Muchos de los que protestan, con toda razón, contra los grotescos atropellos de la dictadura de Nicolás Maduro, aplauden con entusiasmo la gestión desarrollada por Nayib Bukele como presidente de El Salvador.
Esto, a pesar de que Bukele, como su homólogo venezolano ha recurrido a medidas muy poco democráticas para gobernar. Como declarar y mantener desde el 2022 un estado de excepción que le da poderes casi omnímodos. A lo Maduro.
Así me fusilen los bukelistas colombianos, remitiéndonos a los hechos la gran diferencia entre el régimen de Bukele y el de Maduro es que mientras el primero es joven, el segundo ya lleva un cuarto de siglo en el poder, con el desgaste que ello implica.
Es normal que las dictaduras gocen de gran popularidad cuando se instalan en el poder. Incluso Gustavo Rojas Pinilla, el único dictador que tuvo Colombia en el siglo XX, fue recibido con entusiasmo por casi todos los políticos y la mayoría de la población de este país.
A Rojas llegaron a bautizarlo el ‘pacificador’ porque se dio a la tarea de frenar la lucha partidista que estaba desangrando el país. El General y su hija María Eugenia, la Nena, eran recibidos como unas estrellas de rock a donde llegaban.
Al punto de que en el archivo del diario El País encontré una primera página de una edición que saludaba con visible entusiasmo la llegada del dictador a Cali. “Bienvenido señor Teniente General” era el título que encabezaba la nota que era acompañada por una foto de Rojas que ocupaba toda la página.
Pero la luna de miel entre Rojas y los colombianos duró poco y cuatro años después de que asumió el poder en olor de multitud, fue sacado a empellones por los mismos que lo encumbraron.
La dictadura venezolana también gozó de gran respaldo popular en sus inicios. En 1999 Hugo Chávez fue elegido presidente de ese país, con el respaldo del 80 % de los votantes.
Gracias a los ríos de dinero que hizo circular, Chávez mantuvo buena parte de su popularidad prácticamente hasta su muerte, en el 2012. Sus famosas misiones beneficiaron a muchos venezolanos a los que poco les importaba que al mismo tiempo el chavismo iba adueñándose del Estado y acabando con la institucionalidad democrática.
Hay que admitir que a los muy generosos subsidios que entregó, había que sumar el carisma de Chávez, que le permitía conectar muy fácil con el venezolano promedio.
La muerte del coronel y el ascenso a la Presidencia de Nicolás Maduro, un troglodita que carece de la gracia que tenía su antecesor, marcaron el comienzo del fin del respaldo popular al chavismo.
Y hoy, según lo demostraron las elecciones que se robó descaradamente Maduro, más del 70 % de los venezolanos quiere que el chavismo entregue el poder.
Nayib Bukele, en cambio está en los gozosos. Acaba de ser reelegido con el apoyo de la inmensa mayoría de los salvadoreños que le profesan un agradecimiento inmenso por que le devolvió la seguridad hasta al que hace poco era uno de los países más violentos de América.
A punta de mano dura y, según cuentan algunas fuentes periodísticas de negociar con los lideres de las temibles maras, Bukele consiguió desmontar esas estructuras criminales que tenían azotado a su país.
Gran logro, que ha tenido un enorme costo para la democracia salvadoreña por cuenta del famoso estado de excepción que le otorga facultades casi que monárquicas a Bukele.
Mejor dicho, como ocurrió con el chavismo en Venezuela, mientras le da gusto al pueblo salvadoreño, Bukele se va apoderando del Estado de su país. Y es muy posible que termine lográndolo.
El problema con las dictaduras es que uno sabe cómo arrancan, pero no como terminan. O mejor, que no terminan. De seguro la personalidad mesiánica de Bukele lo debe tener convencido de que, si él se llega a ir de la Presidencia, la violencia volverá a adueñarse de su país. Y para que esa catástrofe no ocurra, es imprescindible que se aposente de forma indefinida en el poder.
Y como el hombre apenas llega a los 43 años, los salvadoreños tendrán Bukele para rato.
No se necesita ser vidente para pronosticar que el proceso Bukele va a terminar mal
No se necesita ser vidente para pronosticar que el proceso Bukele va a terminar mal. Así como hasta ahora ha perseguido sin tregua a los pandilleros, un día no muy lejano comenzará a ver como enemigos a quienes se opongan a sus decisiones y a que permanezca de forma indefinida en el poder. Y esos opositores serán perseguidos de la misma forma en que han sido exterminadas las maras.
En unos años los salvadoreños despertarán y terminarán hastiados de Bukele. Ojalá no sea demasiado tarde.
No nos engañemos: no hay dictadura buena. La diferencia entre los dictadores de derecha y los de izquierda es que los primeros atropellan a nombre de la autoridad y los segundos, de la justicia social.
Esos métodos autocráticos son muy eficientes y dan resultados muy rápidos. Pero el poder casi siempre termina envileciendo a quien lo ostenta. Y si el poder es eterno, el envilecimiento también será infinito.