El silencio de las instituciones privadas.
¿Quién hace las veces de FECODE para los maestros privados?
Profe, ¿ustedes no están en paro? Esta fue la pregunta de una madre de familia que la semana pasada se comunicó con un docente a quien le quería preguntar algunas cosas relacionadas con el proceso académico y disciplinario de su hijo mayor. La respuesta del profesor no se hizo esperar: “no, señora, recuerde que este es un colegio privado y nosotros no entramos en paro, pero dígame en qué le puedo servir que con gusto estoy para atenderla”.
En otro colegio, un día lunes, cuando el rector saludaba a la comunidad educativa luego de hacer la acostumbrada oración para iniciar semana, empezó a comentar algunas noticias relevantes. Se suponía que su intención era sensibilizar a los estudiantes acerca de las realidades que acontecen no solo en nuestro país sino a nivel mundial, pues de hecho se refirió al lamentable suceso del terremoto en Nepal que para ese día ya eran 2.500 las personas fallecidas. Lo curioso es que el paro de docentes en Colombia ya estaba en marcha, y se esperaba que al menos aquel directivo docente hiciera alguna alusión, sin embargo el asunto careció de importancia, pues ni una palabra se escuchó al respecto.
Pudiéramos seguir trayendo a colación más datos que parecieran ser anecdóticos o estar en el nivel del comentario simple y sin ninguna trascendencia; sin embargo, lo que se pone en evidencia aquí es precisamente uno de los aspectos diferenciadores con los que se suele identificar la relación entre la educación privada y pública en este país que aspira ser el más educado. Para algunos quizás la diferencia radica en los resultados académicos que instituciones educativas del sector privado obtienen en las diversas pruebas a las que se someten; para otros, no deja de ser un asunto de enfoques en la manera de gestionar la educación en ambos sectores; y no faltan quienes, de forma tajante, expresan que la educación pública hasta que no deje de ser el aparato ideológico del Estado, nunca cambiará y siempre estará por debajo de la educación privada. En todo caso, que la educación privada en Colombia es diferente a la pública y que los docentes de un sector en relación a los del otro son tratados de manera distinta desde varios puntos de vista, no es ningún descubrimiento.
Lo curioso es que parece ser que el sector privado, no sé qué tan conscientemente, permite que esta brecha diferenciadora sea mayor, como si lo privado y lo público en términos educativos tuviera que ser esencialmente una realidad distinta. Para el mundo de la escuela privada, la educación pública está en unas condiciones paupérrimas y enclenques, por eso todo lo que tenga que ver con este sector es mirado con cierta sospecha, incluidos los docentes que para muchos rectores del sector privado son catalogados de “instalados, poco sacrificados, con poca vocación, beligerantes, de poco sentido de pertenencia y hasta izquierdistas”. Entonces expresiones como “ese paro no es con nosotros”, “nosotros seguimos normales en nuestras clases”, “eso no es de nuestro interés”, “sigamos, que ellos son los perjudicados”, aparecen con total normalidad, sin importarles siquiera que más de 8 millones de niños y jóvenes se ven perjudicados, y miles de docentes exigen sus derechos laborales; mientras el problema no sea con estas instituciones directamente, pareciera que se estuviera hablando de un asunto que no tiene ningún tipo de interés.
Tal vez no sea exagerado afirmar que la solidaridad del mundo educativo privado hacía el público es nula, en especial de quienes son los dueños y administradores de los centros educativos quienes mientras estén recibiendo la mensualidad al día de sus estudiantes, nunca sentirán la necesidad de “ponerse en los zapatos” de aquellos que día a día luchan por la reivindicación de su dignidad docente.
La escueta frase “la educación de los pobres no es problema de la educación de los ricos”, en el contexto nuestro, no es nada descabellada; por el contrario, refleja en gran parte la triste realidad que vivimos, como si no fuera ya suficiente con los problemas propios de nuestro sistema educativo. Además refleja la dificultad y resistencia que tienen nuestros gobernantes para darle a la educación la importancia que merece, pues ¿cuántos de sus hijos pierden clases por encontrarse su colegio en paro? No creo que muchos.
La indiferencia del sector privado es real; sin embargo, ¿piensan y sienten lo mismo los docentes que trabajan, como obreros de la educación, en esos planteles educativos? Si nos sirve de respuesta, muchos no dejan de preguntarse ¿y quién hace de FECODE para nosotros?