La iniciativa del alcalde de Cali sobre la constitución del Paisaje Cultural de la caña de azúcar, nos evoca otro caso similar muy conocido, que, posterior a la terminación del pacto mundial cafetero, se conformó en la zona territorial conocida como el eje cafetero.
Si miramos ese caso, encontramos claramente los méritos para tal declaratoria, ya que el café, desde finales del siglo XIX, constituyó el motor de la acumulación originaria de capital en Colombia, cuyo mecanismo fue protagonizado directamente por los arrieros, agentes de la comercialización y los servicios, que sembraron las raíces para la creación de los bancos y las empresas industriales ya en siglo XX, o sea que el capitalismo entró al país gracias al café.
Las costumbres y tradiciones de los arrieros, complementadas con la acción institucional de todo el conjunto de la organización cafetera encabezada por la federación, más el Fondo Nacional, las cooperativas y la red de compradores, conformaron un mecanismo que enraizó la cultura o idiosincrasia muy particular, que hoy todavía se conserva. El calor humano, la hospitalidad, el servicio, la amabilidad, la tradición familiar, la pertenencia, entre otros, son patrones mentales de conducta que están arraigados en la población asentada en esa zona y que se han sostenido, a pesar de los embates de la ideología de la postmodernidad que invadió el continente después de 1980.
Pero, parece, que el alcalde de Cali cree, que el paisaje se refiere a un efecto visual como una fotografía, sin tener en cuenta que es un marco o panorama complejo, que encierra elementos económicos, sociales, ideológicos y físico-espaciales. Si examinamos el papel de la caña de azúcar en este contexto, no encontramos mérito para declarar un paisaje cultural en torno a esta actividad.
Que fue un factor relevante en la creación de una demanda de consumo regional favorable al nacimiento del polo industrial de 1958, es cierto. Pero también estaban Buenaventura, la capacidad energética de los ríos Anchicayá y Calima lo mismo que el recurso del carbón en la cordillera, además de la capacidad edafológica del valle geográfico, que ya había sido estudiada previo a la creación de la CVC, factores que bien hubieran podido ser fortalezas para crear el mismo polo industrial de la política nacional cuando introdujeron el modelo de la Cepal.
Por el contrario, después de un siglo del cultivo, el balance no es halagador: los impactos contra el recurso suelo por el monocultivo y uso intensivo del agua que trae salinización de la tierra, los golpes contra el aire por el humo de las quemas y la pavesa, son negativos contra el componente biofísico del sistema ambiental; y sobre el componente socioeconómico y cultural, no hay mucho que reconocer, ya que en materia de integración social, unidad familiar, tradiciones, costumbre, pertenencia, y dignificación humana, los réditos no muestran partidas significativas.
Por supuesto que no extraña la postura del alcalde, quien no ha demostrado ser el más competente para abordar e intervenir en los verdaderos problemas de territorio y se ha dedicado de manera distraída a realizar acciones que no concuerdan con los postulados la gerencia pública, hoy que tanto se necesitan, y se ha dedicado a múltiples temas intrascendentes, como este donde se contempla el paisaje cultural regional.