo de deportistas en condición de discapacidad. Con ella, ha podido seguir inmiscuido en el deporte, una pasión que finalmente marcaría el rumbo de su historia y que lo haría descubrir las cosas buenas y malas de la existencia.
Ahora, con su libro, Fernando Paneso dejó claro que puede haber un arbol recto en un bosque de árboles torcidos y que, por más de que la trampa y la corrupción toquen a nuestra puerta, primero hay que pensar en los valores que papá y mamá se tomaron el tiempo de enseñarnos, para ponerlos por encima. Seguramente esta nota se quede corta ante todas las vivencias que el árbitro dejó impresas en su biografía como referí, pero desde cumpla el objetivo por el que quise escribirla, dejar claro que la honestidad está por encima de las mafias y que, aunque en la vida todos cometemos errores, más un árbitro, esos errores no tienen que estar manchados por las mieles de la maldad, me doy por bien servido.
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