Desde que Álvaro Uribe llegó a la presidencia de Colombia en 2002, hemos presenciado un fenómeno sin precedentes: miles de personas han perdido su capacidad de razonamiento crítico y comenzaron a seguir a este líder de manera casi religiosa, justificando cualquier barbaridad que se le ocurra, incluso aquellas que atentan contra la vida de miles de colombianos.
Esta "secta" uribista no permitía el disenso ni el cuestionamiento a su líder. Expresar algo en contra de Uribe era motivo de insultos y enemistad; incluso, familias se separaron por esta razón. El fenómeno uribista alcanzó niveles de irracionalidad impensables, cegando a muchos seguidores ante cualquier crítica o evidencia que pusiera en duda la rectitud de su líder.
Con el tiempo, esta "secta" uribista fue disminuyendo. Las barbaridades cometidas durante el gobierno de Álvaro Uribe dejaron sin argumentos a muchos de sus seguidores. Aunque aún persisten algunos que se niegan a aceptar la realidad y jamás cuestionarían a su líder, su número ha disminuido considerablemente. Sin embargo, cuando creíamos que finalmente había llegado una época de racionalidad para la ciudadanía colombiana, surgió un fenómeno similar: el petrismo. Esta nueva "secta", al igual que la uribista, defiende cualquier ocurrencia de su líder, justificando todo. Quienes se atreven a cuestionar cualquier planteamiento del nuevo líder son automáticamente considerados enemigos, sin importar si son familiares o no. Hoy, cada palabra o acción del nuevo líder debe ser seguida de forma casi religiosa.
Estas dos sectas, la uribista identificada como de derecha y la petrista como de izquierda, aunque realmente ninguna se adhiere estrictamente a estas tendencias, se alinean según sus conveniencias. Ambas se han enfrentado en numerosas ocasiones, contradiciéndose mutuamente sin importar la situación. Un ejemplo reciente es la situación en Venezuela, que ha sido motivo de conflicto entre los seguidores de ambas sectas. Por un lado, los uribistas intentan generar pánico insinuando que Colombia podría llegar a una situación similar a la de Venezuela, algo que, por el momento, está muy lejos de la realidad, considerando las instituciones fuertes de Colombia y la baja probabilidad de una reelección del presidente Petro. Por otro lado, los petristas, igualmente irracionales y generadores de pánico, han decidido justificar el evidente fraude en las elecciones venezolanas, mostrando una total indolencia hacia el sufrimiento del pueblo venezolano, todo por defender a su líder.
Además, los petristas buscan justificar el mal llamado estallido social de 2021 en Colombia comparándolo con las protestas en Venezuela, equiparando dos situaciones completamente distintas. El estallido social en Colombia comenzó de manera justa, con miles de personas manifestándose en contra de una reforma tributaria que perjudicaba principalmente a las clases populares. En ese momento, la protesta era legítima. Sin embargo, incluso después de que la reforma tributaria se retirara, las protestas continuaron sin un motivo claro, con muchos manifestantes sin saber realmente por qué seguían en las calles. Equiparar esta situación con la de Venezuela es absurdo, primero porque Colombia no está bajo una dictadura como Venezuela; segundo, porque en Colombia no hubo fraude electoral como en el caso venezolano; y tercero, porque en Colombia, los motivos de protesta se diluyeron con el tiempo.
El uribismo y el petrismo son tan parecidos que durante el estallido social en Colombia, los uribistas solo veían violencia por parte de los manifestantes y eran incapaces de reconocer el uso desmedido de la fuerza por parte de la policía. Del mismo modo, los petristas solo veían violencia por parte de la policía y aún hoy son incapaces de reconocer el nivel de vandalismo que hubo por parte de muchos manifestantes, que ya ni siquiera sabían el motivo de sus protestas. Durante el estallido social, algunos se quejaban del alto precio de la gasolina. Hoy, la gasolina está mucho más cara, pero esto ya no es motivo de protesta; al contrario, algunos argumentan que el entonces presidente Iván Duque debería haber subido más el precio de la gasolina. ¿Pueden imaginar qué habría pasado si Duque hubiera subido el precio a lo que está hoy?
Es crucial recordar que la política no debe ser una cuestión de lealtad incondicional a una figura, sino de búsqueda del bien común y de un gobierno efectivo. Seguir a un líder de forma casi religiosa puede cegarnos ante sus errores y nos impide evaluar objetivamente sus acciones. Es totalmente válido y necesario cambiar de opinión si el líder por el que alguna vez votamos no cumple con nuestras expectativas. Cuestionar y retractarse no es un signo de debilidad, sino de madurez y responsabilidad cívica. Al fin y al cabo, es a través del diálogo y la crítica constructiva que podemos mejorar como sociedad y garantizar que nuestros líderes realmente trabajen en beneficio de todos. No debemos temer a la autocrítica; es un paso esencial para construir una democracia más robusta y equitativa.