Como es costumbre en nuestra país: siempre opacamos, acechamos, perseguimos, sentenciamos y hasta nos burlamos de una opinión, discurso, pensamiento, posición laboral u orientaciones (sexuales, religiosas, profesiones, y demás), y en el peor de los casos por muchos de estos factores nos abalanzamos sobre una persona.
Pero eso no es el todo de esta amarga y penosa costumbre colombiana, no solo callamos al otro, sino que quiere ser uno quien pueda hablar sin respetar ese derecho del contrario, como si mi opinión valiera más que la suya. ¿Quién dijo que un pensamiento, una opinión valiera más que otra?, o es que ahora todos son grandes filósofos y tienen en su poder las grandes respuestas a enigmas que nos persiguen desde la creación misma.
Bullying dirían unos, y no se equivocan; pero intolerancia pensamos otros, que no es que sea mala, porque nos ayuda a aclarar muchas ideas cuando pensamientos o situaciones se contravienen; algo así como una dialéctica de la intolerancia. Pero no siempre el resultado de esta dialéctica de la intolerancia sea del todo alentador; como nos enseña la misma historia de nuestro país, se acostumbra a sentenciar, hasta con la muerte, a quien no está encasillado de la misma manera. Para no ir lejos basta con dar un vistazo a la Colombia de la década de los 80’s y los 90’s, época donde perdimos bastante capital intelectual, por este, mal llamado: bullying; por esta intolerancia.
Podríamos defender esta intolerancia, esta indiferencia al pensar ajeno, diciendo que es un gran método dialectico, como se dijo antes, para la evolución intelectual, social, económica de nuestro país. Pero no se puede defender, algo que no existe, cuando se carga una sentencia a espaldas: por el color de mi camiseta, el color de partido, cómo me paro, a que iglesia voy, dónde y cómo trabajo; sin ni siquiera a ver comentado una palabra.
Déjenlos hablar, les gritamos todos, los de abajo, los de la izquierda, el homosexual, el maestro de obra, el colegiado, el universitario, la mamá, el papá, el docente, el poeta, el político honesto, el corrupto, el nerd del salón, el bagre, el lindo, el que tiene carro, y quien no lo tiene, el que anda en bici; quien tiene el carro último modelo. ¡Déjenlos hablar!
Déjenlos hablar, como acto de tolerancia, de respeto, de amor por la vida propia, y no matar la vida ajena. Y si me dejan hablar les diré que como Voltaire: “no comporto sus ideas, pero estoy dispuesto a dar mi vida, por tu derecho a expresarlas”.
@UnTalDuart