En el 2015 conmemoramos un Primero de Mayo caracterizado por un número de conflictos laborales que no se registraba hacia muchos años.
Trabajadores petroleros organizados en la Unión Sindical Obrera resisten a los despidos de personal y ataques a los derechos de libertad sindical, en Cerromatoso los trabajadores expresan su rechazo mediante una huelga a la violación de la convención colectiva y la imposición de jornadas laborales abusivas, los trabajadores del Estado presentaron a finales de febrero un pliego marco nacional, cuatro pliegos sectoriales y 400 pliegos de solicitudes a entidades públicas y territoriales. Hoy existe una movilización nacional de los empleados públicos, pero de manera particular, y con mucha fortaleza, la Federación Colombiana de Trabajadores de la Educación – FECODE, adelanta un paro nacional del magisterio colombiano .
Estos conflictos sociales de origen laboral no han sido tratados por el Estado y los empresarios con el respeto y diligencia que merecen, al contrario, arrogancia, autoritarismo, y descalificación de estas acciones colectivas legítimas y legales sociales ha sido la respuesta a las peticiones y propuestas de los trabajadores.
Lamentablemente se sigue señalando a los conflictos laborales como algo dañino para el país, la sociedad, el Estado y las empresas y los medios de información, siguen deslegitimando procesos que son no solo normales, sino esenciales en una sociedad democrática y plural que se carateriza por tener enormes deudas sociales y y graves problemas acumulados no resueltos que afectan a la mayoría de la población.
Entender el conflicto como algo negativo, que debe ocultarse, negarse o reprimirse, se opone a los principios sobre los cuales se construye un sistema democrático autentico, que parte de su reconocimiento como algo inexorable y consustancial a la convivencia humana, que debe ser tramitado por canales institucionales que deben regular pero no reprimir o acallar la diversidad de intereses presentes en la sociedad.
El conflicto hace parte de los fundamentos de una sociedad democrática, es la única manera de identificar fallas, problemas, dificultades, injusticias y deudas, para que el Estado y la sociedad en su conjunto actúen para encontrar una respuesta a las demandas sociales, para que avance e incluya a los sectores y a las poblaciones que sienten que sus intereses o necesidades y derechos no son reconocidos de manera adecuada.
El conflicto reconocido y estimulado socialmente es un factor de desarrollo social si se tramita democráticamente, intentar desconocerlo, no visibilizarlo o descalificarlo lo puede convertir en un factor adverso que siempre termina por escalar a posiciones extremas que harán más difícil la inevitable negociación final o incluso al uso de la violencia, que lamentablemente ha sido denominador común en nuestra tradición política.
El dialogo social ha sido en tiempos recientes el procedimiento que ha inventado la democracia para tramitar los conflictos laborales.
Debemos reconocerlo, el conflicto laboral es político y es irreductible. Irreductible en tanto trabajadores y empresarios tendrán siempre visiones e intereses bien diferentes sobre la economía, el valor del trabajo y muchas otras cosas en permanente cambio. Y es político porque el trabajo interesa a toda la ciudadanía, es un tema de primer orden para la vida de las personas y sobre el trabajo y los trabajadores hay permanente deliberación pública y múltiples discursos y propuestas enfrentadas en circulación, que la sociedad debe resolver y en donde el poder y la capacidad de movilización son claves en el sentido de su resolución.
En la Escuela Nacional Sindical creemos que reconocer la existencia y el carácter irreductible de los conflictos laborales es el primer paso para convertirlos en conflictos constructivos, en tanto se resuelvan sin violencia o persecución y apunten al bienestar de la ciudadanía revitalizando la democracia y reconociendo derechos laborales.
Ahora bien ¿Por qué en nuestro país el dialogo social es aún marginal en el trámite de nuestros conflictos?
Por varias razones:
- La debilidad organizativa de los sectores sociales y de los trabajadores en parte por políticas excluyentes como la violencia y la cultura antisindical.
- Un diseño institucional del dialogo social desbalanceado y poco eficaz, existe un escenario nacional como la Comisión Nacional de Concertación de Políticas Laborales y Salariales –CNCPLS- sin complemento con espacios sectoriales y locales que faciliten su desarrollo.
- Hay una tradición larga de incumplimientos de gobiernos y empresarios a los pocos acuerdos que se logran y en consecuencia un clima de desconfianza en el dialogo social como mecanismo democrático para el trámite de los conflictos.
- No existe una cultura de apoyo técnico e investigativo para el discurso argumentativo y la deliberación.
- El método de negociación se basa más en posiciones ideológicas o en el desconocimiento de las personas, que en el reconocimiento de intereses y problemas existentes.
Necesitamos superar los prejuicios existentes frente al conflicto laboral, hay que construir confianza y credibilidad entre los diferentes actores, y permitir que este se desarrolle creativamente, para superar la violencia como método para resolver las diferencias, y cambiar el mensaje de que es más fácil negociar con quienes actúan en la ilegalidad que con los actores que actúan dentro del marco de la civilidad y de la ley.
Es mala señal que importantes sectores dirigentes de la nación tengan mayor disposición de dialogo para superar un conflicto armado con organizaciones alzadas en armas, que con las organizaciones sindicales que representan intereses legítimos de un inmenso grupo de ciudadanos y ciudadanas que trabajan y que es fundamental para la vida democrática de nuestro país.
No debemos ser ingenuos, si Colombia logra, al fin, la paz militar, la sociedad colombiana debe prepararse para mayores y más frecuentes conflictos laborales, no para su desaparición. Quienes esperan una sociedad sin conflictos, un Nirvana de los Andes, están bien equivocados. Los colombianos debemos espirar a una sociedad más vital, más rica y colorida, “con más y mejores conflictos.
*Carlos Julio Díaz Lotero
Director General
Escuela Nacional Sindical