Desde hace varios años, a muchos padres de familia les ronda por la cabeza con tristeza la fuerza que ha tomado la agenda de ideología de género, de la que se habla como si fuera un tema cualquiera, y que, por lo visto, el Congreso de la República a través de la ley que está en curso ECOSIEG (Esfuerzos de cambio de orientación sexual e identidad y expresión de género) o “inconvertibles” quiere forzar a que los padres no se metan con sus hijos, que se rompa la comunicación.
Aunque es un hecho, que aún existe la discriminación contra la comunidad LGTBIQ+ y las terapias de tortura, en algunos casos, que han traído consecuencias nefastas, ya tiene su propia legislación y prohibición.
No se puede pretender que los padres no puedan guiar a sus hijos, ni intervenir en cuanto a la sexualidad y que los menores de edad, tomen decisiones irreversibles para sus vidas, y cuando ya no hay marcha atrás las secuelas van desde problemas psicológicos y físicos a largo plazo, depresiones que requieren medicación de por vida y hasta suicidios o intentos, al arrepentirse de decisiones precipitadas por la reasignación de género, que comienza con los bloqueadores de la pubertad y para lo cual ya hay muchos médicos que la recomiendan a temprana edad. Luego vienen decisiones más drásticas: las cirugías para “mutilarse sus partes”.
Si se aprueba el proyecto de ley “inconvertibles” nuestros jóvenes pagarán las consecuencias, de una juventud mal guiada, que no hizo ningún esfuerzo por frenarlo.
Colombia no tiene por qué seguir parámetros de los que ya varios países como Suecia y Finlandia, entre otros, que han echado para atrás luego de los nefastos resultados, de la moda impuesta o esfuerzos mal comunicados. Con el proyecto, al que le faltan dos debates en el Senado, si se convierte en ley de la República, se pretende:
Prohibir y penalizar a cualquier profesional de la salud, que atiende pacientes con depresión, ansiedad y pensamientos suicidas, a diagnosticar si así lo considera, como posible causa su condición sexual.
Esto se debe entender que, si alguna persona se arrepiente de su proceso de transición, no tendrá un profesional idóneo que lo pueda apoyar o asesorar y si alguien lo ayuda podrá tener serios problemas penales.
Penalizar y prohibir hasta a los mismos padres de familia que intenten corregir u orientar la conducta sexual de sus hijos. Solo el Estado podrá asesorarlos para reafirmar su sexualidad, pero los padres no podrán acompañar ni aconsejar a sus hijos, si su postura es diferente, incluso violando la libertad de expresión.
Penalizarán a cualquier persona que se manifieste en contra de la ideología de género, no se podrá opinar en espacios públicos nada en contra de ella.
Como quien dice, atados de manos y pies, ni padres, ni profesionales, solo el Estado decidiendo por el futuro de nuestros hijos… Y ¿dónde quedan aquellos que quieren luchar por su familia, por el bienestar de sus hijos? Y ¿Aquellos que quieren realizar los grandes esfuerzos, incluso por el bienestar de la sociedad misma, cuyo eje central es la familia tan atacada?
A propósito, de la confusión sexual que se puede presentar en nuestros jóvenes, recuerdo hace un par de años, a una psicóloga católica, de la cual se me escapa el nombre, diciendo que: “el ser humano al menos una vez en su vida, ha mirado con ojos de atracción y admiración, a alguien de su mismo género y no quiere decir que sea gay o lesbiana, simplemente son momentos, incluso algunos terminan metidos en este mundo por simple moda, y cuando ya se quieren salir, a veces es demasiado el peso de la culpa propia y la culpa que hacen a sus padres, por no haber sido más estrictos al momento de tomar decisiones de cambio de sexo y hormonas”.
Entonces, una vez en firme el proyecto de ley, los padres no podrían orientar o llevar a sus hijos al psicólogo, o a retiros espirituales para que disciernan sobre sus decisiones, no pueden oponerse a que hagan una transición física de su cuerpo, se los deben entregan sin miseria a la nueva sociedad que están tratando de armar y que algunos aseguran, se trata de la Agenda 2030, en la cual poner de moda la ideología de género en su gran objetivo, para que no haya familias como centro de la sociedad.
Se está a punto de aprobar la abolición porque sí, del derecho universal sagrado, autónomo de la educación de los padres sobre sus hijos en una edad prioritaria. Se busca dejar en manos de un estado la formación y el futuro de jóvenes que pertenecerán a una generación de robots manoseados y en gran porcentaje deprimidos y con lamentables consecuencias para la sociedad, en una nefasta mala comunicación.