Tuve el enorme privilegio de conocer a Sofía Imber que este año cumpliría cien años, pero con su rapidez vivió como doscientos. Fue mujer con fuerza interna invencible, inquisidora desde la confianza hasta la desconfianza. Jugó todos los papeles en la vida.
Nació en Saratoca Rumania el 8 de mayo de 1924. Hija de Naum Imber y Ana Barú quienes llegaron a Venezuela en 1930. Pero cuando sus padres huyeron de los bolcheviques, ella ya venía en camino. Y en esa difícil situación económica nadie deseaba un nuevo miembro en la familia, pero su madre se empreñó en alimentarla con cucharitas de té y resultó que sobrevivió un mostro que fue. Parecía frágil y de pequeña de estatura, pero con huesos de hierro y un cerebro con todas las neuronas del mundo. Ágil periodista de radio, televisión y prensa escrita. Devoraba libros pero no le gustaba hablar sobre las teorías de arte.
Y como si fuera poco, logró construir en un hueco de un garaje uno de los museos de más importantes de América Latina. Era elegante y le gustaba verse como decía ella “cómoda en su propia piel”. Amó la vida.
“En 1946 se mudó a Bogotá (Colombia) para trabajar en la revista Sábado, bajo la supervisión de Plinio Apuleyo Mendoza Neira.
Cerca de los años cincuenta, cambió nuevamente de residencia y se estableció en Francia. Más tarde vivió en Bélgica, donde su primer esposo, Guillermo Meneses, ejercía funciones diplomáticas. De este matrimonio nacieron cuatro hijos: Sarah, Adriana, Daniela y Pedro Guillermo.
En Europa llevó adelante un intenso contacto con el mundo artístico, incluso con figuras desconocidas en la época, como Vasarely y Schöffer, entre otros. Asimismo, conoció a un grupo de artistas plásticos venezolanos, denominados "Los Disidentes", radicados en París, quienes luego darían renombre internacional a Venezuela.
Como resultado de la mezcla entre los dos campos que domina, en la década de los sesenta fundó, junto a Meneses, la revista Crítica, Arte y Literatura (CAL) y pasó a presidir la Asociación Internacional de Críticos de Arte.
Después, formó parte de la Junta Directiva del Museo de Bellas Artes, al tiempo que fungía como Directora de la revista Variedades.
En 1967 la Unesco le otorgó la Medalla Picasso, y ésta fue la primera oportunidad en que tal reconocimiento fue concedido a una mujer.
En 1969 estrenó en las pantallas de televisión del país, a través del canal 8 (Venezolana de Televisión), su programa "Buenos días" en el cual entrevistó, junto a su segundo esposo, Carlos Rangel, a renombradas personalidades del ámbito nacional e internacional. Este novedoso espacio informativo perduró más de veinte años a lo largo de los cuales se transmitió en diversos canales nacionales.
Paralelamente, realizó segmentos de corte educativo, como "Sólo para adultos", que se transmitía en horario nocturno. En 1976 dio inicio al programa televisivo "Sólo con Sofía", que se mantuvo en el aire hasta 1982.
Su destacada labor como comunicadora social la hizo merecedora, en 1971, del primer Premio Nacional de Periodismo que se otorga a una mujer en Venezuela. Ese mismo año publicó su autobiografía, titulada: Yo, la intransigente.” Dice Wikipedia
En 1973 fundó junto a su esposo Carlos Rangel el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas (MACCSI), convirtiéndose en una de la más importante promotora del arte venezolano. En 1990 sus esfuerzos se vieron recompensados cuando el museo, que contaba con más de 2000 obras de Picasso, Miró y Kandinsky, entre otros, recibió su nombre. ¿Hoy me pregunto en qué estado estará el museo y su impecable colección?
Ella tenía todo bajo control y me enseñó toda la tarea museística que comenzaba por la limpieza de los baños y acababa con un completo recorrido del museo y los impecables depósitos. Como era severa, algún error era imperdonable. Para eso había que tener cuatro ojos y diez orejas. Los comentarios de los pasillos del museo eran importantes. No confiaba en nadie.
Una vez fuimos a Nueva York juntas a una maraton de museos y galerías a donde todo el mundo la respetaba. Nos hospedamos en el Hotel Carlyle pero desayunábamos en cualquier cafetería de la esquina a donde yo la esperaba tomándome un segundo café. Ella desayunaba rápido y frugal porque tenía que ir a recoger la ropa a la lavandería de los chinos. Un día resolví seguirla y la encontré en la Galería Malborough –en esa época una de las más prestigiosas de la ciudad- comprando un Picasso.
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