Hijos a palos
Opinión

Hijos a palos

Concepto para entender la violencia del padre contra la madre y los efectos negativos sobre los hijos varones es la “herida paterna”: abandono, abuso o desconexión

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julio 23, 2024
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En mi práctica clínica encuentro con mucha frecuencia este relato: “nunca conocí a mi papá, cuando yo tuve uso de razón y pregunté por él, mi mamá me contó quién era”. O este otro: “Yo tenía mucho miedo de que mi papá llegara a la casa porque armaba un problema, insultaba y le pegaba a mi mamá mientras yo me escondía aterrorizado, pensaba que la podía matar”. Y este: “mi papá era muy seco, hablaba para dar órdenes y decirnos cuáles eran las normas”.

En las historias clínicas de los varones es rara la referencia espontánea al padre abandonador y violento. Hablan de un papá “ofuscado” o “mandón” y dejan caer algunas veces la idea de que, si de pronto hubo una bofetada, “quién sabe qué fue lo que mi mamá le dijo o le hizo en ese momento… yo, la verdad, no me di cuenta”. Pero sí es frecuente la referencia a un papá exigente, muy autoritario y normativo.

¿Qué pasa con los hijos a palos?

La paternidad tradicional, hija predilecta de la masculinidad tradicional ha privilegiado estas funciones principales: fomentar la independencia de sus hijos varones, ejemplarizar bien el control de las emociones y la distancia afectiva, encarnar la norma y el control de la familia y proveer económicamente. La desconexión ha sido la norma, padres ausentes física o emocionalmente o disfuncionales, con dificultad para respetar a sus parejas, descargando sobres sus hijos varones la responsabilidad de cuidar de ellas y mantener una lealtad in extremis con su padre machista y hasta violento.

Con los cambios sociales de los últimos sesenta años gracias al feminismo, el acceso de las mujeres a la educación, su participación como fuerza laboral en el espacio público (ya lo era en el ámbito privado), y la mayor conciencia de la importancia del paternaje en la crianza de hijos e hijas, cada vez más hombres, gracias a las hadas, están mostrando cambios en su identidad y prácticas como hijos, como compañeros de vida y como padres.

Desde el punto de vista de su experiencia en la paternidad se habla ahora de padres presentes, ausentes, desconectados, autoritarios o violentos. En el grupo de los presentes, envueltos en la crianza los tenemos distintos según el grado de civilización que han alcanzado.


Los neopadres, lo mismo de antes, mismos “hábitos patriarcales” pero ya abrazan a sus hijos varones y no temen mostrase más afectuosos y menos autoritarios


Los neopadres, lo mismo de antes, mismos “hábitos patriarcales” pero ya abrazan a sus hijos varones y no temen mostrase más afectuosos y menos autoritarios, incluso se recrean con ellos en actividades tradicionalmente masculinas, sin involucrarse en las tareas de la vida práctica de la familia (citas médicas, trasnochos por enfermedad, comida y preparación, reuniones de “padres” de familia -nombre curioso y diciente- donde asisten mujeres en su gran mayoría); pero mantienen el control de dinero, la esposa y las hijas y obviamente están muy atrasados en la división del trabajo doméstico (crianza, cocina, cuidados y cama).

En las llamadas nuevas paternidades, se comparten los gastos, incluso 50/50, aunque es la mujer quién se hace cargo de la gran mayoría de las tareas domésticas y de cuidado (la gran explotación encontrada por las nuevas masculinidades, muy modernos, sí, pero ahora aliviados de toda la carga económica y sin compartir 50/50 la carga doméstica, como debería ser si realmente lo nuevo fuera equitativo).

Los más avanzados se llaman padres relacionales, su prioridad es la relación con su hijo, como guía y cuidador, incluso por encima de su función económica; se hacen preguntas por su legado machista y no quieren repetir la historia de su padre y abuelo, padres tradicionales que causaron muchas heridas de las que son plenamente conscientes.

Un concepto muy importante para entender la violencia del padre contra la madre y los efectos negativos sobre los hijos varones es el de “herida paterna”: abandono, abuso o desconexión. En Colombia la primera herida, el abandono paterno, es demoledor. El dato se ha mantenido estable por décadas, es decir, no ha mejorado: el 30% de los menores (niño, niñas y adolescentes) de este país han sido abandonados por su padre. Lo llamo “la presencia invisible”.

La “presencia atronadora”, la que respecta a la segunda herida, el abuso directo, cuenta con suficientes datos. Por ejemplo, la Organización Panamericana de la Salud (OPS, 2017) refiere que uno de cada cuatro adultos ha sido víctima de maltrato físico durante su infancia. Con relación al otro abuso, el abuso indirecto, no conozco estudios en el país que hayan indagado por lo que denomino la “presencia intimidante”, otra forma de herida paterna, la de muchos padres colombianos, que guiados por la anacrónica ética de la masculinidad, hacen del control violento de sus esposas (el 80 % de las víctimas de violencia en el espacio doméstico en nuestro país son las esposas), un mensaje claro para sus hijos: “sigues tú”. Ejemplarizante en varios sentidos: i) ya sabes de lo que soy capaz si me contravienen, ii) a las mujeres hay que disciplinarlas y iii) aprende de mí que soy tu padre. Luz en la calle y oscuridad en la casa, van por el mundo como padres excelsos sin admitir jamás el daño que hicieron, a la compañera y a sus hijos, especialmente a los hijos varones.

El Tiempo, marzo 17 de 2022, publicó: “La Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia determinó en marzo de 2022 que si un menor de edad es expuesto por su padre para que observe, forzadamente, mientras golpea a su madre, este niño o niña es víctima de maltrato psicológico y, por tanto, de violencia intrafamiliar”. Agrega, “todas aquellas conductas que puedan conducir a su desestabilización o disgregación, al paso que la violencia contra las mujeres que se presentan en relaciones de poder entre las parejas puede desdibujar la formación afectiva de los niños que hacen parte de la familia”.

La tercera herida, la desconexión emocional del padre, “la presencia ausente”, oculta y normalizada, ha sido un reclamo masculino en los consultorios de psicología y psiquiatría en el mundo. Con un agravante: hay evidencia robusta de la relación entre la herida paterna y la violencia pública.  Es una realidad que en Colombia se vuelve maligna: padres abandonadores, padres abusadores de sus parejas, padres negligentes en la crianza y el cuidado de su prole y padres desconectados que entrenan a sus hijos muy fervientemente para que sean “machos de verdad”.

Colombia, que lidia desde siempre con la guerra y ha tenido enormes contratiempos en la búsqueda de la paz, es un país “herido de padre”, y siempre estará herido de muerte mientras ese tema no sea cuestionado, no sea problematizado y no se busquen estrategias para erradicar esos hábitos patriarcales, que, como una raíz podrida, corrompe las identidades, los roles sociales y las relaciones interpersonales de los hombres.

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