Cada cual tiene su personalidad, una forma de ser que le es propia, que configura su carácter. Somos en singular a nuestra manera. Afortunadamente no todos tenemos características iguales: hay aspectos que nos distinguen de otros; cualidades, aptitudes, rasgos que componen nuestra individualidad, de la que podemos y debemos estar orgullosos, o avergonzarnos.
Distinto es, sin embargo, lo que sucede con los defectos. Ya no son cosas del temperamento, sino más bien de falta de carácter. No se puede considerar como un rasgo positivo el ser perezoso, o patológicamente egoísta redomado. Tampoco, por ejemplo, el ser arrogante o envidioso, desconfiado y resentido. A su vez, hay aspectos del carácter que siempre serán positivos y en los que convendrá ir mejorando. Es una labor que hay que comenzar desde temprana edad porque, cada día que pasa, cuesta más. No se reconducen igual los defectos a los sesenta años que a los quince.
Si no se hace nada, el tiempo pasa y seguimos igual, o peor. Y a partir de cierta edad, se puede decir que uno es ya responsable de sus actuaciones, de su talante, de su trato agradable o desagradable. Y si tiene mal carácter es porque no ha sabido o no ha querido corregirse.
Hay que enfrentarse al tema del carácter, antes de que sea tarde y haya cristalizado en defectos difíciles de superar. Es una pena ver a personas que por su edad debieran ser otra cosa, y que se reconocen impotentes ante su cobardía, o sus arranques de mal genio, o su apatía permanente... cuando ya, a estas alturas, el arreglo es muy fatigoso.
También te será de gran utilidad el consejo de alguien que te aprecie, de ese que sabe decirte las cosas de verdad, a la cara, lealmente, aunque de primeras no te guste. A todo el mundo le hace mucho bien que le digan cómo es, y que le hablen de ello con afecto y claridad.
Y después de conocerte tendrás que saber aceptarte como eres, sin soberbia —cosa, a veces, nada fácil— aunque con deseos de mejorar. Entonces ya es sencillo trazarse metas con las que finalmente te puedes superar.
Los perturbaciones de la personalidad suelen ser afecciones duraderas que se pueden caracterizar por la falta de flexibilidad o inadaptación al entorno que ocasionan frecuentes problemas del comportamiento social, y generan molestias y daños a la propia persona y a los demás. Hay muchos tipos de trastornos de la personalidad: la paranoide, por ejemplo, es característicamente suspicaz y desconfiada, con delirios persecutivos; la histriónica tiene un comportamiento y una expresión teatral y manipuladora hacia los que conviven con ellos; la personalidad narcisista tiende a darse una gran importancia y necesita de una constante atención y admiración por parte de los demás, que a veces se trastoca en inclinaciones sexuales atípicas; por último, las personalidades antisociales se caracterizan por su escasa conciencia moral, violando los derechos ajenos y las normas sociales, a beneficio propio.