Siervos sin tierra
Opinión

Siervos sin tierra

La miseria en algunas zonas campesinas de Colombia es un asunto cuya solución no da plazo, pero hoy la mayoría de los desposeídos están en las ciudades

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septiembre 17, 2024
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La idea de que el futuro económico del país reside en el campo es muy exótica. Anacrónica. Lo que sucede en realidad es que en la medida en que un país se urbaniza, se industrializa, crece su sector de servicios y el tamaño del Estado, el sector agropecuario va perdiendo importancia en la generación del Producto Interno Bruto, PIB. El peso reducido que conserva en una economía desarrollada se lo dan principalmente las actividades agroindustriales, que pueden ser muy productivas y aun generar excedentes de exportación. El primer exportador de alimentos es Estados Unidos, una economía desarrollada, que lo puede hacer por dos razones: una la industrialización de los cultivos y otra los fuertes subsidios estatales. 1,2 % el peso de su sector agropecuario en el PIB.

Todo proceso de desarrollo lleva a una gran emigración del campo a la ciudad. La medida del atraso de un país bien puede ser la cantidad de campesinos minifundistas que sobreviven en un ambiente de modernización. En Colombia, para ponerle algunas cifras a la idea, en 2023 el 76 % de la población, 18 millones de hogares, vivía en las ciudades y 24 %, 12 millones de hogares en el campo. Y un dato curioso que indica quiénes emigran, el 66 % de las familias campesinas son mayores de 65 años. El campesinado colombiano es una población pequeña y envejecida. Las políticas públicas deberían considerar ese fenómeno, antes de priorizar el sector agropecuario como base de desarrollo nacional.

Hoy en Colombia 26 % del PIB es comercio, 15% administración pública y defensa, 12 % industria manufacturera y 8,4 % actividades inmobiliarias. Cuatro sectores que suman más del 60 %, y solo el 8 % agricultura. Con el agravante de que para 2023, Bogotá D. C., Antioquia y Valle del Cauca concentraron cerca de la mitad del PIB nacional; si se le suman las siguientes 3 economías (Santander, Cundinamarca y Atlántico), juntas representan el 67 % del PIB de Colombia. Es decir, según esas cifras del Dane, Colombia es un país urbano, con una economía de servicios y una población concentrada en las grandes ciudades. ¿Dónde queda en ese panorama el Siervo sin tierra, título de la novela de Eduardo Caballero Calderón sobre los campesinos desposeídos escrita en 1954, hace 70 años?

Se demoró tanto la puesta en marcha de una política exitosa de reforma agraria, de la que se viene hablando desde el año 36 cuando Colombia era un país rural, cuya ausencia y cuyos intentos fracasados produjeron nada menos que las guerrillas políticas, rurales, en protesta por la concentración de la tierra, que el asunto terminó por pasar a un segundo plano. De alguna manera el problema de la presión por la tierra se solucionó por sí mismo: los campesinos emigraron a la ciudad, el sector agropecuario se modernizó e incorporó a muchos campesinos a la economía formal agroindustrial y en algunas partes como en el departamento del Cauca hubo una reforma agraria de hecho generada por invasiones, legalizada por el Estado. La lucha guerrillera por la tierra se transformó en un combate de señores de la guerra con ejércitos privados disputándose, todos contra todos, rentas ilegales, narcotráfico, minería, tráfico de personas, con los pequeños campesinos atrapados en fuegos cruzados.


La reforma agraria como una política pública para volver propietarios de pequeños minifundios a los siervos sin tierra, como base del desarrollo económico, dejó de tener sentido hace mucho tiempo


Cuando finalmente las Farc después de 60 años de luchas se sientan en el 2016 con el gobierno Santos a firmar un tratado de paz, el primer punto es una reforma rural integral. Se habla allí de una modernización del campo, de una presencia del Estado en las comunidades campesinas, que las hay y muy pobres en zonas poco desarrolladas del país, alejadas de los centros de producción. No es de extrañar que cuando ese documento se presentó a la aprobación nacional en un plebiscito, la mayoría lo rechazó, no tanto por la crispación con que se llevó a cabo la campaña de aprobación, sino porque era un tema que no le decía mucho a la mayoría de los colombianos. Una y otra vez a lo largo de los años cuando se les preguntaba a las gentes urbanas del nuevo país por sus necesidades sentidas, aparecían el costo de vida, el desempleo, la inseguridad en las ciudades y casi de último una paz rural basada en una reforma agraria, que les era tan ajena como la guerra misma

Todo lo anterior para decir que la miseria en algunas zonas campesinas de Colombia es un asunto cuya solución no da plazo, adonde hay que llevar bienestar, asistencia técnica, vías, mercadeo. O sea, desarrollo social. Pero la reforma agraria entendida como una política pública nacional para volver propietarios de pequeños minifundios a los siervos sin tierra, como base del desarrollo económico, dejó de tener sentido hace mucho tiempo. Hoy la mayoría de los siervos sin tierra, los desposeídos, están en las ciudades.

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