Hace años, el maestro de la música llanera Reynaldo Armas compuso una canción contra Hugo Chávez. En las estrofas más contundentes de la pieza se escucha: “señor presidente usted que dice ser el perfecto, el propio enviado de Dios y el mesías de estos tiempos, el águila voladora que surca los cuatro vientos”. La vergonzosa dictadura en Venezuela cumplió veinticinco años, pero hay que guardar silencio; conviene más posar los ojos sobre Palestina donde sucede algo no menos vergonzante. Hay que reconocer que al menos Chavez leyó a Teilhard de Chardin y a Mao; pero los discursos de Maduro solo merecen el calificativo de vomitivos.
Desde la semana anterior, el régimen del dictador se ha dedicado a perseguir de manera criminal a la oposición; cierran los restaurantes donde le venden comida a María Corina, sellan los hoteles donde se aloja Edmundo; ayer detuvieron ilegalmente a Régulo Reina y en días pasados al jefe de seguridad de Machado. Nadie se ha pronunciado sobre la profunda desesperanza que viven nuestros vecinos; a pesar de que María Corina en una apoteósica manifestación sacó un millón de caraqueños a las calles, el resultado del próximo domingo está cantado. En un pasaje del joropo Armas le recordó a Chávez que aunque el roble sea muy duro el fuego lo hace cenizas; de eso podrán dar cuenta el libio Gadafi, el egipcio Mubarak o el ugandés Amin.
El himno de Venezuela empieza diciendo “gloria al bravo pueblo”; estamos seguros de que los verdaderos hijos de Bolívar un día pondrán en práctica esa frase del caraqueño Alí Primera que dice “el que muere por la vida no merece llamarse muerto”. Un profesor de la Universidad de Stanford algún día con sarcasmo dijo que en Venezuela se pasó de las verdes a las maduras. El 28 de julio, no solamente los ocho millones de venezolanos que están en el exilio sino también los que permanecen prisioneros en ese país, maldecirán con su último aliento al remedo de presidente y a su séquito de delincuentes.