Mi experiencia de los últimos años de recorrer rutinariamente la ciudad donde vivo – Cali –, ha estado marcada por un trayecto del centro-oeste hacia el oriente y hacia las laderas: hace mucho tiempo no tenía rutinas permanentes que evidenciaran el cotidiano desde el centro hacia el sur. En las últimas semanas recorro las vías del Sur en servicio de taxi, en trasporte masivo o caminando algunos trayectos.
Varias sensaciones tengo como novedad: primero son muchos los atributos de goce de esta zona, es un privilegio transitar por la calle quinta temprano y reconocer con luz fresca, la presencia de los farallones haciéndonos sombra y aportando oxígeno y regulando el clima entre otros asuntos; debo decir que la experiencia del farallón a la madrugada es un espectáculo que poco reconoce el urbanitas, por ejemplo en varias ocasiones los conductores me han preguntado a qué le tomo fotos. Y cuando les muestro la silueta de la montaña se asombran y reconocen que nunca observaron ese relieve, para ellos Cali es solo “plan”. Otro asunto de las maravillas del sur caleño es que se pueden encontrar zonas más arborizadas y la surcan pequeñas microcuencas que sin ser ríos, son humedales, nacimientos, delicadas cañadas, que evidencian un mayor equilibrio entre el urbanismo del cemento y la posibilidad de tejidos verdes y espacios públicos respecto al resto de la ciudad; es también evidente que los servicios educativos, comerciales y de entretenimiento tienen una mejor cobertura y se perciben robustos.
Sin embargo, en segundo orden, debo sostener que una de las dificultades de la vida urbana al sur, se relaciona con la existencia excesiva de no lugares y de colisión de formas de vida. Hago paréntesis para recordar que Marc Augé nos ha propuesto pensar las brechas de ciudad a partir del fenómeno urbano de la aceleración de las movilidades que redundan en que los espacios se habitan funcionalmente a partir de las necesidades de transitabilidad y flujo de personas, grupos humanos, mercancías y transacciones privadas y públicas, pero se pierden los vínculos emocionales e identitarios entre los habitantes de lugares, generando colisiones entre los usuarios de la ciudad así como una interacción formal que difiere los lazos significativos; gran paradoja que bellos paisajes se viven de formas excesivamente individualizados y mediados hegemónicamente por enclaves de consumo y funcionabilidad práctica.
Gran paradoja que bellos paisajes se viven de formas excesivamente individualizados y mediados hegemónicamente por enclaves de consumo y funcionabilidad práctica
Volviendo al sur de Cali, hay no lugares en los trancones de horas pico que generan altos grados de irascibilidad e intolerancia, en la concentración de plataformas de comercio en los que hay contactos distantes por fuera de la imagen que nos devuelven los vidrios de los escaparates, en los complejos educativos cuando dejan que todo se vuelva lugar de paso rutinario, en el transporte masivo cuando las personas se encierran defensivamente en túneles que les aíslan del contacto y del paisaje. En mis nuevos trayectos disfruto el anonimato para deambular reconociendo los bellos atributos que permite mi reciente actividad laboral, pero también sufro la manera como las interacciones se empobrecen y se colonizan hacia un espíritu de rapidez, uniformidad, exceso de dispositivos de seguridad disuasiva del contacto y desconfianza ciudadana.
Por supuesto, esta percepción de no lugares que reporto está presente en varios sectores de Cali y en casi todas las urbes globales; al respecto afirmo que la vida urbana en Colombia necesita llenarse de espacios de encuentro, cualificar las oportunidades de relacionamiento entre sus habitantes, pero también con sus entornos naturales, paisajes y zonas públicas; es entendible que crezcan los no lugares por la velocidad y funcionalidad de nuestras villas contemporáneas y por las dinámicas de modernización y globalización, pero las y los habitantes de las ciudades tenemos la necesidad de transformar los hábitats para superar segmentaciones y exclusiones sociales evidentes; ese reto implica proponernos nuevas formas de relacionamiento y de construir el encuentro común en la diferencia. Para avanzar en ese sentido se necesita disposición de las instituciones públicas y privadas, y activa participación de las habitancias que usan, gestan y construyen las ciudades. Pensémoslo.