El héroe es un solitario. Aparece en medio de una odisea y salta a otra con zapatos tres tallas más grandes, un pantalón enorme y una chaqueta ajustada. De bombín y bastón, bigote bien cuidado, su aspecto es de un caballero. No es un payaso aunque tiene la cara blanca y su ingenuidad nos hace reír. Es centenario y llena teatros. Por estos días Cine Colombia se une a los homenajes con un ciclo de sus películas, el cine presenta a uno de sus grandes, a Charlot.
En Medellín, mi ciudad, la sala cada vez está más llena durante la cita de cada domingo. Yo no me precio de ser puntual, y apenas si alcanzo la silla del solitario. Me sorprenden los niños en matiné, riendo, riéndose de este vagabundo, de este personaje entrañable que sirve de icono de la cultura popular que está en restaurantes y todo tipo de bisuterías porque pasa cariñosamente como si nada aunque es un personaje complejo, cada vez más, en este mundo de la productividad.
Tomo distancia de la pantalla, lo veo y nos veo. Recuerdo la sorpresa del primer encuentro que tuve con Chaplin cuando junto con los adolescentes que hacíamos parte del Taller de Literatura de la Biblioteca Pública Piloto pasábamos las vacaciones en el centro de la ciudad como nuestro lugar de encuentro. La UPB en su sede La Playa presentaba en esos grandes discos de video láser la saga completa de películas y trabajos de Charles Chaplin. Era el final de los 80. La ciudad, confundida y revuelta, y nosotros, imitando a Charlot como podíamos, siendo vagabundos de nuestra época convulsa.
La libertad nos fascina, nos atrae como lo hace el fuego a las chapolas. Este personaje entrañable la ha escogido y camina por el mundo enamorado de la vida, trabajando cuando se trata de ayudar a otros, ascendiendo en la escala social y bajando de ella cuando lo dicta el destino. Nos enternece su búsqueda, la dignidad de su elección. Y esta admiración ha sido una constante.
En el libro La Agonía del Eros de Byung–Chul Han, se habla de la productividad y la eficiencia como dos categorías que inclusive hoy se entienden también para explicar el amor y el erotismo. Y dice: “En una sociedad donde cada uno es empresario de sí mismo domina una economía de supervivencia (…) Y esa vida es la de un esclavo”. Porque es divergente, Charlot sigue tan vigente. Parafraseando al filósofo, nuestro personaje de película es todo lo contrario al superviviente de la productividad que está demasiado muerto para vivir y demasiado vivo para vivir. Este vagabundo se instala justamente en la contradicción de la existencia que a diario debemos superar, y será por eso nos ata a la silla muertos de amor por ese que vaga sin destino, mientras nosotros nos preguntamos con afán por la próxima cita y por el tiempo medido.
Un personaje tan libre pertenece a la ficción, o su testimonio es una leyenda. Entre bufón y sabio, un errante que decide hacerse a un lado de la vida, observarla en su descenso vertiginoso, vivir al borde del abismo sin nada fijo o seguro puede ser una pesadilla o una utopía, es un loco.
Ya Chaplin sabía que su Charlot encarnaba la contradicción, y posiblemente esa misma condición de vivir entre épocas y tendencias, como por ejemplo el nacimiento del cine sonoro, le dio al personaje la posibilidad de hablar mediante la experiencia misma, es más, sin palabras su presencia se hacía más potente. Su última película Tiempos modernos resulta para mí toda una despedida. La productividad ya no es tiempo para el Vagabundo. La fábrica y los ritmos de producción son el final. Vestido en ropas de obrero, moviéndose con el gesto incorporado de la línea de trabajo que se encarga de apretar tuercas, Charlot pierde las suyas propias y el cine ya no lo ve más en una producción protagonizada por él. La siguiente película de Chaplin sería El Dictador.
Y ahí nos queda el gran legado. El de un ser en celuloide que aún en blanco y negro, y sin sonidos, nos conmueve y cita hasta llenar las butacas porque conecta dos mundos entre sí: el de la vida y sus afugias, y el de la imaginación poblado por diosas y emperatrices, objetos que con panes y tenedores componen una danza en la que confundimos las dimensiones, como en un juego, pero él nos ayuda a unirlos todos.
Del ciclo aún quedan por ver en los teatros dos películas más. Será domingo e iremos a ver y a reír a ese loco que hace de grandes barrancos pequeñas barreras por la fuerza de su deseo de seguir el camino. Todos llevamos al propio bufón errante que le da profundidad al destino: tomamos riesgos, perseguimos utopías.