La elección del cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio como el sucesor de Benedicto XVI, en el trono de San Pedro, suscitó las más variadas opiniones y polémicas. Los ánimos de muchos (creyentes y no creyentes) se vieron exaltados en ambas partes del mundo por el aggiornamento que suponía la elección de un latinoamericano como papa. El primer latinoamericano. Las implicaciones de este hecho no eran ni son únicamente de naturaleza histórica o política, sino teológica, y ello porque no se estaba escogiendo únicamente a un papa latinoamericano (lo evidente), sino a un papa de la iglesia de la teología de la liberación (lo implícito).
Con la elección de Bergoglio se reconocía y se aceptaba la influencia de tal corriente teológica en la iglesia actual y en el pensamiento teológico moderno. Tal hecho no es superfluo: la teología de la liberación es surgida a mediados de los sesenta en Latinoamérica cuando muchos agentes de pastoral religiosos y laicos empezaron a compartir la situación de pobreza y opresión del pueblo y dan origen a este movimiento teológico explícito, el cual tuvo un gran impacto en la iglesia institucional reunida para la segunda conferencia del episcopado latinoamericano en Medellín.
Gustavo Gutiérrez, Rubem Alves, Leonardo Boff, entre otros, son considerados los pioneros de este nuevo movimiento, sensible a la opción por los pobres y a la transformación de estructuras que conlleven a un orden más equitativo, razones que han llevado a que se le tilde de marxista y subversivo.
Desde entonces el pensamiento de liberación (junto con la filosofía y la ética de la liberación, que tienen en Enrique Dussel su mayor exponente) se empieza a configurar como autóctono y representativo de la Iglesia latinoamericana. Francisco desciende de esta tradición. Es esto lo que implica tener a un latinoamericano como papa y la curia vaticana es consciente de ello, con lo cual no deja de sorprender el ascenso de este hombre al papado, pues la resistencia del Vaticano a la teología de la liberación es ya un hecho clásico: las sanciones a los teólogos Leonardo Boff e Ivone Gebara dan cuenta de ello. Un nombre que representa a muchos: Oscar Arnulfo Romero, Arzobispo salvadoreño defensor de los derechos humanos martirizado en marzo de 1980. Su proceso de beatificación y canonización ha enfrentado muchísimas trabas, y ello por la sospecha de marxismo en sus acciones y por la posible influencia en sus escritos del teólogo de la liberación de Jon Sobrino.
La posición de Benedicto XVI frente al pensamiento teológico latinoamericano siempre fue de viva oposición y rechazo, emitiendo documentos que advertían del peligro de tales ideas comunistas.
Observando desde esta perspectiva el tiempo de Francisco en el papado, es momento de preguntarse: ¿Es Francisco un retórico más?, ¿un populista? ¿o es quizá el hombre que retornará a la iglesia a sus orígenes de simplicidad y pobreza?
Evidentemente, no hay que hacerse muchas ilusiones. Francisco sigue siendo el representante de la multinacional más poderosa del mundo, que depende en gran medida del tradicionalismo y la ignorancia de los fieles para mantener sus pletóricos ingresos, y cuya transformación no depende de la voluntad de un solo hombre. Mantiene una posición no muy progresista frente a temas candentes como el celibato y la igualdad de género. Sin embargo, no por ello podemos dejar de apreciar sus gestos de renovación, los cuales vistos en perspectiva histórica dejarán huella tras su paso por El Vaticano. Entre los últimos papas, los pequeños gestos han desembocado en cambios radicales (por ejemplo, la negativa de Juan XXIII a usar la triple corona papal, o la encíclica de Pablo VI populorum progressio, en la cual se expone la situación de la clase obrera). Sin duda alguna los pequeños gestos simbólicos de Francisco habrán generado resistencia entre los sectores más conservadores de la Iglesia Católica, e incluso no ha faltado el alucinado y fanático creyente que ha visto en Francisco la viva encarnación del mal, pues simboliza el ingreso del comunismo a la Iglesia católica. Tales creyentes parecen emular a Neruda en su “Ley del embudo”: “los comunistas, venidos del infierno como se sabe”.
Más allá de estas percepciones, el papa Francisco ha supuesto un cambio positivo para la iglesia católica. Su cercanía con los más humildes, sus palabras llenas de vigor y frescura con cierto talante revolucionario, su desdén frente a la opulencia de sus predecesores, entre otros aspectos, convierten al actual obispo de Roma no en un hablador más, sino en un hombre que busca la esencia del cristianismo en donde debe buscarse: en los sectores marginados de la sociedad. Lo importante ahora es que las iglesias locales se permeen del mensaje de austeridad del papa, pues será la única manera de que su ejemplo no sea una voz que clama en el desierto, un hombre cuya estrategia populista es solo bla bla bla, como afirman algunos, y se convierta en una necesaria revolución de una Iglesia que requiere que sus ventanas sean abiertas nuevamente, pues adentro no se puede respirar por la podredumbre que la contamina hace mucho tiempo. Los pequeños cambios se pueden ir notando, y Francisco, un hombre que conoce las implicaciones de ser latinoamericano, puede liderar una nueva puesta al día de la Iglesia católica.