Alerta en Bucaramanga

Alerta en Bucaramanga

Por: @simargomon
julio 31, 2013
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En Bucaramanga las autoridades sanitarias y las de salud pública deben estar alertas ante las reacciones de la comunidad civil que evidencian un tipo de discapacidad mental -hasta ahora no reconocido-, que padece la ciudad y que la está sumiendo en el letargo, el subdesarrollo y la indiferencia.

Hace un año exactamente tuve un accidente que me dejó en cama por meses, sin poder caminar. He recuperado mi salud y movilidad de manera parcial, por lo que existen algunas actividades que aún no puedo realizar. En este momento sigo en tratamiento, camino con ayuda de muletas, espero una nueva cirugía, y he reinventado mis rutinas diarias adaptándolas a esta discapacidad transitoria.

Como parte de ese plan de reinvención de rutinas, me postulé para recibir una beca y cursar un diplomado en una universidad de la ciudad, con la suerte de quedar seleccionada. Al conocer la noticia, informé al director del programa de mi situación y solicité la asignación de un aula a la cual pudiera acceder. (Soy docente de una universidad y sé que es algo que se puede solucionar).

Con sorpresa y desilusión, me encontré de frente con una gestión insuficiente y desinteresada, pero aún peor, con una respuesta realmente indignante por parte de la secretaria de la Facultad, quien sugirió que una persona discapacitada no debía matricularse en la universidad si sabía que estaba llena de escaleras.

La primera reacción fue la rabia ante tal muestra de ignorancia e irrespeto por parte de una persona que, se supone, está al servicio de la comunidad. Luego vino la reflexión y finalmente llegué a una conclusión que viene dando vueltas en mi cabeza, a propósito de esta y otras tantas situaciones observadas recientemente: Bucaramanga atraviesa una difícil situación de un tipo –hasta ahora no reconocido- de discapacidad mental que ya da muestras de ser un problema de salud pública.

“Nuestra ciudad ya no es la misma de hace unos años”, es un comentario (no relacionado precisamente con el clima) común en las conversaciones de algunos de sus habitantes, a quienes inquieta el decaimiento de una ciudad que antes se mostraba como una de las más tranquilas y prósperas del país, ciudad de músicos, artistas, escritores, ciudad educativa, universitaria, emprendedora, ciudad de la alegría, ciudad de los parques.

Con el tiempo hemos sido testigos de cómo nuestra querida Bucaramanguita se ha venido convirtiendo en una mole de cemento y centros comerciales, con más carros que árboles y, por supuesto y no menos importante, sin vías y, por si fuera poco, excluyente con las comunidades en condiciones especiales de salud. Sumado a esto, el crecimiento acelerado de la inseguridad en las calles por cuenta de la delincuencia común, las riñas callejeras y el enfrentamiento de pandillas a plena luz del día ha agravado la situación y puesto en tela de juicio la gestión de la administración local y de las autoridades.

Sin embargo, estas son quejas que no superan la conversación con el taxista, con los amigos en la cafetería o en el chat, el comentario en las redes sociales. La ciudad se desfigura ante nuestros ojos sin que tenga dolientes, sin que nadie se pronuncie con acciones concretas, no importa que sean grandes o pequeñas, cualquier logro hace diferencia. Es ahí donde debe surgir el sentido de pertenencia a la ciudad. Pareciera, pues, que aquí todo el mundo habla golpeado, sí, pero de ahí no pasa.

Al comentar con mis compañeros de clase la situación presentada con la universidad, les conté todo el rollo, lo aburridor de tener que enviar cartas y pensar en acudir a instancias legales para resolver algo tan mínimo. Entonces uno de ellos me preguntó de dónde había salido tan revolucionaria, y en ese momento confirmé mis sospechas.

Por supuesto le respondí que eso es algo que los santandereanos llevamos en la sangre, aquí se gestó la Revolución de los Comuneros e incluí otras lecciones de Historia pertinentes al caso. Pero también, con un dejo de tristeza y casi como un cuestionamiento le dije que exigir un derecho fundamental no debería ser considerado un acto revolucionario, sino como algo normal, incluso, como una obligación, porque sólo en la medida en que se exige se obtiene lo mejor. Por esos derechos que hoy están consignados en un librito que pocas veces consultamos, mucha sangre, sudor y lágrimas de nuestros antepasados fueron derramados.

Es justo, que en memoria de aquellos que se los lucharon, cada uno de nosotros sea veedor y que nos encarguemos de hacer que se cumplan y, por qué no, de continuar en la búsqueda de muchos más que aún no están establecidos constitucionalmente y que son necesarios para tener una calidad de vida decente. Reaccionemos en contra del adormecimiento, la ignorancia, la falta de cultura, pero sobre todo en contra de la indiferencia. En palabras de Jaime Garzón: Si [nosotros] los jóvenes no [asumimos] la dirección de [nuestra propia ciudad], nadie va a venir a [salvárnosla].

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