En 1972 el mundo estaba terminando la Década de la Esperanza que protagonizaron las juventudes que nacieron en la segunda postguerra mundial, especialmente expresiones musicales que llenaron de entusiasmo los parques y los centros urbanos de las grandes urbes y sus barriadas. El aristocrático Club de Roma publicó Los Límites del Crecimiento que encargó a la Universidad de Massachusetts (que proyecto el 2100 como el año de no retorno) y se celebró la Asamblea de Naciones Unidas sobre el Entorno Humano en Estocolmo.
Dos décadas después se realizó la Cumbre sobre Medio Ambiente y Desarrollo en Río de Janeiro, con base en Nuestro Futuro Común que elaboró la Comisión Mundial en 1987 y que confeccionó el concepto de desarrollo sostenible (los activistas ambientalistas, es decir los alternativos, preferimos el sustentable). En Brasil salieron avante la Convención sobre Diversidad Biológica, la Declaración sobre Medio Ambiente y Desarrollo, y la Agenda de Río. Hubo puja sobre la biodiversidad y Estados Unidos se negó a suscribirla, solo lo hizo 2 años después.
Desde 1992, cada dos años se realiza una COP (Conference of the Parties), en la que los países miembros evalúan los avances de los compromisos esenciales: la conservación de la diversidad biológica, la promoción de su utilización sostenible, y la garantía de la distribución equitativa de los beneficios derivados de su utilización. Es una puesta en escena que se parece al caminar de un Cangrejo o de una Tortuga, pues avanza lentamente mientras el deterioro de la biodiversidad ocurre vertiginosamente, sin embargo el espectáculo internacional lo oculta.
Las organizaciones ambientales no activistas, expertas en contratación estatal y en captación de recursos internacionales (con los que sus gestores engrosan sus bolsillos y se dan vida de pequeños burgueses), y que conforman parte de la opinión pública, confunden las metas de las COP sobre biodiversidad, con las de la Declaración sobre Medio Ambiente y Desarrollo y la Agenda de Río: Objetivos del Milenio y los ODS 2030, que han fracasado ante la impávida mirada del mundo. Es decir, están más perdidos que embolatados y hacen eco de dicho despiste.
Esas organizaciones de contrato están a la espera de financiar proyectos de mucha bulla pero poca envergadura, a ellos se suman ahora organismos “socio ambientales”, remoquete que utilizan para tratar de enverdecer su rol social, esperando que caigan recursos en sus bolsillos, sin saber que no hay dinero. De los 502 billones de presupuesto nacional 2024, 94,5 para servicio a la deuda y 310 para funcionamiento; para Mindefensa, Minsalud y Mineducación un poco más de 70 para cada uno, mientras para gastos de inversión para Minambiente 1,12 billón.
Mientras el espectáculo de las COP se perpetua, temas realmente neurales como los servicios ecosistémicos de la biodiversidad para todas las comunidades, siguen teniendo un trasfondo monetario en servicio de la banca internacional y las transnacionales. Esta crisis se evidencia en informes sobre desarrollo humano: “Las desigualdades se heredan y se acumulan a lo largo de la vida, promoviendo ciclos viciosos de baja productividad y escaso crecimiento” (Colombia: territorios entre fracturas y oportunidades – Resumen Ejecutivo, 2024).
Desigualdad S.A. (Oxfam, 2024), nos dice: “Desde 2020, la riqueza conjunta de los cinco hombres más ricos del mundo se ha duplicado. Una enorme concentración de poder empresarial y monopolístico está exacerbando la desigualdad en la economía mundial. A base de exprimir a sus trabajadores y trabajadoras, evadir y eludir impuestos, privatizar los servicios públicos y alimentar el colapso climático, las empresas están impulsando la desigualdad y generando una riqueza cada vez mayor para sus ya ricos propietarios económico en los territorios”.
Seguimos defendiendo escenografías que nos ocultan una realidad, en la que la biodiversidad no está al servicio del interés general y del bienestar popular, sino de intereses militares geoestratégicos como escudo de protección de potencias mundiales, mientras nuestro gobierno rompe relaciones con el Estado de Israel (cuyo genocidio contra el pueblo palestino financia el Tío Sam), nos sumamos a la Fuerza Marítima Combinada que capitanea la Armada Yanki, y la construcción de obras militares en una cuestionada Estación Guardacostas en Isla Gorgona.
Un pensamiento y un activismo ambientalista requieren una reflexión seria, como lo dijo André Gorz (1975): “La ecología política nace de una protesta espontánea contra la destrucción de la "cultura de lo cotidiano" que constituye nuestro medio de vida. La exigencia de liberación implica una dimensión ecológica, pero a partir de una crítica del capitalismo, de la racionalidad económica que se ha vuelto invasiva, y de una innovadora reflexión sobre las consecuencias de las "metamorfosis del trabajo. Mediante el re-arraigo de la teoría crítica en una fenomenología aplicada”.
Esas funestas organizaciones ambientales nos recuerdan Mano a Mano de Gardel, Razzano y Flores (1923): “Hoy tenés el mate lleno de infelices ilusiones / Te engrupieron los otarios, las amigas, el gavión / La milonga entre magnates, con sus locas tentaciones / Donde triunfan y claudican milongueras pretensiones / Se te ha entra'o muy adentro, en el pobre corazón. / Y mañana, cuando seas descolado mueble viejo / y no tengas esperanzas en tu pobre corazón, / si precisás una ayuda, si te hace falta un consejo, / acordate de este amigo que ha de jugarse el pellejo / pa'ayudarte en lo que pueda cuando llegue la ocasión”.