"Avísame cuando llegues": el mantra entre mujeres

"Avísame cuando llegues": el mantra entre mujeres

“Avísame cuando llegues” me decía mamá al teléfono cada vez que me lanzaba a la ciudad de un país con índices altísimos de feminicidio, y de impunidad

Por: Laura Andres Rendón Pareja
julio 10, 2024
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Desde los 14 empecé a salir. Primero al parque que quedaba a 15 minutos de casa. Luego a la zona rosa del pueblo. Después, a todo tipo de lugares que adquirirían cierto valor trascendental y único después de pisarlos con una amiga.

Las fronteras fueron haciéndose cada vez más sorteables, y de las parceras, las morras o las cholas, nunca me faltaron dos brazos dispuestos a darme un abrazo, o unos labios que anunciaran, con un amor infinito y con una complicidad solo por nosotras entendida, "Avísame cuando llegues". Un "Avísame cuando llegues" tan fuerte para que quepa en él la vida de una amiga, y tan frágil como para albergar la estabilidad de una madre o la fortaleza de un padre que temen que éste se rompa, que se convierta en un mensaje sin respuesta.

“Avísame cuando llegues”, me dice Pauli al despedirnos en una esquina a las 9:30. De regreso a casa, las calles húmedas permanecen solas, la neblina del primer día lluvioso en mucho tiempo envuelve la atmósfera en la que transcurren mis pasos.

De pronto empieza a parecerme que la noche está más oscura que nunca, que de cada sombra junto a un muro, de cada zaguán o de cada esquina podría fácilmente precipitarse una figura nocturna y acercarse hacia mí; 3 o 4 segundos, a las 9:40, que podrían impedir que llegue a casa, que cruce la puerta con mis zapatos mojados, que tome el celular para enviar un “Pauli ya”, que bese a mamá antes de dormir y termine la noche en mi cama, debajo de una de esas cobijas cálidas con estampado de tigre, y no entre la tierra espesa de algún apartado lugar.

“Avísame cuando llegues” me decía mamá al teléfono cada vez que me lanzaba a la ciudad de un país extraño con índices altísimos de feminicidio, y de impunidad. “Avísame cuando llegues” Me decía Yuli cuando salía de su casa y sabía que me esperaban 10 cuadras, todo derecho, hasta la mía. “Avísame cuando llegues” le digo a Mari cada vez que me deja en el taxi, y la veo irse en dirección al túnel que debe atravesar para llegar, un túnel que tardará 3 minutos en cruzar, 3 minutos solitarios y oscuros desde los que podría emerger la desgracia vestida de fugacidad y destiempos.

Mientras el taxi dobla por la calle siguiente, mi mirada la sigue hasta donde la existencia de la materia se lo permite, la sigue como deseando saber hasta qué punto su andar es firme y camina a salvo, cada vez más cerca de llegar, posar su cabeza en su almohada, y seguir soñando con lo que hará al día siguiente o 3 años después.

Cada una de esas veces, por fortuna, hemos regresado todas a casa; hemos cruzado el umbral que nos separa de los peligros del mundo y hemos saltado al interior de nuestro hogar como dentro de una burbuja, casi siempre sin percatarnos de lo importante del suceso, sin saber que amerita un “Lo logramos”, después de que muchas otras no lo hayan conseguido ese día.

Ser mujer y amar la vida, ser mujer y querer sentirse libre. Salir por un café, visitar a una vieja amiga o a un viejo amor... Incluso, regresar de U. No sé si el mundo lo sabe. Nosotras, al menos, lo sabemos; que la vida no se vive sin peligro, que nuestros pasos nocturnos temen la soledad, que aún bajo el sol acecha el destino, y que una salida nos cuesta más que la cerveza que paguemos; nos cuesta la tranquilidad, la certidumbre y el miedo.

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