No cabe duda que nuestra expresión escrita dice mucho más de lo que pudiéramos pensar. Nivel de educación, social y cultural. Más en nuestra nación, cuya capital se ufana aún de hablar el mejor español de América, aunque por sus calles ruidosas es fácil encontrarse con letreros tan explícitos como: “Ce arreglan sapatos,” “benta de repuestos” o “minutos a selular”. Y si hablamos de las redes sociales, lo más común es observar una mezcolanza de letras, números, emoticones, entre otros signos, que más que parecer un enunciado preciso con su significado concreto, parecen un jeroglífico enigmático y profético.
En los pasados días del paro de maestros, hubo una curiosa controversia entre el escritor Hector Abad Faciolince y algunos maestros que le reclamaban por un ruidoso tweet que él hizo en contra de ellos, que lo conllevó a escribir una columna donde describía su batalla gramatical contra ellos e insistía en la pésima ortografía de algunos. Abad respondía como un demiurgo de letras, tratando de arreglar el semejante caos “desortográfico”. 30Aunque los ataques fueron incisivos por parte y parte, un osado maestro, tal vez conocedor de la obra del escritor, le respondió de forma contundente: “@Hectorabadf, increíble cómo toda su producción se resume en una sola obra: Basura”. Es evidente que es un juego de palabras, pues una de las producciones del novelista fue titulada como Basura.
La anécdota anterior sirve para resaltar que todavía la ortografía ocupa un lugar privilegiado en la sociedad colombiana, atestada de poetas y gentes conocedoras de letras, a tal extremo que es posible tirar una piedra al azar, en cualquier plaza pública y descalabrar a más de uno. Sin embargo, las redes sociales, el acceso a la escritura por las masas, han desacralizado el ponderado arte de escribir bien y lo han relegado a todas las travesuras idiomáticas inimaginables. Esto ha hecho que el habla oral, cuyo predominio y uso se impone frente al escrito, ha hecho que el espacio de la web sea un híbrido entre lo oral y lo escrito; al respecto, es Jesús Martín Barbero quién más ha martillado este tema. Es por eso que en las redes, ante un comentario jocoso, no escribimos “risa” o “me dio risa”, sino la onomatopeya, sin duda oral: jajajaja.
Tal vez la ortografía y las viejas normas que la acreditan están entrando en pugna con los nuevos paradigmas de la comunicación. Entre ellos este medio, digital que llaman, viéndose defraudada por la total "deconstrucción" de sus parámetros más rígidos.
Frente a esto creo que no podemos quedarnos dándonos golpes contra las paredes, tampoco enfatizar en el aprendizaje inhumano de miles de cánones que mezclan que antes de "p" y "b" va "m", y que mi mamá me mima... y la "i" del iglú que nadie ha visto, pero sí incrementar la lectura e enfatizar en la pragmática del uso, es decir, el vuelco total hacia el significado en la práctica del acto comunicativo, que se puede alterar con una sola letra, tilde, coma o punto.
Ejemplo: si decimos, 'vamos a comer niños', por 'vamos a comer, niños'. 'Pásame la pelota negra', por 'pásame la pelota, negra'. O enfocándonos en revolver y en revólver. O bien, decir que alguien es un asesino (un homicida) o un acecino (salador de carnes). Considero que ese es el gran problema, más que la carencia de la regla. Es el uso y su significado el que altera el sentido de los enunciados en la comunicación, que sin duda, lo es todo.
Por lo tanto, no sé en cuál de los dos casos es más caluroso, sí el "abrazo" o el "abraso" que se le envía a alguien. A estas alturas, sería bueno empezar a tener en cuenta la propuesta que hizo García Márquez, para algunos desgarradora y traída de los cabellos en su discurso: “Botella al mar para el dios de las palabras”, donde de alguna manera profetizaba el problema actual de la ortografía. Y que los medios de comunicación, quienes también tienen deslices ortográficos y sintácticos, sean muy precisos en el uso del lenguaje. Aunque hay errores muy graves que no se pueden perdonar, como ese de agregarle a las pestañas del ojo una 'h' advenediza.