He comprado, y lo seguiré haciendo, películas y CD a los negros africanos —inmigrantes sin papeles— que extienden unas enormes sábanas curtidas sobre las aceras de las inmediaciones de la Puerta del Sol (Madrid, España), cuando empieza a anochecer. Llegan en grupos de seis o siete —siempre hombres—, nerviosos, vigilantes; instalan los agáchese uno al lado del otro, y por la magia de birlibirloque los llenan de carteras de “marca”, billeteras, bufandas, pulseras, abanicos, objetos de madera, música, cine…
Son conocidos como “top mantas” y perseguidos por la policía que ronda el sector. A veces los agentes se hacen los locos mientras los ambulantes logran redondear alguna venta, pero normalmente los obligan a correr como almas que lleva el diablo. Irrumpen al volante de sus patrullas y, ¡sálvese quien pueda! Los negros —jamás he visto un top manta que no lo sea—, que parecen tener ojos por todo el cuerpo, con frecuencia los detectan antes de que aparezcan y en un santiamén tiran del cordón de las mantas y se evaporan con ellas a cuestas, gritando, estrujando, tumbando al peatón que se les atraviese.
Si se dejan agarrar pierden la mercancía y como no tienen para pagar a quienes se las proporcionan, quedan en el peor de los mundos otra vez. La miseria pura y dura. Además, la ilegalidad y el ninguneo.
El mundo es ancho y ajeno, razón tenía Ciro Alegría.
La gente en la calle les pasa por encima y ni los ve. (Como los dos golfistas que están parados en el Green, no ven a los doce inmigrantes que trepados en la valla de Melilla —frente a Marruecos— intentan escapar de la mala suerte, en elocuente imagen captada por José Palazón). Y si los ve, les pide rebaja. Y ellos rebajan, porque peor que ser explotados es no serlo. Aprendieron la lección de niños, ponerla en práctica es su mejor seguro de vida. El otro, es la delincuencia. Y los inmigrantes son inmigrantes, no delincuentes. (Y son un problema social que el Viejo Continente no ha sabido manejar; ni siquiera por conveniencia se ha preocupado del bienestar de los del Mediterráneo del frente. Le toca ahora asumir las consecuencias de su proverbial egocentrismo).
El peor de los mundos parece ser siempre el suyo, a él han sobrevivido varias veces. Primero en sus lugares de origen: el Magreb y el llamado Cuerno Africano principalmente, en cuyos países suelen sufrir persecución, limpiezas étnicas, desplazamiento, xenofobia, pobreza, esclavitud… Frente a la inacción —disfrazada de respeto a la soberanía— de la mayoría de los gobiernos democráticos de Occidente, que por los siglos de los siglos han apurado el contenido y tirado el envase de ese pedazo de tierra del que todos venimos. (Somos afrodescendientes, no se nos olvide). Y es por ese no-futuro, no porque amanecieron desparchados o convertidos en Alfonsinas un día cualquiera, que tantos africanos eligen desafiar la muerte en busca de una mejor existencia. Pocos la encuentran. Aunque lleguen a puerto, digo. (Cifras las hay por montones, se encuentran en internet).
Algo anda mal en el mundo cuando las fronteras se abren a los grandes capitales y se cierran al libre paso de las personas. Algo anda mal cuando meneamos al unísono la cadera al ritmo del wakawaka y creemos que así marcamos territorio. Algo anda mal cuando cada vez nos conmueve menos la tragedia que viven millones de semejantes que nacieron en el lugar equivocado.
Algo anda mal y no nos importa.
España sigue pensando que el “Mediterráneo” es sólo un bello canto de Serrat. Y la comunidad internacional le hace la segunda al cantautor catalán —qué le voy a hacer si yooo nací en el Mediterráneooo…—, indiferente a la cantidad de vidas que ese Mare Nostrum, de ordinario tranquilo, se ha cobrado como peaje en la vía que une (desune) a sus dos orillas.
A lo mejor si en lugar de pateras fueran yates y en lugar de seres anónimos con la ropa hecha jirones, celebridades de librea y corbatín, los naufragios nocturnos se convertirían en rescates diurnos. Mediáticos, seguro. Porque es que el fenómeno de las migraciones es desigual, no escapa al afán de estratificar que tienen las sociedades. Hay inmigrantes de primera, de tercera y de quinta, los cuales en una traducción sumaria podrían ser: inversionistas, mano de obra, africanos. Y el recibimiento: tapete rojo, uniforme de trabajo, amenaza de deportación.
Algo anda mal.
COPETE DE CREMA: Y mientras esa mujer perfumadita de breaaaa se alimenta de pateras repletas de inmigrantes, el Himalaya casi borra del mapa a Katmandú, los extremistas islámicos siembran pánico allá y aquí..., en Colombia nos desvelan los embriones congelados de Sofía Vergara y el divorcio mechoneado de Ingrid Betancur. (Si yo fuera el director de Semana mandaría a recoger, completica, la edición de esta semana).