Después de varios semestres de intermitente actividad académica, luego de haber superado el último obstáculo: el trabajo de grado, requisito para ser declarado sabio, en el paraninfo de la U, el graduado se encuentra a la puerta de la Facultad de Humanidades, para dar inicio al futuro: la carrera profesional, iniciada en el preescolar cuando aprendió: Dios y plastilina, e hizo la primera comunión de las tablas de multiplicar, y en la secundaria aprobó: “Open de window para que la mosca gets out” y, del álgebra nunca entendió: menos por menos da más y, en física, el profe le instruyó: “Aprenda que todos los cuerpos caen con igual velocidad en el vacío, como un acto de fe, dado que no hay laboratorios”, y retuvo “Solo sé que nada sé” de Sócrates un filósofo chaparro, barrigón y chato, y que no le curó el guayabo después de la borrachera y, de haber entregado la toga y el birrete, alquilado en la casa del vestido, cuyo recuerdo queda en la foto de grado.
Igual que Edipo se halla con distintos caminos, en el portón de la Facultad de Humanidades. A la izquierda, sopla el viento por el camellón central, que lleva a la licorera, para convertirse en bohemio, despotricador del gobierno, armador del mañana distinto y, en la tardes de jeremiadas y suspiros, volver a la casa con los bolsillos vacíos.
O bien, a la derecha de la salida de humanidades, comenzar a subir por la hiedra de la Secretaria de Educación y convertirse en maestro o profe. Más, eso es poco, porque puede aspirar a la canción de la burocracia: “Mil elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña y como la tela se resistía fueron a llamar a un camarada”, apoyando a algún candidato promesero.
O bien, hacia el norte, puede ser parte de una ONG, financiada por una mala conciencia de los países del norte que, se siente culpable de la miseria sembrada en estos pagos. O también hacer una licitación para un programa de resiliencia (capacidad que tiene el asno para superar las circunstancias traumáticas) provocada por la violencia de los malos o de la gente de bien.
Claro que el graduado, no el actor Dustin Hoffman, sino el de la Facultad de Humanidades puede, a la vuelta de la esquina, continuar calle arriba, calle abajo, la carrera, como mototaxista llamado en estos lares: motorratón. Asimismo, puede descender, irse hacia el sur, para ser arrollado por el más caudaloso río que se avalancha sobre la ciudad: el desempleo.