Cerca de 1.000 naufragios se ocultan en las aguas colombianas. La Capitana San José -el galeón español de mayor valor hundido en 1708 en el mar Caribe, evaluado hoy en más de cinco mil millones de dólares -y el navío El Conquistador; los buques San Roque, Santo Domingo, San Ambrosio y Nuestra Señora de Begoña-, son solo algunos de los tesoros que yacen en el fondo de nuestro mar.
En el 2013, Juan Manuel Santos sancionó la Ley 1675 con el argumento de salvaguardar, recuperar y hacer visible el patrimonio cultural sumergido en Colombia, enfocado a que expertos rescatistas liciten para adquirir el permiso de exploración y rescate, y que lo que se extraiga del mar se divida a medias. El año pasado se aprobó el decreto reglamentario, y ahora los cazatesoros ofertan y están a la espera de que se les conceda su permiso de navegación. Desde entonces, hay una fiebre por encontrar estos naufragios. Las intenciones de los rescatistas están claras. El gobierno, por su parte, argumenta que es un despropósito dejar hundidos los barcos pues no permite un aprovechamiento cultural y un beneficio económico para la Nación.
La Autoridad Marítima Nacional (Dimar) dice tener la certeza de dónde están ubicados 283 navíos, y que la ubicación del San José se reduce a un espectro en donde se encuentran 15, aunque se puede decir que está localizado en una zona en donde hay 2 o 3 después de que se realicen las pruebas correspondientes. Este no es un tema del que al Estado le guste hablar. Mientras tantas cabezas se asoman para rescatar los galeones, la Dimar dice que se ha establecido una censura tácita por las pasiones que el tema genera.
Por ahora, lo que se sabe del San José es que se hundió en las islas del Rosario, a cerca de 300 metros de profundidad, y que fue blanco de una disputa legal entre la Nación y la Sea Search Armada, una empresa estadounidense rescatista de tesoros. En 1983, en el gobierno del presidente Belisario Betancur, cuando no había un marco legal maduro al respecto, la compañía obtuvo el permiso para explorar la zona y entregó las supuestas coordenadas del galeón al Gobierno Nacional. Sin embargo, el Estado señaló en su momento, con base en una posterior rectificación realizada por Thomas Thompson -un cazatesoros que hoy está preso por fraude- que en la zona denunciada no había nada. De cualquier manera, el país perdió una demanda con la compañía por la denuncia que esta hizo sobre la locación del galeón, y hoy el Estado debe pagarle hasta el 50 por ciento de lo que no sea considerado riqueza patrimonial, en caso de que se llegue a rescatar el San José y este se encuentre en las cordenadas denunciadas por la SSA.
La suerte del San Roque también está hoy en juego. El año pasado, Burtt Webber, reconocido cazatesoros estadounidense, retomó conversaciones con el gobierno para su rescate, pues desde que Santos asumió por primera vez la presidencia, Webber cruzó cartas con él para realizar el hallazgo, pero nunca se cocinó un acuerdo. Tampoco se supo en qué quedaron las intenciones de Daniel de Narváez, un experto náutico colombiano, que también tenía deseos de rescatar esta nave valorada en cerca de tres mil millones de dólares.
El San Roque naufragó cerca de Serranilla, archipiélago de San Andrés y Providencia, y se estima está sumergido junto con los otros buques: San Ambrosio, Santo Domingo y Nuestra Señora de Begoña. Sin embargo, a su alrededor hay otra leyenda que pone sobre la cuerda floja la potestad que podría tener Colombia sobre estos, y es la teoría de que es probable que el navío se encuentre hoy en mar nicaragüense.
En el 2002, 30 expertos en naufragios nacionales e internacionales, con el apoyo del Ministerio de Cultura y la Armada Nacional, rescataron 11 cañones de El Conquistador, barco de la flota naval de Blas de Lezo, teniente español que en el siglo XVIII perdió para siempre su nave en Cartagena. Luego de ser registrados y examinados, los artefactos fueron devueltos a su lugar de rescate para evitar su deterioro.
Carlos del Cairo, antropólogo cocreador de la Fundación Terra Firme, señala en la voz de otros cientos de proteccionistas que es un sacrilegio rescatar estas naves sin una razón de peso y cargarlas con un valor comercial. Mientras la ambición pirata prueba suerte en aguas llenas de riquezas patrimoniales, los proteccionistas cruzarán sus dedos esperando que quede algo más que historia.