No es gratis que la celebración del día de la madre, como la conocemos hoy en día, tenga sus orígenes comerciales en Estados Unidos: la santa madre del mercadeo y el capitalismo puro. Y que nosotros, como buenos hijos de esa progenitora del norte, copiemos y exaltemos a la perfección esas magnánimas fiestas.
Es el día perfecto para que hijos (as) buenos, malos, regulares y pésimos salgamos al comercio a exorcizar nuestras culpas y llenarlas de electrodomésticos, joyas, trajes, ramos de flores, tarjetas, almuerzos, cenas, serenatas, muñecos, chocolates, cosméticos, porcelanas (elefantes, ranas, muñecas), carros, casas, muebles, viajes, mascotas, cursos, y cuanta cosa haya para regalar en este solemne día. Y ellas, siempre dispuestas a complacer a sus “adorables” hijos, se visten con sus mejore galas, por lo general el vestido que alguien le regaló un año antes, para salir y encontrase con otras copartidarias de lucha (literal) en restaurantes, parques, paseos de olla, reuniones familiares, centros comerciales, iglesias y hasta estadios o cementerios.
Los que la tenemos viva no sabemos dónde ponerlas ese día y les repetimos a cada rato que las amamos y que son los mejores seres en este mundo. Qué ingenuos, como si ellas necesitaran escuchar eso de nosotros para seguir adelante y sentirse bien. El que la tiene muerta llora inconsolable y da consejos a sus amigos (as) para que valoren su compañía. Qué ingenuos otra vez, solo el que la ha perdido para siempre valora de verdad su presencia en alguna parte. Es un escenario que se repite en el país del sagrado corazón de Jesús (un hijo que también hizo sufrir a su madre y de qué manera), año tras año, cada segundo domingo del mes de mayo. Entre música, comida y trago, ricos y pobres ríen y lloran intentando pasar el mejor día con ellas o llenándose de recuerdos para no olvidar su aspecto.
Sin embargo, al otro día, después del guayabo, el desorden, las peleas, las echadas en cara, las promesas y las lágrimas derramadas de dicha o tristeza, todo vuelve a la normalidad. Ellas cambian sus ropajes y vuelven a sus incansables e invaluables roles de madres, abuelas y esposas, a seguir esperando esa llamada, ese abrazo, ese beso, ese te quiero, que tal vez tarde en llegar todo un año.
Puede sonar a cliché, y no niego que lo es, pero nuestras madres, todas, merecen mucho más que un día plagado de mercantilismo y comercio desaforado. Desde el que regala una rosa, hasta el que obsequia la casa más lujosa, jamás podrá retribuir con creces la labor de ellas en este miserable mundo. Una madre es madre todo un año, toda la vida, toda la muerte. Así que: ¿Quién dijo que ellas merecen solo este día? Buen día.
