Diana María Montoya Restrepo, a sus 47 años, ha pasado por los momentos de oscuridad que muchas mujeres viven, pero que no lo cuentan por temor a ser juzgadas.
Desde que tiene memoria sufre de pérdida auditiva progresiva que con los años “la apagó” literalmente.
Esto la llevó a vivir el infierno de la depresión y el aislamiento social. “Me daba miedo compartir con la gente porque sentía que se reían de mí porque no entendía lo que me decían”, señala.
En sus épocas de colegio empezó a perder la audición, pero a ella y a su familia les parecía que era algo para no preocuparse.
Cuando se graduó de la secundaria entró a trabajar en una heladería con su hermana Patricia, y se dio cuenta que definitivamente no escuchaba lo que le pedían los clientes.
Aunque esto la alertó, tuvo una vida como la de cualquier mujer, se casó y tuvo a su hija Daniela, de quien no escuchó su primer llanto ni sus balbuceos debido a su limitación que se hacía más profunda con el pasar de los años.
Fue a los 37 años de edad cuando, finalmente, un otólogo le diagnosticó hipoacusia progresiva. Diana María se sometió a una cirugía para implantar en su cabeza un dispositivo que envía ondas sonoras directamente a su cerebro.
Ese día volvió a su casa en la vereda El Cinco del municipio de Fredonia (Antioquia) en compañía de su exesposo. Cuando se bajó del carro salió su hija quien se lanzó a darle un abrazo con un grito de emoción que nunca olvidará: ¡mamá!
Esa palabra la llenó de júbilo. Era la primera vez que la escuchaba con tal claridad, se puso a llorar mientras su hija le acariciaba la cabeza y le preguntaba qué era el dispositivo que tenía en oído izquierdo.
La fonoaudióloga le había dado una cartilla para hacer terapia de lenguaje. No escuchar le estaba llevando a tener limitaciones para hablar, así que su hija Daniela, con apenas ocho años, y su exesposo, se convirtieron en los mejores maestros.
Pero aún faltaban descubrimientos. “Salí a dar una vuelta y escuché el canto de unas aves, le pregunté a mi exesposo qué era eso y me dijo que eran unos pajaritos. Es una melodía que nunca se me va a olvidar”, dice. La música también volvió a su mundo.
Diana recuerda que el día de su matrimonio bailó preguntando a su esposo qué ritmo sonaba. “Yo trataba de seguirle los pasos a él. No escuchaba nada, estaba apagada” manifiesta con tristeza.
Pero como dicen que de eso tan bueno no dan tanto, cinco años después de tener su dispositivo empezaron los problemas. Con el tiempo se deterioraron las pilas recargables, no tenía plata para reemplazarlas y usó pilas desechables hasta que “el bolsillo le aguantó”.
Pasó a usar el dispositivo solo tres horas al día y su vida volvió a apagarse. “Volví a deprimirme, a aislarme, no quería salir de la casa ni hablar con nadie, me la pasaba llorando”, dice.
Entonces empezó la gestión con su EPS para que le dieran un nuevo dispositivo, lo que no esperaba es que fuera uno de última tecnología, un audio procesador de unidad única y recargable de fabricación austriaca.
“Cuando me lo entregaron yo no lo podía creer, ese aparato es muy bonito, viene en forma de monedita que se pone en cabeza y casi ni se nota. La batería le dura hasta 18 horas, y se recarga en cuatro horas mientras duermo, fácilmente, lo pongo encima de la paleta y listo.
Además, viene con el audio link, que es un aparato para hablar por teléfono y ver televisión. La vida me cambió nuevamente”, asegura. Volvió a vivir plenamente, disfruta de la música de Alejandro Fernández, Romeo Santos y “cualquier vallenato”, como dice ella con una sonrisa que ilumina su rostro.
Un año después de tener su nuevo dispositivo, Diana María es una mujer feliz. Hoy vive en la misma vereda de siempre con su mamá, su papá, su hija y su hermana. Trabaja en un vivero familiar cultivando matas en bolsas para que luego sean compradas por su tío y vendidas en Medellín.
Después de su separación, otro amor tocó las puertas de su corazón y ya suenan campanas de boda. Se casará este mismo año con su novio Ismael, y esta vez el baile será con todas las de la ley, pues se va a disfrutar las canciones y las bailará con todo el ritmo que corre por sus venas.
A todas las madres en su mes, Diana María les desea mucha felicidad. “Quiero decirles que a pesar de que estemos enfermas, de que tengamos pérdidas auditivas, o estemos tristes, que estamos en la oscuridad, debemos saber que somos fuertes, y más cuando tenemos hijos.
Ellos nos ayudan a salir de las tinieblas. Cuando damos nacimiento a un hijo, somos guerreras, y ellos deben ser nuestro apoyo. Deben ser nuestros confidentes. No tengamos miedo de buscarlos y apoyarnos en ellos. Ser mamá es el regalo más hermoso que tenemos”, finaliza.
El caso de Diana María se suma al de 446 millones de personas que en el mundo sufren pérdida auditiva según registros de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Esto significa que más del 5% de la población mundial padece esta condición incapacitante. De ese total, 500 mil son de Colombia, es decir, el uno por ciento de la población. Además, se calcula que para el año 2050 una de cada diez personas perderá la audición en el mundo.
“El implante coclear es sin duda un invento excepcional pues llegó para cambiar la vida de las personas que pensaban que no tenían una solución para su problema auditivo. Es revolucionario porque puede regresar a la normalidad del sentido de la audición y está indicado para pacientes que tienen hipoacusias de severas a profundas que ya no encuentran una solución con dispositivos como audífonos”, sostiene la fonoaudióloga Lina María Rubio, Soporte Clínico de la Zona Norte MED-EL, firma especializada en este tipo de soluciones médicas.